[vc_row][vc_column][vc_custom_heading text=»Introducción»][vc_wp_text]
Cydia pomonella, conocida también como carpocapsa o polilla del manzano, está considerada como una de las plagas más importantes, por no decir la principal, en dicho cultivo. Esta especie de lepidóptero de la familia Tortricidae causa numerosos y graves daños en las plantaciones, ya que sus larvas penetran en los frutos, produciendo el característico agusanado de la manzana. Sin embargo, también ataca a otros cultivos, como pueden ser peras, ciruelos, cerezos, membrillos o nogales, entre otros. Teniendo en cuenta la dificultad de control que presenta esta plaga, además de la superficie y la producción de manzanas existentes en México, especialmente en el estado de Chihuahua, debe ser considerada como un serio peligro fitosanitario.
[/vc_wp_text][vc_custom_heading text=»Origen y distribución»][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/2″][vc_single_image image=»8578″ img_size=»full»][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_wp_text]
La carpocapsa se considera originaria de Europa Oriental, igual que su principal cultivo hospedero. Este lepidóptero, junto con el manzano y otras pomáceas, se distribuyeron de forma inicial hacia el resto de Europa y Asia, para extenderse posteriormente hasta América, África y Oceanía (Shel’Deshova, 1967).
De este modo, la palomilla de la manzana fue introducida en Norteamérica, donde se convirtió en una plaga habitual de los manzanos. Actualmente, ha alcanzado una dispersión a nivel mundial, estando presente en algunas partes donde no había llegado hasta ahora, como ciertas regiones de África, Asia, América del Norte y del Sur, Australia y Nueva Zelanda.
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Por ello, Cydia pomonella se considera un insecto cosmopolita, presente prácticamente en todos los lugares donde se cultivan sus huéspedes (manzanos, perales, membrilleros, ciruelos, nogales, …) en los cinco continentes y en ambos hemisferios, aunque parece que existen ciertos lugares de Asia donde aún no se ha instalado de forma permanente, como Japón, Corea o algunas regiones de China y el sudoeste de Australia, debido a severos programas fitosanitarios, así como a un estricto control cuarentenario (Solomon, 1991).
Finalmente, como aportación histórica, se puede constatar el conocimiento de la existencia de esta plaga en las antiguas civilizaciones, donde los primeros registros de este insecto se remontan a los escritos de Theophrastus en el año 371 antes de Cristo. También Cato, el gran orador de la antigua Roma, hablaba de “manzanas abichadas” en su tratado de agricultura, escrito cerca del año 200 a.C. (Slingerland, 1898). Sin embargo, no es hasta finales del siglo XIX cuando empieza a ser nombrada esta plaga de manera continua en la literatura científica (Fernández, 2012).
[/vc_wp_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/2″][vc_custom_heading text=»Descripción y ciclo biológico»][vc_wp_text]
La descripción original de esta especie fue realizada por Linnaeus en 1758, en su “Sistema Nature” con el nombre de Phalaena (Tortrix) Tinea pomonella. Posteriormente, la misma especie fue descrita bajo otros nombres, considerados como sinónimos posteriores: Pyralis pomana (Fabricius, 1775) y Tortrix pomonana (Denis y Schiffermüller, 1775). A lo largo de su historia taxonómica esta especie ha estado asociada a tres géneros distintos, por lo que es común ver en la literatura científica numerosas citas.
Finalmente, la denominación correcta es Cydia pomonella, perteneciente a la familia Tortricidae, la cual cuenta con más de 5,000 especies en todo el mundo, cuya mayoría se comporta como plaga. Generalmente, se encuentran representadas en los climas templados y tropicales (Borror et al., 1989; Horak y Brown, 1991). A su vez, el género Cydia está representado en todas las regiones del mundo, aunque más de dos terceras partes de las especies descritas son holárticas. Muchas especies son monófagas, alimentándose de frutos y brotes apicales de las familias vegetales Rosaceae, Pinaceae, Leguminosae y Fagaceae (Horak y Brown, 1991).
