La lechuga, tal y como se conoce hoy día, se ha obtenido a lo largo de los años, por cruzamientos de otras especies del género Lactuca, comenzando desde especies silvestres. En la actualidad, es un alimento muy extendido en el mundo, cuyo consumo está, prácticamente, generalizado. Por ello, el presente artículo trata de mostrar una descripción de la morfología y el crecimiento de esta planta herbácea, así como una breve descripción de su evolución desde sus orígenes.
Origen y evolución
Existen ciertas dudas sobre el origen de la lechuga, aunque parece que sus inicios, cuando crecía de manera silvestre, se ubican probablemente entre Asia Menor y la cuenca del mar Mediterráneo (Vavilov, 1992).
Entre las especies participantes en la evolución que condujo a la lechuga moderna, se encuentra Lactuca serriola, hace unos 6 mil años (Vera, 2008), cuya evidencia radica en que los cromosomas de L. sativa y L. serriola son muy similares morfológicamente y no tienen problemas en cruzarse libremente (de Vries, 1990; Kesseli et al., 1991; de Vries, 1997).
En el proceso de domesticación por parte de los humanos, es decir, la transición a su forma comestible actual, se produjeron diversos cruzamientos (Lakhsmi, 2009). Sin embargo, a pesar de que este proceso ha generado nuevos genotipos, éstos han perdido en gran medida sus características de resistencia a plagas y a enfermedades, las cuales estaban presentes en el genoma de sus antecesores (Beintema, 2021).
La domesticación, probablemente, se inició en el área del Mediterráneo oriental, en Egipto, concretamente en la región del Tigris – Éufrates (Ryder, 1999). Desde Egipto, la lechuga cultivada y comestible, se extendió a otras zonas como Grecia, Roma y a toda la región Mediterránea, donde fue mencionada por Hipócrates en el 430 a.C. y Columela describió en Roma varios tipos en el 42 d.C. (Saavedra, 2017).
El primer registro de su cultivo en Europa Occidental fue encontrado en el herbario de Schöffer, en 1485, quien describió cuatro tipos de lechuga (de Vries, 1997). Posteriormente, después de ser cultivada y consumida en las regiones del Este, se llevó al continente americano por Cristóbal Colón en su segundo viaje, siendo reportada su presencia en la isla Isabella en 1494 (Ryder, 1999). En los 400 años siguientes a su introducción en América, se han desarrollado numerosos tipos y formas de lechuga, siendo cultivada en la actualidad, prácticamente, en todo el mundo (Saavedra, 2017).
Descripción morfológica
La lechuga, cuyo nombre botánico es Lactuca sativa, fue descrita por el científico naturalista sueco Carlos Linneus en 1753, y pertenece a la familia dicotiledónea más grande del reino vegetal, la Asteraceae, conocida anteriormente como Compositeae (Saavedra, 2017).
Es una planta herbácea anual autógama, que muestra una gran diversidad, principalmente por los diferentes tipos de hojas y hábitos de crecimiento que presentan las plantas. Esto ha llevado a diversos autores a distinguir variedades botánicas dentro de la especie, existiendo algunas que son importantes como cultivos hortícolas en distintas regiones del mundo (Maroto et al., 1999; Saavedra, 2017).
A continuación, se muestra una descripción morfológica de cada una de las partes de la lechuga, destacando lo siguiente:
- Raíz: Es pivotante, relativamente gruesa en la corona que se va estrechando gradualmente en profundidad, la cual puede ser variable. Presenta ramificaciones, existiendo la mayor densidad de raíces laterales cerca de la superficie, por lo que la absorción de nutrientes y agua se produce mayormente en los niveles superiores del suelo (Jackson, 1995). Si el cultivo se lleva a cabo mediante la modalidad de almácigo y trasplante, se rompe la dormancia apical y se produce generación de raíces adventicias, dando un sistema radicular más ramificado y superficial (Shimizu y Scott, 2014).
- Hojas: Están colocadas en roseta, desplegadas al principio, pudiendo continuar así durante todo su desarrollo (variedades romanas), o acogollarse más tarde. Muestran una considerable diversidad de colores, formas, tipos de superficies, márgenes y textura. Los bordes de los limbos pueden ser lisos, ondulados o aserrados, mientras que los grados de color verde de las hojas pueden variar desde oscuros a claros, aunque pueden cambiar por tintes amarillentos. Además, la presencia de antocianinas, que pueden estar en toda la hoja o en sectores concretos, aportan tonalidades diferentes (Tarigo et al., 2004; Saavedra, 2017).
- Tallo: Es cilíndrico, carnoso y ramificado que, en estado vegetativo es corto, de 2 a 5 centímetros, elongándose una vez que dicho periodo vegetativo llega a su madurez, comenzando entonces el periodo reproductivo. Un tallo simple termina en una inflorescencia (Tarigo et al., 2004; Saavedra, 2017).
