La lechuga es un cultivo que reúne algunas características especialmente propicias para la incidencia de organismos fitopatógenos causantes de enfermedades, como es el caso de Botrytis y Mildiu. Un manejo de cultivo que aporte demasiada agua, exceso de fertilizantes nitrogenados y con unas condiciones ambientales de temperaturas suaves y humedades relativas altas será muy susceptible de contraer alguna enfermedad, por lo que las medidas preventivas se antojan fundamentales para reducir este riesgo.
Pudrición o moho gris
Esta enfermedad es conocida comúnmente en horticultura como el “moho gris”, cuyo responsable es el hongo ascomiceto Botrytis cinerea, que es polífago y afecta a las plantas en cualquier estado de desarrollo. Además, parasita a sus huéspedes para alimentarse de ellos por medio de la producción de toxinas y compuestos químicos que destruyen las células de su huésped para así alimentarse de las células muertas (Elad et al., 1996).
Se caracteriza por sus abundantes conidios (esporas asexuales) y su producción de esclerocios como forma de alta resistencia en cultivos viejos. Dichos conidios son su medio de multiplicación y dispersión, los cuales pueden ser arrastrados por el agua y el aire (Ngah et al., 2018).
Los órganos de la planta que presenten heridas, con cutícula muy fina o envejecida, como cotiledones en plántula u hojas exteriores senescentes en plantas adultas, son los más propicios para que se instale. Las condiciones ideales para el desarrollo de la enfermedad responden a una elevada humedad relativa, temperaturas comprendidas entre 18 º y 20 º C y poca luminosidad (Méndez, 2014).
El micelio del hongo se puede desarrollar a temperaturas de 5 º C, aunque para producir conidios la temperatura debe ser superior. Se conserva en los restos vegetales y en el suelo en forma de esclerocios (estructuras redondeadas, negras y consistentes), más pequeños que los de Sclerotinia, o viviendo de la materia orgánica como saprófito (Méndez, 2014).
En cuanto a los daños ocasionados a los cultivos, la pudrición gris se considera responsable de grandes pérdidas durante el cultivo (hasta el 60% de la producción) y después de la cosecha, cuyos síntomas iniciales aparecen en las hojas más viejas como manchas de color amarillo a café, cubiertas más tarde por el característico moho gris, que significa que el patógeno ya ha esporulado (Fonseca, 2015). Los daños son graves cuando se dan las condiciones óptimas para la infección, con una dispersión rápida del hongo.
Se instala en tejidos afectados por causas mecánicas, fisiológicas o afectados por otros microorganismos, produciendo daños en las hojas y en el cuello de las plantas, que adquieren aspecto aceitoso al principio, después color marrón y, finalmente, se necrosan. En el frente de colonización se aprecia una coloración rojiza entre el tejido afectado y el sano, mostrando una podredumbre blanda. Si las condiciones favorables persisten, puede tener gran trascendencia en la postcosecha (Méndez, 2014).
En los semilleros la enfermedad se presenta en pequeños rodales, iniciándose los ataques en los cotiledones. Las plantas pequeñas pueden mostrar síntomas, inicialmente unilaterales, llegándose a extender a toda la planta. En los terrenos de cultivo, las plantas afectadas se distribuyen de forma aislada o en pequeños rodales cuando son jóvenes (Giraldo, 2024).
En plantaciones adultas la distribución por rodales es frecuente, llegándose a producir dispersión por contacto entre plantas cuando la densidad de plantación es elevada. Las variedades de porte erecto resultan menos afectadas que las acogolladas al tener menor cantidad de hojas en contacto con el suelo. Las de cutícula espesa resultan menos susceptibles a los ataques (Méndez, 2014).
Por otra parte, la sensibilidad al Tip-Burn facilita la instalación del hongo y su posterior progresión. En el periodo de post-recolección, los tejidos afectados por conidios que quedan en el interior del cogollo hacen de Botrytis cinerea uno de los patógenos más peligrosos al desarrollarse las podredumbres en las partes internas, pasando desapercibidas en el envasado y apareciendo más tarde en las piezas envueltas en plástico.
Algunas de las medidas de control, además de la aplicación de tratamientos, están enfocadas a reducir las condiciones favorables para su desarrollo y dispersión, como son:
- Colocación de sistemas adecuados de ventilación en el semillero.
- Elección de marcos de plantación adecuados, menos densos, que permitan mejor aireación, según el ciclo de cultivo y las características de la variedad.
- Adopción de medidas de higiene en las parcela de cultivo.
- Retirada de plantas con síntomas de la enfermedad.
- Aplicación de una fertilización equilibrada, evitando los excesos de nitrógeno.
- Gestión adecuada del riego, sin aportar una humedad excesiva.
- Desinfección de las herramientas y del personal.