Teniendo en cuenta la gran diversidad de especies que presenta dicha familia, la descripción detallada de cada uno de las fases de desarrollo, así como sus respectivos estadíos, resulta fundamental para una correcta identificación del insecto. En el caso de la carpocapsa, presenta las siguientes fases: huevo, larva, pupa y adulto. Fernández (2012) realiza la siguiente descripción de las mismas:
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– Huevos: Son blancos y esféricos recién puestos por la hembra. Después, ésta deposita una capa de sustancia adherente que los fija sobre la superficie de oviposición, tomando una forma circular aplanada en los bordes y algo elevada en el centro. Tienen un tamaño aproximado de 1.2 – 1.3 mm de diámetro.
En el momento de la oviposición, el interior del huevo, que se ve por la transparencia de la capa protectora y el corión, es opaco. A las pocas horas y, cuando se comienza a formar el embrión, éste se ve con forma de U o de herradura (translúcida). Más tarde, comienza la formación de distintas capas internas del embrión, denominadas membranas, formándose un halo rojo en la circunferencia del huevo. Por último, comienzan a ser visibles las partes esclerotizadas del embrión, especialmente la cabeza. Cuando la larva está completamente madura, corta con sus mandíbulas las capas exteriores en la zona lateral del huevo saliendo al exterior y quedando adheridos en hojas y frutos los restos de las oviposiciones, especialmente el corión, que se presenta como una escama brillante.
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– Larvas: Recién eclosionadas son de color blanco cremoso y la cabeza negra. Su tamaño es de 2.0 – 2.5 mm y pasa por cinco estadíos antes de transformarse en pupa o crisálida. Se ha encontrado que el tamaño de la cápsula cefálica es un indicador de confianza para inferir el estadío larvario. Atendiendo a este criterio, el valor promedio del ancho de la cápsula cefálica (con un error de ± 0.05 mm) se muestra en la tabla 1.
En cuanto a la longitud total del cuerpo, en el quinto estadío larvario varía entre 14 y 18 mm, con la cabeza de color marrón claro con tintes amarillentos. La placa torácica (pronoto) es del mismo color y presenta además pequeños puntos oscuros. La posición de la cabeza y el aparato bucal masticador está dirigida hacia abajo.
Estadío larvario |
Ancho promedio (mm) |
1º |
0.33 |
2º |
0.50 |
3º |
0.82 |
4º |
1.18 |
5º |
1.55 |
Tabla 1. Correlación del estadío larvario con el ancho de la cápsula cefálica
(Weitzner y Whalon, 1987).
Las larvas tienen seis ojos simples (ocelos), distribuidos de forma desigual, normalmente, con el sexto ocelo más próximo al número cuatro que al número cinco. El color del cuerpo varía desde un color rosado pálido al blanco cremoso, según la época del año o el estadío de la fase considerado. En el tórax se encuentran los tres pares de patas verdaderas de la larva. En el abdomen, los espiráculos son de forma elíptica con el par número ocho algo más grande y ubicado más dorsalmente que el resto.
El macho puede ser distinguido de la hembra en el quinto estadío de desarrollo debido a la presencia de los órganos reproductivos, que se observan como dos manchas oscuras de forma elíptica en el interior del cuerpo.
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– Pupas o crisálidas: Son de color marrón hacia tonos más oscuros, con bordes y espinas negras. El tamaño de la pupa varía entre 8 y 11 mm, siendo visibles diez segmentos abdominales. Las alas son anchas y no terminan en punta como en otros lepidópteros.
En esta fase de desarrollo también es posible diferenciar el sexo de las pupas mediante la observación del extremo del abdomen en los segmentos 6 – 8. Además, la hembra es generalmente de mayor tamaño y peso que el macho, aunque esta característica carece de importancia taxonómica.
