22/11/2024

Revista InfoAgro México

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Riego y fertilización en cultivo de Apio

Riego y fertilización en cultivo de Apio

 

  1. Introducción

 

  1. Aspectos del riego

 

  1. Manejo de la fertilización

 

  1. Introducción

 

El cultivo del apio requiere de un nivel de humedad óptimo en el suelo para rendir y desarrollarse de forma satisfactoria. Por ello, es fundamental realizar una estrategia adecuada, no solamente en lo referente al volumen de agua, sino también al reparto del mismo. En cuanto a la necesidad de elementos nutritivos, el apio es especialmente sensible a la deficiencia de algunos en concreto, como sucede con el calcio, cuya carencia provoca la fisiopatía denominada black heart, asociada también al nivel de humedad. Por tanto, realizar un correcto balance del agua y los nutrientes va a determinar unos mejores resultados de cara a la cosecha final.  

 

  1. Aspectos del riego

 

Teniendo en cuenta que el cultivo de apio es exigente en lo que a humedad de suelo se refiere, es preciso aportar un volumen suficiente de agua, dependiendo de las condiciones en las que se desarrolla el cultivo, principalmente atendiendo a factores como el sistema de riego empleado o si es bajo cubierta (o no).  

 

La investigadora López-Marín (2017), en uno de sus trabajos sobre el cultivo de apio al aire libre recomienda, después del trasplante, dar un riego abundante, de unos 400 m3 por hectárea, para dotar al terreno de una buena condición de humedad en la fase inicial. Posteriormente, le debe seguir un período de sequía de un par de semanas para fomentar el desarrollo del sistema radicular, pero siempre dependiendo de la climatología reinante, hasta que la planta muestre de 3 a 4 hojas.  

 

Si se aplica sistema de riego localizado, las aportaciones son más cortas y continuas, creando una franja de humedad constante. En estos sistemas, la distribución del agua se realiza mediante mangueras porta-emisores de polietileno negro, con diámetros interior/exterior de 16/18 mm, cuyos goteros están separados 40 cm entre sí y tienen un caudal nominal que oscila entre 2 y 4 litros por hora, a una presión de 1 atm en la salida del cabezal de riego. También se pueden utilizar cintas de exudación con una densidad de emisores similar a los anteriores, con la ventaja de generar la banda húmeda deseada en el suelo con una mayor rapidez, pero con el inconveniente de tener una vida útil más corta en relación al coste de inversión (González et al., 2001).  

 

Según recomendación de Vicente y Moreno (2000), durante el cultivo se deben programar 2 o 3 riegos semanales, con un caudal moderado, en torno a 10 – 12 m3, sin olvidar que se trata de una planta exigente en calidad de agua, no solamente en cantidad. Considerando su sensibilidad a la salinidad en el entorno radicular, los valores aplicados en fertirrigación no deberían superar 1.8 dS m-1 de conductividad eléctrica total (entre agua y fertilizante).  

 

El aspecto de la salinidad del agua podría ser abordado igualmente en el apartado de fertilización. Sin embargo, la concentración de sales disueltas en el agua debe ser tenida en cuenta en el manejo del riego, tanto en la dosis como en la frecuencia. Finalmente, en lo que respecta a la conductividad eléctrica, un valor elevado de ésta ralentiza el crecimiento de la planta, además de dificultar la asimilación de los elementos presentes en el suelo, aumentando también el riesgo de aparición de fisiopatías como sucede, por ejemplo, en el caso del calcio, provocando el denominado “corazón negro” (black heart).  

 

Es importante destacar que, en épocas calurosas, como ocurre en los ciclos de primavera, cuando la temperatura es elevada y el ambiente tiende a ser más seco, la aplicación del riego a la caída del sol va a favorecer la asimilación de elementos fertilizantes poco móviles por parte de la planta (López-Marín, 2017). 

 

Vicente y Moreno (2000), estiman como caudales hídricos globales, a modo de referencia, un suministro comprendido entre 5 y 6 mil m3 por hectárea para los ciclos de cultivo de invierno, si se realiza a través del riego localizado, pudiendo alcanzar hasta 8 mil m3 ha-1 si se aporta mediante riego tradicional.  

 

En cambio, ciclos de primavera con riego localizado, suponen unos caudales inferiores, reduciéndose hasta los 3,500 – 4,500 m3 ha-1, debido a que el acolchado negro de polietileno que se utiliza en las parcelas, de 15 a 20 micras de espesor, unido a las cubiertas flotantes de polipropileno, de 17 g m-2, habituales en estos ciclos, reducen la evaporación del agua de riego, incrementando de esta forma, su efectividad y ahorro. 

 

  1. Manejo de la fertilización

 

A la hora de llevar a cabo las estrategias de nutrición del cultivo deben tenerse en cuenta datos esenciales como las extracciones de los cultivos, las variables climáticas, las características del agua de riego, la fertilidad del suelo, el tipo de material vegetal usado (verde, blanco o dorado), el sistema de riego, etc. 

