22/11/2024

Revista InfoAgro México

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Condiciones óptimas de cultivo

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El cultivo de la vida es muy importante a nivel mundial, representado por algunos países que tienen una larga tradición vitivinícola. La obtención de la uva supone una cierta diversidad en cuanto a productos se refiere, como su consumo en fresco, la amplia industria de las bebidas, etc. En nuestro país, la producción de uva va aumentando poco a poco durante los últimos años. Por esto, resulta de cierto interés conocer algunos aspectos que pueden afectar a su desarrollo y producción, especialmente los que son más favorables para mejorar su rendimiento.

[/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=»1/6″][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/6″][/vc_column][vc_column width=»2/3″][vc_row_inner][vc_column_inner width=»1/2″][vc_custom_heading text=»Un poco de historia»][vc_column_text]

La especie Vitis vinifera, de la cual derivaron la mayoría de las variedades conocidas, se cultivó por primera vez en el Cáucaso en el 6,000 a.C. El cultivo progresó hacia Egipto y Fenicia alrededor del 3,000 a.C. y en el 2,000 a.C. llegó a Grecia, para más tarde pasar a Italia, Sicilia y el norte de África. En España, Portugal y Francia se comenzó a cultivar en el 500 a.C. Finalmente, se extendió hacia el este y el norte de Europa, llegando incluso a las Islas Británicas.

Ya en nuestro entorno próximo, la viticultura se originó en California en 1769, cuando los monjes españoles instalaron sus misiones por toda la región. La variedad que cultivaron fue una uva de origen Europeo llamada “Mission”, de la cual sacaban el vino sacramental. La expansión de las uvas cultivadas para comer en fresco se produjo alrededor del 1800, cuando un gran número de colonizadores reconoció las grandes posibilidades que presentaban las tierras mexicanas para el cultivo de esta fruta. William Wolfskill plantó la primera cepa en los alrededores de lo que actualmente se conoce como “Los Ángeles”. Además, la primera variedad mediterránea conocida la cultivó William Thompson en Sacramento en el año 1860. Dicha variedad se conoce en la actualidad con el nombre de “Thompson” (Horticultura Internacional, 1998).

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La vid es un arbusto caducifolio que pertenece a la familia Vitaceae, cuyo género tiene como nombre científico Vitis. Este género comprende más de 60 especies, de las cuales las más importantes son: Vitis berlandieri, V. rupestris, V. riparia, V. labrusca y V. vinifera. Las cuatro primeras se conocen como vides americanas y se usan en hibridaciones para producir patrones, mientras que Vitis vinifera es reconocida como la vid europea y agrupa a la mayoría de las variedades cultivadas (Pérez, 2000).

Es una planta leñosa que presenta el tronco retorcido y la corteza rugosa. Si se deja crecer libremente puede alcanzar gran longitud, pero mediante la poda anual queda reducida a un arbusto de escasa altura. Las plantas están constituidas por tallos trepadores mediante unos órganos especializados llamados zarcillos, los cuales se enroscan y sirven para sostenerla. En casi todas las variedades, los zarcillos se disponen en posición opuesta a las hojas, endureciéndose en cuanto encuentran soporte.

Las ramas jóvenes, denominadas sarmientos, son flexibles y muy engrosadas en los nudos, sobre los cuales se disponen de manera alterna las hojas, que resultan grandes, con el borde dentado, estípulas caducas, nerviación palmada y limbo suborbicular, entre otras características.

Las flores, generalmente son pequeñas, verdosas y hermafroditas, que se agrupan formando racimos unisexuales. Los sépalos están soldados e inconspicuos, a veces reducidos a un anillo. Los pétalos son verdosos, coalescentes en la parte superior y precozmente caducos. Los estambres son erectos al principio y después reflejos. El ovario tiene forma de ovoidea a globosa, con un solo estigma.

El fruto es una baya globosa recubierta de un polvo fino y blanco, con varias semillas piriformes ovoides con chalaza elíptica, dos surcos longitudinales separados por una cresta aguda, el ápice redondeado y el endospermo trilobulado. Se obtienen en vides de 2 años, que se cortan después de la recolección.

En la unión de la hoja y el sarmiento nacen las yemas. Una vez formadas, maduran dentro de su cubierta durante toda la temporada de crecimiento. Al final de la misma, cada yema albergará las estructuras que darán vida, en el siguiente ciclo, a los futuros sarmientos (o tallos jóvenes), con sus correspondientes hojas, flores y zarcillos.