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– Adultos: Responden a las típicas polillas de color gris, con una longitud entre 1.5 y 2.0 cm. Igual que en la fase anterior, la hembra es mayor y más pesada que el macho (16 – 42 mg frente a 12 – 21), aunque estos valores no deben usarse como diferenciador de los sexos, ya que pueden existir variaciones. Para este cometido el principal carácter taxonómico utilizado en dicha diferenciación es la morfología del extremo del abdomen de machos y hembras. Según Howel (1991), en la hembra se observa la papila anal, que es circular, de color marrón y del ancho de los segmentos abdominales. Además, aparece un punto oscuro sobre ésta, que es el orificio de cópula. Por su parte, el macho presenta un extremo abdominal cerrado, compuesto por un par de valvas que utiliza para sujetar a la hembra durante la cópula.
Las alas presentan los bordes rectos en las anteriores y redondeados (abanico) en las posteriores. Las anteriores en reposo caen en forma de techo a dos aguas y tienen una mancha bronceada (ocellus) en el extremo de cada una de ellas. Los ojos compuestos son grandes y esféricos y las antenas filiformes. El aparato bucal es el típico de los lepidópteros con la maxila modificada en forma de prosbosis. El abdomen tiene diez segmentos y entre el octavo y el noveno, la hembra posee, dorsalmente, una glándula para la liberación de la feromona.
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En lo referente a su ciclo de vida y desarrollo estacional, los insectos son organismos con escasas posibilidades de regular su temperatura corporal, por lo que su desarrollo está influenciado, fundamentalmente, por la temperatura ambiente, así como por el fotoperíodo (cantidad de horas de luz) y la humedad, aunque en menor medida (Chapman, 1998).
De este modo, el tiempo fisiológico que mide el desarrollo de los insectos se indica mediante la acumulación de días-grado. Esta metodología fue propuesta por primera vez para la carpocapsa por Glenn (1922), donde la relación entre la velocidad de desarrollo y la temperatura es aproximadamente lineal dentro de ciertos rangos, apartándose de la recta de ajuste cuando los valores de temperatura se acercan al umbral máximo y al mínimo. El primero fluctúa entre 29 º y 31 º C para huevos, larvas y pupas, hasta los 40 º C donde la mortandad es máxima al superar esta temperatura. Por el contrario, el umbral mínimo aceptado en la mayoría de los modelos fenológicos es de 10 º C (Pitcarin et al., 1991; Knight, 2007; Aghdam et al., 2009), aunque la mortandad de individuos por debajo de este valor no ocurre a menos que se produzca el congelamiento de los tejidos (T ª < 0 º C). Es conveniente señalar que las larvas en diapausa pueden tolerar temperaturas mucho más extremas.
[/vc_wp_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/2″][vc_wp_text]
Cydia pomonella, como todos los lepidópteros, tiene una metamorfosis completa, pasando por los cuatro estados mencionados (huevo, larva, pupa y adulto). Su ciclo de vida está sincronizado con la fenología de su hospedero más importante, el manzano, ya que las dos especies han evolucionado conjuntamente y tienen requerimientos ecológicos similares (Shel’Deshova, 1967; Westgood, 1978; Riedl, 1983).
Dependiendo de las condiciones ambientales, la palomilla de la manzana tiene dos o tres generaciones por año, incluso cuatro, los años especialmente calurosos como consecuencia de una mayor acumulación de temperaturas, aunque esta generación extra será de una magnitud muy reducida comparada con la previa (Cichón y Fernández, 1993).
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El periodo invernal lo pasa como larva completamente desarrollada en la corteza de los árboles frutales, grietas de los troncos y ramas o en el suelo, entre la hojarasca. Después de cumplimentar ciertos requerimientos ecológicos, las larvas reanudan su desarrollo para convertirse en pupas y, posteriormente, en adultos.
En el ciclo de la polilla del manzano no se puede olvidar el fenómeno de diapausa, definido como un estado fisiológico de detención del desarrollo, que permite al insecto sobrevivir a condiciones desfavorables (Beck, 1968), y cuya finalización puede ser desencadenada por frío, cambios en el fotoperíodo (duración del día) o por ambas condiciones combinadas (Wildbolz y Riggenbach, 1969; Sieber y Benz, 1980). A este respecto, Ashby y Singh (1990) demostraron que, prácticamente el 100 % de las larvas diapausantes de la carpocapsa, se reactivaron después de un período de 60 días de acondicionamiento (15 º C y total oscuridad) seguidos por 50 días de frío (2 º C y total oscuridad). La reactivación de las larvas invernantes debe ocurrir en el momento preciso para coincidir con el cuaje y desarrollo de los frutos de su hospedero.