En la producción de lechuga en sistema hidropónico el hongo ataca, principalmente, en etapas tempranas (plántulas), generando daños en el follaje, incluso la muerte de la plántula. También puede infectar las lechugas durante el ciclo de cultivo, mostrando sus daños en el momento previo a la cosecha. Por tanto, las estrategias de control deben aplicarse desde la siembra a través de labores culturales basadas en la reducción de la humedad ambiental, evitando el riego excesivo y la acumulación de agua sobre las hojas (Giraldo, 2024).
Mildiu velloso
El hongo responsable de esta enfermedad es Bremia lactucae, que puede resultar un serio problema cuando se dan las condiciones favorables para su desarrollo y diseminación, produciéndose epidemias explosivas de muy difícil control, por ocurrir en cortos periodos de tiempo (Méndez, 2014).
Los síntomas en plantas más desarrolladas se muestran como manchas amarillas de tamaño variable en el haz del limbo, delimitadas por las nervaduras secundarias, culminando en lesiones de color pardo. En el envés de la zona amarilla aparece un fieltro blanquecino, formado por las fructificaciones arborescentes. Con el tiempo, la zona central de las manchas confluye, formando grandes áreas marrones necrosadas. La enfermedad progresa hacia las hojas interiores donde el síntoma inicial es un aspecto aceitoso (Matheron, 2015).
La reproducción del hongo se realiza, mayoritariamente, por vía asexual, pero también lo puede hacer por vía sexual, con el cruzamiento de tipos de compatibilidad genética, dando lugar a oosporas. Las epidemias se producen gracias a la multiplicación del hongo por vía asexual mediante zoosporas encerradas en esporangios formados en fructificaciones arborescentes, pudiendo continuar la infección hasta post-cosecha si quedan esporangios sobre las hojas en el momento de embolsar con plástico las plantas (Méndez, 2014).
Los esporangióforos emergen a través de los estomas, generando una considerable cantidad de esporas asexuales responsables de provocar nuevas infecciones, siendo dispersadas por el agua y el viento hacia plantas saludables (Kunjeti et al., 2016).
La temperatura óptima de desarrollo se sitúa en torno a 15 º C, aunque puede crecer a temperaturas entre 2 º y 20 º C, necesitando de altas humedades para la germinación de los esporangios y para la infección de la planta, viéndose favorecida cuando hay variaciones térmicas entre el día y la noche. Las temperaturas límite para su desarrollo son – 3 º C y 31 º C. Las esporas germinan a temperaturas de 10 º a 17 º C y humedad relativa próxima al 100 % (Méndez, 2014).
La contaminación de los tejidos se produce a través de los estomas, viéndose favorecida por bajos niveles de luz (días nublados), aunque puede penetrar directamente a través de las células de la epidermis, durando el proceso de 8 a 10 horas en condiciones óptimas, en las cuales la duración de un ciclo completo del hongo es de 7 a 9 días, requiriendo de agua libre sobre los tejidos vegetales para que las zoosporas puedan germinar (Fonseca, 2015).
Considerando lo anterior, el control de esta enfermedad resulta dificultoso cuando las condiciones son favorables para su desarrollo y dispersión. Se pueden adoptar algunas medidas preventivas al respecto para paliar sus efectos:
- Adecuada ventilación de los semilleros.
- Preparación adecuada del terreno, tratando de evitar encharcamientos.
- Correcto manejo del riego y los fertilizantes, evitando senescencias prematuras de los tejidos.
- Adecuados marcos de siembra y plantación para facilitar la aireación.
- Ambientes controlados, en la medida de lo posible, reduciendo las condiciones propicias a la enfermedad.
- Desinfección de herramientas y personal.
- Eliminación de los restos de cultivos precedentes sensibles al hongo.
- Labores culturales y de cosecha higiénicas.
- Uso de variedades con cierta resistencia al mildiu.
En lo concerniente al último punto, se conocen resistencias al mildiu en Lactuca sativa y en Lactuca serricola, introducidas en variedades comerciales. Las resistencias incorporadas, que pueden agrupar cuatro o cinco genes de resistencia en la misma variedad, son monogénicas, resultando fácilmente superadas por el hongo (Méndez, 2014).
Asimismo, las altas densidades de inóculo del hongo (cuando las condiciones ambientales son óptimas para su crecimiento), unido a una deficiente vegetación, facilita la infección y, por tanto, la rotura de las resistencias. Por ello, es conveniente establecer estrategias de control combinadas (genéticas y químicas), tratando de evitar la rotura de dichas resistencias. Actualmente, existen resistencias parciales o tolerancias generales a este hongo en algunos tipos de lechuga, las cuales resultan insuficientes para evitar daños con repercusión económica (Méndez, 2014).
Finalmente, en la producción hidropónica de lechuga bajo sistemas protegidos, el mildiu velloso se presenta como una enfermedad que afecta principalmente las primeras etapas de crecimiento, generando problemas económicos, a veces serios, como consecuencia de las reducciones en la producción (Giraldo, 2024).
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