- Inflorescencia: Es una densa panícula corimbosa, compuesta por muchos capítulos, que consisten en varios floretes, los cuales varían de 12 a 24. Cada florete consiste en un simple y ligulado pétalo amarillo con cinco dientes. La parte baja está fusionada como un tubo y rodea los órganos sexuales. Además, tiene un carpelo doble, que radica en un estilo elongado y un estigma dividido. También hay cinco estambres y las anteras están fusionadas formando un tubo (Ryder, 1999).
Las flores, amarillas y dispuestos en racimos, abren alrededor de 10 días después de su aparición, una sola vez por la mañana, permaneciendo abiertas durante una hora si el clima es cálido, o varias si es fresco y nublado. Cuando la flor se abre, el estilo se elonga mientras las anteras dehicen desde adentro, siendo barrido el polen suelto hacia arriba por el estilo y los pelos del estigma (Ryder, 1999; Tarigo et al., 2004).
- Frutos: Se denominan aquenios, y están coronados en la parte superior por pelos. Maduran, aproximadamente, 2 semanas después de la fecundación y pueden ser de diferentes colores, desde negro a gris, pasando por blanco, marrón o amarillo (Mou, 2008).
- Semillas: Están provistas de pelos simples. Las recién cosechadas, normalmente, tienen un periodo de dormancia corto, aunque la mayoría de los cultivares presentan diferentes niveles de termodormancia (Tarigo et al., 2004; Mou, 2008).
Germinación y crecimiento
Como se ha indicado anteriormente, la semilla de la lechuga es, botánicamente, un aquenio, definido como un fruto seco e indehiscente de una sola semilla, la cual se embebe en agua para activar una serie de mecanismos fisiológicos con los que se inicia el proceso de germinación, que consta de varias etapas (Gray, 1975; Ryder, 1999):
- Imbibición con agua. Ésta penetra e hidrata las membranas celulares. Una vez activadas, se inicia el crecimiento de la radícula hasta que rompe la testa y comienza la elongación, apareciendo los cotiledones. Este proceso es de crecimiento y elongación de tejidos, dependiente de las reservas alimenticias que tenga la semilla y de la humedad presente.
- Cuando la plántula emerge y recibe luz, se convierte en autótrofa, estando las raíces completamente habilitadas para absorber agua y nutrientes. Asimismo, los cotiledones pueden realizar la fotosíntesis hasta que emerja el primer par de hojas verdaderas.
- Influencia de la temperatura. Es importante en la germinación de las semillas de lechuga, estableciendo el rango óptimo de crecimiento entre 18 º y 21 º C. Temperaturas superiores a 26 º C pueden inhibirla, lo que se conoce como termodormancia, que va a depender del tipo y la variedad. Los tipos escarolas son menos susceptibles a termodormancia que los tipos costinas y españolas.
En lo que respecta al crecimiento de la lechuga, éste puede ser dividido en cuatro estados o fases: plántula, roseta, encabezamiento (no se da en todos los tipos) y reproductivo, descritas a continuación según Ryder (1999).
El estado de plántula comienza una vez que ha ocurrido la protrusión de la radícula a través de la cubierta seminal, distinguiéndose tres etapas: germinación de la semilla (la radícula emerge y se transforma en la raíz pivotante), emergencia de los cotiledones (éstos se expanden) y formación del primer par de hojas verdaderas (ocurre a las 2 semanas).
El hipocótilo también crece después de la emergencia de la radícula, como consecuencia de la elongación y la división celular. La elongación puede verse reducida por la exposición a la luz. De este modo, las plántulas de lechuga germinadas con baja intensidad lumínica, alargan más el hipocótilo, produciendo etiolación de la plántula, conteniendo así más agua que tejido y, por tanto, serán bastante débiles. Sin embargo, los cotiledones se desarrollan con normalidad.
Por su parte, la plántula continúa generando hojas verdaderas, siendo cada hoja nueva más ancha que la precedente, e insertándose en un tallo corto, formando una roseta plana. La estructura varía según el tipo de lechuga. Así, las plantas crean hojas individuales en una sucesión, incrementándose esta tasa de formación con aumentos de intensidad y de temperatura. Asimismo, el ancho y el largo de las hojas se ven directamente influenciados por la duración del día y su intensidad lumínica, lo que supone que días largos y alta intensidad lumínica, como sucede en primavera, incrementan el ancho de las hojas, mientras que días cortos y baja intensidad lumínica, como ocurre en invierno, estimulan el alargamiento de las hojas (Bensink, 1971; Van Holsteijn, 1980; Wurr y Fellows, 1991).
Finalmente, los órganos reproductivos de la planta se forman de manera temprana, aunque su crecimiento se genera después de concluir el ciclo vegetativo. El tallo floral experimenta un alargamiento, normalmente, en respuesta a la longitud del día y a las altas temperaturas. De este modo, se elonga, emergiendo del centro de la cabeza o roseta, produciendo una flor terminal, la cual limita la altura final de la planta. Además, dicho tallo genera ramificaciones, formando las floraciones secundaria y terciaria.
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