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Un dato que puede ser interesante es que los manzanos requieren de un número de horas de frío por debajo de 7 º C a partir de la caída de sus hojas para romper la dormancia y florecer adecuadamente en la primavera (Westwood, 1978). Es muy probable que este requisito de los manzanos sea similar a las horas de frío que necesita esta polilla para romper su dormancia, aunque se ha encontrado que no todas las larvas necesitan acumular suficientes horas de frío y otras no muestran respuesta alguna al fotoperíodo, pudiendo finalizar la diapausa incluso bajo condiciones de fotoperíodos largos y altas temperaturas (Wildbolz y Riggenbach, 1969; Cisneros, 1971).
Según el modelo fenológico de Vermeulen et al. (1989), los primeros adultos aparecen en la primavera a partir de los 70 – 90 días-grado, coincidiendo con la floración de determinadas variedades. Después de la emergencia de los adultos es necesario un lapso determinado de tiempo para que los órganos sexuales maduren, las hembras puedan emitir su feromona atrayente, los machos sean capaces de detectarla, se produzca el cortejo, el encuentro y la cópula. Este período es denominado de pre-oviposición (Glenn, 1922).
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Posteriormente a la fecundación comienza la oviposición, donde las hembras pueden depositar un número promedio de huevos comprendido entre 132 y 162 (Howell, 1981), influenciado por las condiciones de fotoperíodo a las que está expuesta la hembra antes de su emergencia como adulto (Howell, 1981) y al tamaño corporal (Geier, 1963). Por esto, al comienzo y al final de la temporada, con días cortos, las hembras ponen menos huevos.
De forma paralela a la actividad de los adultos, la oviposición tiene lugar durante el crepúsculo, aproximadamente a partir de dos horas y media antes de la puesta del sol (Riedl y Loher, 1980). La mayor oviposición se produce durante los primeros cinco días de vida de la hembra (Gehring y Madsen, 1963; Vickers, 1977). Durante la primavera se observa que los huevos son puestos de forma aislada sobre hojas y frutos. Si las puestas son muy tempranas, su probabilidad de supervivencia es escasa.
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Las larvas recién eclosionadas de los huevos se descuelgan por medio de un hilo de seda, en busca de los frutos, para comenzar a alimentarse. Igualmente, si el huevo está puesto sobre un fruto, las larvas pueden atacarlo directamente, nada más eclosionar. El tiempo trascurrido entre el nacimiento de la larva y el comienzo del daño varía entre unos pocos minutos y algunas horas, dependiendo del lugar de oviposición y la temperatura ambiente (Fernández, 2012).
La acción de las larvas en el interior de los frutos se tratará en el siguiente apartado, correspondiente a los daños ocasionados por la plaga. Una vez fuera, se descuelga mediante la secreción de un hilo de seda, buscando un lugar protegido para tejer el capullo de seda que la resguardará de las condiciones climáticas, depredadores, parasitoides, etc. Generalmente, el lugar más propicio para refugiarse es el tronco del árbol, bajo la corteza.
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En este sentido, Sanderson (1908) encontró que el 70 % de las larvas se refugiaban en los troncos y el 30 % restante en las ramas más pequeñas, aunque también pueden hacerlo en otros lugares, como hendiduras y corteza de puntales, cajones usados durante la época de cosecha o hilos utilizados para atar ramas. Una vez conformado el capullo de protección en los lugares de refugio, las larvas de la primera y segunda generación que continúan su ciclo, se transformarán en pupa, emergiendo finalmente como adultos y reiniciando el ciclo.
Es necesario señalar que no todas las larvas se transforman en pupas y emergen como adultos, ya que, en distintos momentos de la temporada, una proporción de las mismas permanecerá en ese estado hasta la primavera siguiente como larvas en diapausa, pasando a integrar un lote de reserva de la plaga para el próximo año (Fernández, 2012).
