A pesar de que la lechuga puede cultivarse en un amplio rango de zonas, por su tolerancia a las temperaturas y a determinados tipos de suelo, no se puede considerar un cultivo rústico, de fácil adaptación. Teniendo en cuenta la delicadeza de su planta, las exigencias comerciales y su sensibilidad a factores como plagas, salinidad o humedad, es más que conveniente proveerla de unas condiciones que le resulten óptimas, tanto climáticas como de suelo, no sólo por sus propiedades físicas (aireación, drenaje, contenido de materia orgánica, textura, …) sino por su limpieza (restos de cultivos anteriores, malas hierbas, …), que será de gran ayuda para un buen comienzo del ciclo.
Exigencias climáticas
Las condiciones ambientales del entorno del cultivo deben ser favorables para su crecimiento, con el objetivo de cosechar un producto fresco de buena calidad. Por ello, se describen a continuación algunos valores de referencia de las dos variables climáticas que más influencia tienen sobre la lechuga, y sobre sus patógenos.
En general, (Japón, 1977). Puede vivir a 6 º C, pero al disminuir de 0 º C, siente sus efectos, ocasionando lesiones foliares si éstos persisten. Por debajo de 5 º C, la lechuga no emite raíces nuevas, pero sí a partir de 10 º C (Goites, 2008).
Este cultivo soporta peor las temperaturas elevadas que las bajas, siendo los valores extremos: 30 º C de máxima y – 6 º C de mínima. Cuando la lechuga soporta temperaturas bajas durante un cierto periodo de tiempo, sus hojas adquieren una coloración rojiza que se puede confundir con alguna carencia (Méndez y Bielza, 2014).
Los rangos de temperatura reportados por estos autores en cada fase del cultivo, y considerados como óptimos, son los siguientes:
- Germinación: 18 º – 20 º C.
- Fase de crecimiento: 14 º – 18 º C de día y 5 º – 8 º C de noche (se requiere diferencia de temperaturas entre el día y la noche).
- Durante el acogollado: 12 º C de día y 3 – 5 º C de noche, aproximadamente.
En cuanto a la humedad, la lechuga es muy sensible a la falta de humedad y soporta mal un periodo de sequía, por muy breve que éste sea, debido a su reducido sistema radicular, en comparación con la parte aérea.
Se recomiendan valores de humedad relativa de 60 a 80 %, aunque en momentos concretos, el cultivo agradece menos del 60 %. En invernadero, pueden surgir ciertos problemas como consecuencia del incremento de la humedad ambiental. Por ello, sería preferible su cultivo al aire libre, siempre que las condiciones lo permitan (Méndez y Bielza, 2014).
Requerimientos y recomendaciones de suelo
Según Rincón (2008), la lechuga es un cultivo que se puede adaptar a cualquier tipo de suelo, aunque los prefiere ligeros y con buen drenaje. Sin embargo, no admite la sequía en ningún caso, aunque es preferible que la superficie del suelo esté seca para evitar la aparición de podredumbres de cuello. Por ello, es conveniente el sistema de riego por goteo, donde el suelo no presenta ningún factor limitante para el desarrollo radicular de la planta ni para la producción, además de controlar mejor las dotaciones de agua.
Las características más recomendables que un suelo debe presentar para el cultivo de la lechuga son (Halsouet y Miñambres, 2005):
- Buena capacidad de infiltración de agua, para evitar su acumulación y provocar problemas de podredumbre y asfixia radicular.
- Ausencia de impedimentos mecánicos que restrinjan el desarrollo radicular.
- Buen contenido de materia orgánica, que favorece el calentamiento del suelo, mejora la disponibilidad de nutrientes y ayuda frente a salinidades altas.
- Valores de pH próximos a la neutralidad, oscilando entre 6.8 y 7.4, ya que la lechuga es sensible a la acidez del suelo, y en menor grado a la alcalinidad, presentando una elevada tolerancia a la caliza.
- Contenido bajo de cloruros (Cl–) y de sodio (Na+).
- Contenidos medios – altos de fósforo y de potasio.
- Conductividad Eléctrica del extracto saturado inferior a 3.5 dS m-1. La lechuga es una de las hortalizas más sensibles al exceso de salinidad.
Por otra parte, Méndez y Bielza (2014), hacen las siguientes recomendaciones sobre el tipo de suelo más apropiado en función de la época del año:
- En cultivos de primavera, son convenientes los suelos arenosos, ya que se calientan más rápidamente y permiten cosechas más tempranas.
- En cultivos de otoño, se recomiendan los suelos francos, ya que se enfrían más despacio que los suelos arenosos.
- En cultivos de verano, son preferibles los suelos ricos en materia orgánica, pues hay un mejor aprovechamiento de los recursos hídricos y el crecimiento de las plantas es más rápido.