La vid posee tres tipos de yemas:

  • Yema principal. Es la que brota más frecuentemente y se compone a su vez de tres yemas: primaria, secundaria y terciaria, siendo la más importante la primaria porque trae la producción de la temporada.
  • Yema pronta (o anticipada). Es una yema que puede brotar en la misma temporada que la yema principal, dando origen a un brote anticipado. Puede producir fruta, aunque ésta será de baja calidad. Por lo general, son ramas improductivas.
  • Yema latente. Brota sólo en condiciones extremas, como una fuerte fertilización nitrogenada o una poda excesiva, dando origen a un brote muy vigoroso en madera vieja (tronco, por ejemplo) llamado «chupón». Este brote es netamente vegetativo, por lo que no produce fruta y si lo hace es de mala calidad.

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La vid se cultiva hoy en día en las regiones templadas y cálidas de todo el mundo. Generalmente, en las zonas cuyas latitudes están comprendidas entre los 20 º y 50 º Norte – Sur del Ecuador, donde están bien definidas las cuatro estaciones del año (Pérez, 2000).

En estas regiones, el crecimiento y la floración están controlados por la temperatura. De este modo, los ciclos de desarrollo y producción ocurren durante la primavera, el verano y a comienzos del otoño, después el crecimiento se detiene en otoño e invierno, perdiendo las plantas el follaje y permaneciendo en estado de inactividad fisiológica (invernación). En el trópico, la planta permanece siempre verde y no pierde el follaje, lo que permite generar 2 – 3 cosechas al año, dependiendo de la variedad y la zona.

El principal factor climático que influye sobre la vid es la temperatura, la cual presenta sus valores óptimos entre 15 º y 25 º C. Puede soportar bajas temperaturas, incluso alguna helada, aunque eso dependerá de las características del cultivo, así como de las circunstancias del entorno.

Durante el periodo vegetativo, las plantas deben acumular una cantidad determinada de calor diario para madurar posteriormente sus racimos de forma adecuada. Esta acumulación de temperatura oscila entre 2,500 º y 4,000 º C, dependiendo de la cepa.

En cuanto a su preferencia por los suelos, las principales propiedades de los mismos son:

  • Textura franco – arenosa.
  • Suficiente contenido en materia orgánica.
  • Buena capacidad de drenaje.
  • Ligeramente ácidos, con pH comprendidos entre 5.5 y 7.0.

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Es evidente que las decisiones y acciones que se llevan a cabo en cualquier cultivo tienen unos resultados concretos a la hora de la cosecha, tanto en el buen como en el mal sentido. Los viñedos no son una excepción, por lo que las técnicas aplicadas repercutirán finalmente en su rendimiento. Por ello, vamos a tratar tres aspectos que resultan fundamentales en el cultivo de la vid: Influencia de los portainjertos, uso de fitorreguladores y labores de poda.

– Influencia de los portainjertos

La principal influencia de éstos radica en el vigor del crecimiento, así como en la capacidad de absorción de agua y nutrientes, por lo que la calidad de la unión patrón – injerto resulta fundamental. En suelos pobres y faltos de humedad, los patrones vigorosos que poseen una mayor capacidad de penetración de las raíces en el suelo, permitirían una mejor absorción, favoreciendo así el vigor de las plantas. Por el contrario, en suelos fértiles los patrones muy vigorosos podrían causar efectos contraproducentes al cultivo como, por ejemplo, una disminución de la productividad con fruta de mala calidad.

En lo que respecta a la influencia de los portainjertos sobre la producción y la calidad de la fruta, algunas experiencias señalan que existen diferencias notorias en aspectos como el contenido de azúcar, el pH y el peso de las bayas, comparando uvas procedentes de vides injertadas con plantas sin injertar. Un aspecto importante de la calidad de la uva de mesa es su peso, el cual puede aumentar en plantas injertadas. También el portainjerto, dependiendo de su vigor, podría modificar en algún sentido el pH del jugo de la uva (González et al., 1999).

Por tanto, es importante elegir adecuadamente un patrón, teniendo en cuenta características como su vigor, la fertilidad del suelo, la disponibilidad de agua o las condiciones climáticas, entre otras.