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Según Powell (1964), la carpocapsa procede de un ancestro suyo que se alimentaba y taladraba los troncos de los árboles y que tenía la particularidad de depositar los huevos de forma aislada. En la actualidad, la polilla del manzano mantiene este hábito de oviposición, pero alimentándose en el interior de los frutos (Chapman, 1973).
Las larvas de este lepidóptero son las causantes de los daños en los cultivos al perforar la superficie y realizar galerías en las manzanas, lo que les provoca un deterioro estético, afectando a su calidad e impidiendo la venta en fresco de la fruta afectada. Por tanto, genera pérdidas económicas que pueden llegar a ser muy cuantiosas, tanto en las etapas de producción y empaque, como en la comercialización.
De esta forma, las larvas inician su actividad atravesando la epidermis del fruto y construyendo una cámara en espiral donde muda del primero al segundo estadío. Seguidamente, desarrolla una galería en la pulpa que, generalmente, se dirige hacia la zona carpelar donde se encuentran las semillas, en el corazón del fruto, las cuales son ricas en aceites (Hall, 1934). La entrada en el fruto se puede producir por distintos lugares de su superficie, tanto por la zona peduncular como por la zona calicinal. Esta última vía de entrada es especialmente predominante en las peras, debido a la dureza de algunos de los componentes de las células de la epidermis de estos frutos (Fernández, 2012).
Cuando la larva alcanza las semillas, generalmente ha mudado al tercer estadío, aunque pueden encontrarse también larvas pertenecientes al segundo, ingresando normalmente por la zona del cáliz del fruto, recorriendo un trayecto menor y sin la necesidad de construir una galería. Igualmente, es posible encontrar larvas de segundo o tercer estadío en distintos puntos de la galería, realizando tareas de limpieza, eliminando desechos y heces por el orificio de entrada.
[/vc_wp_text][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_wp_text]
Una vez alcanzadas las semillas, la larva se alimenta de éstas y muda al cuarto y quinto estadío en la zona del corazón del fruto. Completado el desarrollo en el interior, transcurridos de 25 a 30 días, la larva madura abandona el fruto por el mismo orificio de entrada o por otro construido en ese momento. Preferentemente, lo abandona durante la noche, cuando la temperatura supera el umbral mínimo de desarrollo de 10 º C (Charmillot, 1976).
Las manzanas son susceptibles al ataque de esta polilla durante todo el periodo de crecimiento y maduración, sufriendo los daños anteriormente descritos, es decir, la superficie del fruto roída, numerosas galerías en su interior y presencia de restos de excrementos en dichas galerías, que también pueden salir al exterior.
En el estado de Chihuahua, principal productor del país, incide en todos los municipios con huertos de manzano, donde se ha llegado a registrar hasta un 40 % de daños en los frutos (Jacobo y Ramírez, 1999). En ensayos realizados en condiciones de laboratorio se han alcanzado niveles de daño superiores al 80 % desde el momento del cuaje de los frutos hasta su madurez comercial. En campo, bajo situaciones de no uso de medidas de control, la cantidad de frutos dañados podría superar el 80 o 90 % (Fernández, 2012).
En perales, en situación de campo y sin la aplicación de medidas de control, los daños normalmente han alcanzado valores entre 40 y 60 %. Esta diferente susceptibilidad de las peras con respecto a las manzanas se especula que está relacionada con la presencia de concreciones de calcio (esclereidos) en las células de la epidermis de los frutos del peral (Westigard et al., 1976).
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La carpocapsa es una plaga particularmente difícil de controlar debido al breve periodo de exposición y a la limitada alimentación de la larva neonata entre la eclosión de los huevos y la penetración en la manzana (Jaques et al., 1994). La metodología generalmente empleada, como suele ocurrir, ha sido el control químico, basado en la aplicación de tratamientos insecticidas. Inicialmente, de amplio espectro (clorados, piretroides, organofosforados) y, más recientemente, inhibidores y reguladores del crecimiento. Estos insecticidas de síntesis, en especial los primeros, resultan dañinos para la fauna auxiliar y pueden favorecer el desarrollo de otras plagas aún más difíciles de controlar (Whalon y Croft, 1984), por no hablar de su toxicidad, tanto para el productor como para el consumidor, además del efecto contaminante que ejerce sobre el medio ambiente y la demanda, cada vez mayor, de productos libres de este tipo de residuos.
