02/04/2024

Revista InfoAgro México

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Mosca del vinagre en las berries

Mosca del vinagre en las berries

Introducción

La mosca del vinagre de alas manchadas (Drosophila suzukii) es un insecto polífago, lo que significa que puede aparecer en cultivos diferentes, a los cuales les causa daños y las correspondientes mermas económicas para los productores. Diversos frutales, así como las berries son objeto de sus ataques, habiéndose convertido en un serio problema en numerosas partes del mundo, México incluido. De este modo, puede aparecer en cultivos de fresa, frambuesa, arándano y zarzamora, pero también en otros frutos de pulpa blanda como cereza y uva, entre otros.

Se encuentra, principalmente, en climas frescos y húmedos, pero ha mostrado una buena capacidad de adaptación, adaptándose a un amplio rango de condiciones climáticas y, por tanto, apareciendo en diversas regiones y países.

Sus características morfológicas y sus conductas de comportamiento lo hacen distinto de las otras especies de drosofílidos, lo cual hace que sea más dañino para las parcelas de cultivo y más difícil de controlar. Por ello, la combinación de las distintas medidas existentes va a resultar fundamental para mantener las poblaciones de estas mosquitas en un nivel aceptable.

Agroexcelencia. (2021). La mosca de alas manchadas prefiere su fruta intacta [Image]. Recuperado de https://agroexcelencia.com/la-mosca-de-alas-manchadas-prefiere-su-fruta-intacta/

Origen y distribución

Este insecto fue encontrado por primera vez en Japón, donde era conocido como “mosquita del cerezo”, ya que prefería este frutal sobre el resto (Escudero et al., 2012). Sin embargo, no fue hasta 1931 cuando Matsumura describió la especie, nombrándola como Drosophila suzukii. En los años siguientes se fue extendiendo a otros países asiáticos y, más tarde, a los demás continentes.

Su dispersión inicial por el continente asiático se describe como relativamente lenta, ya que se cita en 1937 en el este de China, en 1965 en el norte de India, en 1968 en Corea del Sur, en 1976 en Tailandia, en 1977 en Taiwán, en 1991 en Birmania, en 1992 en el este de Rusia, en 1995 en Corea del Norte y en 2005 en Pakistán (Sarto y Sorribas, 2011).

En el norte del continente americano fue detectada en Estados Unidos en 2008, en California sobre cultivos de frambuesa, aunque ya estaba presente en las islas de Hawaii desde 1983 (Kaneshiro, 1983). La especie fue hallada posteriormente en territorio continental en otras zonas como Oregón, Washington, Florida y Columbia Británica (Canadá) (Hauser et al., 2009; EPPO, 2010) y poco después en Luisiana, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Utah, Michigan y Nueva York (EPPO, 2017).

En México fue registrada en 2011 en Los Reyes (Michoacán) y Cuauhtémoc (Colima), para extenderse en diciembre (2011) a Zapotitlán (Jalisco) y en 2012 a otros municipios del mismo estado de Jalisco como Zapotlán el Grande, Sayula, Amacueca, Gómez Farías, Jocotepec y Tuxpán. También se han sumado regiones como Aguascalientes, Guanajuato y Estado de México (EPPO, 2017).

En Sudamérica se registraron las primeras capturas a principios de 2013 en la región meridional de Brasil (Deprá et al., 2014) y en Uruguay (González et al., 2015). Posteriormente, en el verano de 2013, también en Chile. En Argentina, se detectó por primera vez en 2014, de forma casi simultánea en distintas provincias sobre diferentes cultivos de berries como frambuesa (Cichón et al., 2015), arándano (Santadino et al., 2015) y zarzamora (Díaz et al., 2015).

En Europa se detectó antes que en las regiones de Centro y Sudamérica, por primera vez en España en 2008 (Hauser et al., 2009), en Italia en 2009 (Grassi et al., 2009) y en Francia en 2010 (Calabria et al., 2012).

Descripción de la especie y ciclo biológico

Los huevos de Drosophila suzukii miden entre 0.4 y 0.6 mm de longitud. Son translúcidos, de color blancuzco, se desarrollan y eclosionan dentro de la fruta en la que fueron depositados. Presentan dos filamentos (espiráculos respiratorios) en el extremo y sobresalen del epicarpio de los frutos (Funes et al., 2018).

