Eric Rey saca de su maletín un recipiente de plástico medio lleno de arroz cocido. Los gruesos granos marrones tienen un aspecto normal. Huelen como el arroz corriente. Cuando me llevo un puñado de granos a la boca, no saben a otra cosa que a arroz: suaves, chiclosos y algo insípidos. Me asalta la tentación de tomar un frasco de salsa de soja y salarlo un poco, aquí donde me encuentro, en la cocina de las oficinas de Arcadia Biosciences, en Seattle (empresa de biotecnología de la que Rey es director ejecutivo).
Mi deseo de acentuar el sabor es algo extraño porque este arroz se ha cultivado en un terreno tan salado que mataría a la mayoría de vegetales. La planta fue modificada genéticamente para soportar esas condiciones, a imagen de unas plantas peculiares denominadas halófitas, que medran a sus anchas en litorales y marismas costeras. Me sorprende que los granos no me hagan curvar la lengua. Hago una cata de sabor a ciegas y los comparo con arroz no modificado y cultivado en agua dulce: no percibo diferencia.
«El arroz es el cultivo más valioso del mundo», en términos del volumen cosechado en 2012, asegura Rey, pero «en algunas partes de China, donde la salinidad no cesa de aumentar, ya no se puede cultivar nada». Rey cree que los nuevos conocimientos sobre los genes que ayudan a las halófitas a soportar las altas concentraciones de sal, combinados con los modernos métodos biotecnológicos para insertar esos genes en el arroz y otras plantas, podría ser la clave para alimentar a la humanidad.
Casi una cuarta parte de las tierras de regadío sufre la salinización del suelo a causa de las malas prácticas de riego. El aumento del nivel del mar también amenaza a decenas de millones de hectáreas de cultivos por la infiltración del agua salada. Si en esas regiones salobres se pudieran obtener buenas cosechas, sería posible alimentar a decenas de millones de personas más, un paso vital para asegurar el sustento de los dos mil millones de nuevas bocas que según las previsiones poblarán la Tierra a mediados de siglo.
No es ninguna quimera, afirma Eduardo Blumwald, botánico de la Universidad de California en Davis, cuyo trabajo constituye la base del arroz Arcadia. «Creo que ya es viable cultivar en agua reciclada y salobre de baja calidad, incluso en agua de mar diluida», opina. A unos 1100 kilómetros al sur de Seattle, los invernaderos de Blumwald en esa universidad están repletos de plantas de arroz de un color verde esmeralda, que crecen con vigor en estanques someros de agua salada. Él y algunos otros expertos de todo el mundo están transfiriendo genes de las plantas halófitas que toleran la sal a plantas de cultivo corrientes, no solo arroz, también trigo, cebada o tomates. (También se estudia el algodón.)
Sin embargo, para que estas semillas de la salvación arraiguen, tendrán que salir de los invernaderos y demostrar que pueden crecer bien expuestas a las tormentas, las sequías y los insectos dañinos. También tendrán que resistir la avalancha de dudas e inquietudes relacionadas con la seguridad y con la legislación que sacarán a relucir políticos, científicos y agricultores.
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