El hecho de llevar a cabo tratamientos de forma indiscriminada no siempre ha tenido la eficacia esperada, incluso en algunas ocasiones, el resultado ha sido decepcionante. Un aspecto muy importante que puede explicar el empeoramiento de dicho control durante las últimas décadas ha sido el desarrollo de resistencias a los insecticidas por parte de estos lepidópteros. Dicha resistencia ha sido ampliamente descrita en otros lugares del mundo (Riedl et al., 1985; Bush et al.,1993; Varela et al., 1993; Knight et al., 1994; Sauphanor et al., 1994). En Chile se han utilizado de forma tradicional los insecticidas organofosforados (González, 1989), mientras que en Europa y Estados Unidos las poblaciones de Cydia pomonella han ampliado su resistencia a diversos grupos químicos, como organofosforados, piretroides, inhibidores de síntesis de quitina y reguladores de crecimiento (Moffit et al., 1988; Welter et al., 1991; Bush et al., 1993; Knight et al., 1994; Chapman y Barrett, 1997; Sauphanor et al., 1998).
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Este problema va más allá, ya que se ha descrito la presencia de resistencia múltiple y cruzada en algunas poblaciones, lo cual ha complicado aún más la situación al no resultar efectivas las estrategias basadas en la alternancia de grupos químicos, así como incorporación de nuevos ingredientes activos con diferentes modos de acción (Bouvier et al., 1995; Sauphanor et al., 1998). La resistencia por parte de esta especie es, principalmente, de tipo metabólico, sustentándose en la acción de enzimas detoxificadoras que degradan los insecticidas antes de que éstos ejerzan su efecto tóxico sobre la plaga (Sauphanor et al., 1997, 1998; Bouvier et al., 2002).
En definitiva, existen en el mercado numerosas materias activas con efecto insecticida bajo distintas formulaciones. Sin embargo, su eficacia se ha ido reduciendo frente a esta plaga de manera progresiva, por lo que la metodología de control debe ser modificada, principalmente:
- Implantando estrategias de tratamientos basadas en el estudio del ciclo biológico de la especie y en las propiedades de los insecticidas.
- Integrando los tratamientos con otras medidas de control razonablemente efectivas. La combinación de todas ellas puede suponer unos mejores resultados.
- Llevando a cabo labores estrictas de vigilancia de la plaga que ayude a controlar su identificación, comportamiento y nivel de población.
De este modo, pueden aplicarse diferentes acciones o medidas, además de los tratamientos, que pueden ayudar a reducir la incidencia del ataque de esta polilla. Algunas de éstas son:
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Labores de monitoreo
Es muy importante implementar este tipo de métodos de vigilancia, teniendo en cuenta la importancia del daño que puede ocasionar Cydia pomonella en las plantaciones de manzanos. Normalmente, son las trampas de feromonas las que se utilizan para poder elaborar un monitoreo de la palomilla, debiendo ser revisadas cada 2 – 3 días desde la fecha de colocación de las mismas para obtener información en el desarrollo de sus curvas de vuelo y determinar el momento más adecuado para los tratamientos. De este modo, las trampas de feromonas sirven para estimar la presión de la plaga en una temporada determinada, donde un umbral de tratamiento podría ser la colocación de 4 trampas por hectárea, siendo necesaria la aplicación de insecticidas si hay más de 3 adultos por trampa y semana.
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La realización de una serie de prácticas culturales, como pueden ser la retirada periódica de manzanas visiblemente dañadas, de la corteza suelta de los árboles para reducir el número de refugios de invernada, la recogida de todas las manzanas del suelo después de la cosecha o la colocación de bandas de cartón para atrapar larvas diapausantes puede contribuir a reducir sus poblaciones (Judd et al., 1997).