 

López-Marín (2017), reporta los siguientes datos extraídos de cultivos de apio en comarcas productoras, así como algunas recomendaciones en las dosis de fertilización: 

 

  • Extracciones por ciclo de cultivo: 150 kg de nitrógeno, 50 kg de fósforo y 250 kg de potasio. 

 

  • Contenido en cada tonelada de materia fresca cosechada: 3.5 UF de N, 1 UF de P2O5, 7.5 UF de K2O, 1.6 UF de CaO y 0.5 UF de MgO. 

 

La fertilización destinada a aportar elementos nutritivos al suelo para que sean consumidos por las plantas, sobre todo en suelos ligeros, puede hacerse de dos maneras: la forma tradicional, empleando abonado de fondo seguido de una fracción complementaria en cobertera, y otra forma más actual, utilizando en su totalidad la técnica de fertirrigación (fertilizantes diluidos en el agua de riego).  

 

En el caso del aporte tradicional, es preciso comprobar, primeramente, el contenido de materia orgánica del suelo, siendo recomendable que tenga un contenido mínimo de un 1 %. Si se pretende incrementar dicho porcentaje orgánico, se pueden llevar a cabo aportes de estiércoles, como gallinaza o de bovino, en una relación aproximada de 30 a 40 mil kg ha-1, a los que pueden acompañar determinados abonos minerales como algún fertilizante de composición triple o sulfato de magnesio. Más tarde, durante el cultivo, se aplicarán 120 UF de nitrógeno y 160 UF de potasio, como abono de cobertera. 

 

En el caso de usar fertirrigación, se recomienda aplicar unas cantidades aproximadas de elementos minerales, para obtener una producción bruta de 90 toneladas de apio por hectárea, en torno a: 311 kg ha-1 de N; 85 de P2O5; 680 de K2O; 75 de Ca y 25 de Mg. 

 

Además de las cifras de extracción y dosificación, es muy importante tener en cuenta algunos aspectos que resultan fundamentales en el manejo nutritivo del cultivo, con independencia de la casuística que pueda rodear a éste. Algunas consideraciones generales a este respecto son (González et al., 2002; López-Marín, 2017):  

 

– En invierno se recomienda intensificar las dotaciones nutritivas como consecuencia del menor ritmo de absorción de la planta. 

 

– En primavera se ralentiza, más concretamente, la absorción del fósforo.  

 

– Las aportaciones de elementos nutritivos deben ser aumentadas por adiciones de boro, magnesio y calcio, de los cuales el apio es, normalmente, deficitario. 

 

– Se podría establecer una interrelación entre las fases de crecimiento de la planta y la carencia de fertilizantes aportados. 

 

– Durante los 45 días siguientes al trasplante, hay que intentar conseguir un desarrollo rápido de la planta, seguido por el del sistema radicular, aportando para ello, nitrógeno y fósforo.  

 

– Posteriormente, el objetivo es detener la fase de roseta y fomentar la elongación de las hojas, favoreciendo las aportaciones de nitrógeno y potasio, en una proporción de 1 – 0.1, dejando ya el fósforo, que podría provocar la conocida “subida a flor”.  

 

– En la etapa siguiente, orientada al engrosamiento de los pecíolos de las hojas, evitando el ahilamiento de la planta, las aportaciones de nitrógeno y potasio deben cambiar sus proporciones a 1 – 2, siempre que se mantengan niveles adecuados de nitrógeno al final del ciclo productivo. 

 

– Si se utilizan aguas de riego que contienen en disolución 2 o más meq l-1 de Ca y 1 de Mg, hay que considerar que éstas aportan ya el contenido suficiente para el cultivo de ambos elementos. Como dosificación extra, en fases de crecimiento rápido, y para evitar la aparición de alguna fisiopatía, se aconseja aportar foliarmente 75 UF de Ca y 25 UF de Mg. 

 

– Cuando se entierran los restos de cultivo constituidos por raíces y hojas no recolectadas, deben considerarse como una adición extra de elementos nutritivos que, por término medio, podrían fijarse en 70 – 100 kg ha-1 de N, 70 de P2O5, 150 – 200 de K2O y 15 – 20 de MgO, repercutiendo en la contabilidad fertilizante del cultivo siguiente, especialmente en el caso del nitrógeno, en lo que respecta a los suelos vulnerables. 

 

Hemos visto, lo importante que pueden resultar los programas de riego y fertilización en el cultivo del apio, el primero, por la exigencia en agua que éste tiene, prestando también atención al contenido de sales disueltas y, el segundo, por la importancia que supone aportar los nutrientes necesarios, sobre todo en la fase fisiológica en la que éstos son requeridos.