Asimismo, estos autores reportan las normas de Producción Integrada en el cultivo de la lechuga con el objetivo de mantener y mejorar la fertilidad de los suelos, entre las que pueden destacarse las siguientes:
- Establecimiento de unos periodos mínimos al año para la recuperación de los suelos, durante el que se mantendrá el terreno en barbecho o bien se favorecerá el desarrollo de una cubierta vegetal, natural o inducida, preferentemente a base de gramíneas y/o leguminosas, o se realizarán prácticas de solarización o biofumigación.
- Rotaciones de cultivos, con un máximo de uno de cada tres ciclos de compuestas, recomendándose como precedente inmediato un ciclo de barbecho, un cereal o una leguminosa.
- Mantenimiento de unos niveles mínimos del 1 % de materia orgánica en el suelo, con enmiendas orgánicas, cuando sean necesarias.
- Control de la fertilidad y el equilibrio de los suelos mediante análisis periódicos de los mismos.
- Programas de fertilización ajustados a las necesidades nutricionales del cultivo, teniendo en cuenta los contenidos en suelo y aguas de riego, evitando los excesos, que pueden deteriorar o contaminar los suelos y las aguas subterráneas.
- Cuidado de la estructura del suelo mediante labores adecuadas.
- Retirada de las fuentes contaminantes, como son los materiales plásticos de acolchado o los envases de los insumos.
Preparación del terreno
Unas condiciones adecuadas del suelo van a favorecer el crecimiento del cultivo, evitando problemas a las plantas. Sin embargo, para conseguir estas buenas condiciones, es necesario realizar unas labores previas que doten al terreno de dichas cualidades favorables, como la porosidad, la capacidad de drenaje, la aireación, etc.
Méndez y Mendoza (2009) consideran preciso aplicar un fertilizante que contenga nitrógeno y fosforo durante la preparación del terreno. Después de esto, se debe meter una rastra de discos o un arado para terminar de romper los terrones, luego se rastrilla y se nivela. A continuación, se prosigue con la preparación de los surcos.
Previamente a la plantación, el suelo debe quedar suelto, ya que la lechuga requiere buena aireación. Las camas levantadas son ideales para la producción de la lechuga, con distancias entre éstas de 1.0 a 1.2 metros (Lardizábal, 2005).
Para Méndez y Bielza (2014), es conveniente realizar una labor de grada, realizando a continuación otra de ventilación de los horizontes más profundos, con vertedera o discos. También, otra labor de homogeneización del suelo, con fresadora, enterrando después el abonado de fondo y la enmienda orgánica con otro pase de fresadora, quedando de esta manera la tierra disgregada, mullida y abonada.
Por último, si la plantación se realiza en terreno llano, se procede seguidamente, pero si el cultivo se va a desarrollar en mesetas o bancas, se puede dar un pase de acaballonadora para configurar el soporte de cultivo, confeccionando posteriormente las mesetas con una maquinaria mixta, que consiste en una fresadora y una plataforma configuradora de éstas. Este conjunto puede llevar incorporado un rulo marcador de orificios, que indicará el marco de plantación.
Control de malas hierbas
Además de las condiciones físico-químicas del suelo, la limpieza de la parcela también supone un pilar fundamental de cara al inicio del cultivo. En esta tarea no se pueden descuidar las malas hierbas, que compiten con las plantas cultivadas por el agua y los nutrientes, además de albergar organismos patógenos que suponen una amenaza, resultando de especial importancia en los cultivos al aire libre.
Se suelen considerar tres tipos de prácticas frente a las malezas. Son las siguientes:
- Prácticas manuales. Se llevan a cabo en terrenos poco invadidos o cuando la lechuga no presenta aún un tamaño grande, aproximadamente a los 20 – 30 días después del trasplante. En este caso, además de entresacar la hierba, se aligera la estructura rompiendo la costra, pero en cualquiera de las circunstancias, intentando que su coste no resulte excesivo.
- Prácticas mecánicas. Se eliminan las malas hierbas con máquinas binadoras, que realizan esta labor en los laterales de la meseta y en el fondo del surco, siendo más económica su ejecución. En algunos casos, se emplea el acolchado de la meseta con polietileno negro de 20 a 25 micras de espesor, aunque para ello hay que tener una gran precisión del riego, para evitar problemas derivados de fisiopatías por asfixia radical o la proliferación de enfermedades criptogámicas.
- Prácticas por medio de tratamientos. Se emplean herbicidas selectivos, aplicados en los momentos de menor temperatura y radiación, evitando así las horas más calurosas del día y manteniendo el suelo con suficiente humedad. Las dosis utilizadas deben estar en función de la textura del terreno y de su contenido en materia orgánica. Por último, siempre es recomendable hacer una pequeña prueba previa al tratamiento definitivo para evitar problemas de fitotoxicidad como consecuencia de alguna circunstancia desconocida asociada al suelo.
Más historias
Impacto medioambiental del cultivo
Importancia del calcio frente a enfermedades y fisiopatías
Control biológico del pulgón