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Cuidado y mantenimiento de los enemigos naturales de la plaga
En condiciones naturales, las poblaciones de carpocapsa disminuyen por la intervención de sus enemigos naturales, como pueden ser míridos y antocóridos (Heteroptera), Forfícula auricularia (Dermaptera), carábidos (Coleóptera), Parus spp. (Passeriformes), que actúan en diferentes etapas de su ciclo vital (Glen, 1982). El control biológico de este insecto es difícil, más aún si el efecto de los insecticidas resulta letal para la fauna auxiliar. Sin embargo, existen algunos insectos, como Trichogramma spp., que realizan un buen control, ya que estas pequeñas avispas (0.3 – 1.2 mm) depositan sus huevos dentro de las larvas de Cydia pomonella, parasitándolas para completar su ciclo.
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Dentro de este grupo de productos, dos de los más conocidos y utilizados se basan en la bacteria Bacillus thuringiensis y en el Virus de la granulosis de la carpocapsa. La primera es sobradamente conocida y empleada en la lucha contra las larvas de lepidópteros, siendo la cepa kurstaki la más utilizada y los tratamientos más efectivos cuanto más joven sea la larva. En cuanto al virus de la granulosis, fue aislado por primera vez en poblaciones naturales de México en 1963 (Tañada, 1964). Un aspecto importante es que una proporción de las larvas que sobreviven pueden llevar el virus latente, manteniéndolo en sus poblaciones y reduciendo así el potencial biótico de las mismas (Biache et al., 1999).
Los tratamientos con estos organismos ayudan a reducir las poblaciones de la polilla del manzano, obteniendo buenos resultados en determinadas condiciones. A esto hay que sumar ciertas cualidades muy positivas, como pueden ser su elevada especificidad, su inocuidad y su eficacia en el control de carpocapsa, contribuyendo a mejorar la calidad de la cosecha (Audemard et al., 1989). Por otra parte, las aplicaciones deben repetirse con mayor frecuencia (cada 1 – 2 semanas). Trabajos realizados por Miñarro y Dapena (2000), reflejaron buenos resultados con un número de tratamientos del granulovirus comprendido entre 6 y 8.
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– Otras acciones menos conocidas, pero que también pueden ser incluidas en los programas de control son:
- Actuación sobre la fase de diapausa (Jacobo-Cuéllar et al., 2005), a través de modelos cuantitativos, donde se pretendía conocer la ocurrencia temporal de la inducción de ésta en larvas completamente desarrolladas y la emergencia de adultos invernantes. También, generar un modelo de pronóstico de las mismas con base en la acumulación de unidades fototérmicas en condiciones de campo en la región manzanera de la Sierra de Chihuahua.
- Técnica de confusión sexual (Miñarro y Dapena, 2000), basada en la saturación del ambiente con la feromona sexual específica de la carpocapsa, dificultando de este modo el encuentro y acoplamiento entre machos y hembras, y evitando la correspondiente puesta de huevos fértiles. Entre los mecanismos por los que se interrumpe la orientación normal de los machos se citan la saturación de los receptores antenales, la competencia con los puntos de emisión de las hembras y el camuflaje de éstos (Cardé y Minks, 1995; Gut y Brunner, 1996). Para esta práctica, Charmillot (1990) considera 3 hectáreas el tamaño mínimo necesario para que la confusión sea efectiva, aunque se han obtenido resultados satisfactorios en parcelas de 1 ha (Bosch et al., 1998) e incluso menores (Judd et al., 1997; Vickers et al., 1998).
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Como hemos visto, Cydia pomonella supone una gran amenaza para los huertos de manzano, especialmente cuando sus poblaciones son elevadas. A esto hay que añadir las características de esta plaga, destacando la dinámica de sus diferentes estados fenológicos y su resistencia a los insecticidas. Por lo tanto, es preciso combinar todas los medios y estrategias de control disponibles para conseguir mantener el nivel de las poblaciones lo más bajo posible, comenzando por el monitoreo de las mismas y sumando labores culturales con tratamientos que sean respetuosos con los enemigos naturales, el medio ambiente, el aplicador y los consumidores.
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