– Uso de fitorreguladores

En la viña no se dispone de tanta experiencia como en otros cultivos respecto a la utilización de fitorreguladores, entendiendo como tales aquellas sustancias orgánicas capaces de promover, inhibir o modificar uno o varios procesos fisiológicos vegetales. Los principales son: auxinas, giberelinas, citoquininas, inhibidores, etileno y generadores del mismo.

Las auxinas se sintetizan principalmente en las zonas subapicales de los brotes en crecimiento activo, en hojas jóvenes y en embriones en desarrollo, interviniendo en numerosos procesos del crecimiento de la vid (dominancia apical, cuajado de los frutos, etc.).

Las giberelinas son producidas generalmente en hojas y bayas jóvenes, así como en los ápices de las raíces. Su aplicación es una técnica habitual en el cultivo de variedades sin semillas para conseguir un mayor crecimiento de las bayas, mientras que en las variedades con semillas los resultados dependen del momento de aplicación: antes de la floración favorece el alargamiento y el desarrollo del racimo, en plena floración produce un aclareo del racimo por eliminación de algunas flores, y después del cuajado favorece el engrosamiento de los granos.

Las citoquininas se sintetizan principalmente en las raíces, al estimular a nivel celular la síntesis proteica. De este modo, intervienen en muchos procesos como: regular el crecimiento de los racimos y el cuajado, estimular el crecimiento del óvulo o favorecer la transformación de flores masculinas en hermafroditas, entre otros.

El principal inhibidor del crecimiento es el ácido abscísico (ABA), que desempeña un papel importante en el reposo de las yemas y las semillas. Éste inhibe el crecimiento de los brotes y, a veces, estimula la abscisión y la senescencia, tanto de hojas como de frutos. El lugar mayoritario de síntesis del ABA son las hojas maduras, pero también se puede realizar en otros tejidos como tallos o raíces.

– Labores de poda

La poda no debe ser una operación rutinaria, sino buscando la manera de dar la estructura más conveniente a la cepa, denominada poda de formación (en los primeros años de vida de la planta). Además, existe otro tipo conocida como poda de producción o conservación, mediante la cual se consigue vigorizar la planta, regular la producción o incluso aumentarla.

En este sentido, las cepas más vigorosas no tienen porqué dar el mejor fruto, ni tampoco las más débiles y enfermizas. El mejor fruto será producido por cepas perfectamente sanas, con un desarrollo equilibrado. Por tanto, se trata de procurar formar cepas de esta condición, sin importar cortar más a las muy vigorosas y reforzar a aquellas que han sufrido daños o están débiles por alguna circunstancia.

Algunas recomendaciones básicas sobre cómo realizar una poda adecuada son:

  • Escoger las yemas cuyos sarmientos lleven la conveniente dirección, ya que está comprobado que cuando la savia circula a velocidad normal, el fruto es de mejor calidad. En los sarmientos verticales ésta circula más rápido y en los horizontales o rastreros, más despacio.
  • Tener en cuenta el número de yemas que se van a dejar sin cortar porque si se mantienen muchas, los frutos serán más pequeños. Se debe dejar un número proporcional al vigor y para que penetre bien el aire y el sol en el cultivo.

Existen diversas formas de poda, cuyo tipo ideal dependerá de las variedades existentes, así como del clima y del suelo predominantes en cada zona. Según Echeverría et al. (1979), el sistema de poda más recomendable es el tradicional que induce a la planta a producir de manera más generosa. Debe hacerse en la época fría, a partir de la quincena siguiente a la caída natural de las hojas, considerando que cuanto más temprana sea la poda, más temprana será también la brotación posterior. Podar tardíamente conlleva una serie de inconvenientes. Haba (1999) afirma que influye en aspectos como la disminución del ciclo vegetativo, una reducción de la calidad de la uva para vinificación o menor maduración. No obstante, algunos viticultores la emplean como técnica para retrasar la brotación cuando existe riesgo de heladas.

Así pues, si se eligen los recursos disponibles y se emplean las labores de cultivo de manera acertada, la producción de los viñedos puede resultar satisfactoria, con los correspondientes beneficios que eso conlleva. Para esto, es siempre recomendable que los agricultores se asesoren correctamente con el objetivo de conseguir un mejor resultado en sus cultivos vitícolas.

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