La larva se vuelve visible en el interior del huevo a medida que se acerca la eclosión (Walsh et al., 2011). Éstas son blancas, cilíndricas, con piezas bucales negras y pasan por tres estadios larvales dentro de la fruta. Las recién emergidas miden aproximadamente 0.7 mm de longitud, mientras que las del tercer estadio pueden crecer hasta 5.5 mm (Kanzawa, 1939; Walsh et al., 2011).

Las pupas miden 2-3 mm de largo, son de color marrón rojizo, fusiformes y poseen dos pequeñas proyecciones ramificadas en uno de los extremos, que cumplen funciones respiratorias. La pupación se produce mayormente en el interior del fruto, aunque también puede ocurrir en su exterior (Walsh et al., 2011).

Los adultos son insectos pequeños, en torno a 3 mm de longitud, con ojos rojos y tórax marrón pálido o marrón amarillento y bandas transversales negras en el abdomen. Las antenas son cortas y con aristas ramificadas (Funes et al., 2018).

La especie presenta un marcado dimorfismo sexual, en el que los machos poseen una mancha negra en el margen distal de las alas, ubicada en el centro de la primera vena alar. En las patas anteriores, tienen dos conjuntos de peines sexuales con setas negras ubicados en los dos primeros tarsos, que se disponen de forma paralela al eje de la extremidad. Estos caracteres facilitan la identificación en campo (Hauser, 2011).

Por su parte, las hembras son un poco más grandes que los machos. El ovipositor es de gran tamaño, posee abundantes dientes oscuros (aserrado) y está fuertemente esclerosado, siendo estas cualidades las que confieren a la hembra la capacidad única en la familia Drosophilidae de penetrar la epidermis de frutos sanos para oviponer (Walsh et al., 2011; Tochen et al., 2014).

En lo que respecta a su ciclo biológico, los adultos de D. suzukii pueden vivir de 21 a 63 días, aunque algunos que diapausan durante el invierno pueden sobrevivir más de 200 días (Kanzawa, 1936). Alcanzan la madurez sexual 2 o 3 días después de la emergencia, pudiendo ocurrir el apareamiento en cualquier momento del día, aunque mayoritariamente se produce durante las horas de luz y cuando las temperaturas son más elevadas (Funes et al., 2018).

Una vez copulada, la hembra elige el lugar donde realizar la puesta de huevos, estando ésta determinada por la firmeza de la fruta, siendo las más elegidas aquellas más cercanas a su máxima madurez. Cada hembra deposita de 1 a 3 huevos por sitio de oviposición, 21 huevos por día y un promedio de 380 huevos durante toda su vida (Walsh et al., 2011; Tochen et al., 2014). El periodo de desarrollo de huevo a adulto es variable. La eclosión de los huevos puede tardar de 1 a 3 días, las larvas se desarrollan en 3 a 13 días y la pupación dura de 4 a 15 días (Funes et al., 2018).

La duración del ciclo de vida completo de D. suzukii depende de las condiciones climáticas, especialmente de la temperatura y la humedad, produciendo varias generaciones al año, cuyo número varía en función del clima de la región donde se encuentre (Walsh et al., 2011; Tochen et al., 2014).

portalfruticola. (2019). La mosca de las alas manchadas, Drosophila suzukii (Matsamura) [Image]. Recuperado de https://www.portalfruticola.com/noticias/2019/04/12/la-mosca-de-las-alas-manchadas-drosophila-suzukii-matsamura-nueva-plaga-de-las-frutas-finas-en-argentina/

Condiciones favorables y preferencia de huéspedes

Una plaga suele ser más activa y dañina si las condiciones del entorno en el que se encuentra le son favorables. Por ello, es conveniente conocer cuáles son estas condiciones climáticas para permanecer alerta, sobre todo si ya existe presencia de Drosophila suzukii en la zona y los cultivos instalados son de su agrado, como ocurre con las berries.

Esta especie es activa a partir de 10 ° C, mostrando una mayor actividad entre los 20 ° y los 25 ° C. Si las condiciones de temperaturas moderadas se mantienen durante el día, las hembras comienzan a oviponer, registrándose picos de actividad durante el amanecer y el atardecer (Kanzawa, 1939; Hamby et al., 2013).

Cuando las temperaturas son inferiores a 10 ° C o superiores a 30 ° C, la actividad de los adultos y los niveles de reproducción bajan, incluso llegan a detenerse (Kanzawa, 1939; Tochen et al., 2014). La longevidad también se ve afectada en este rango de temperaturas, disminuyendo de manera progresiva (Dalton et al., 2011; Tochen et al., 2014).

También hay que tener en cuenta los periodos de supervivencia de estos insectos en épocas poco favorables. Así, durante el invierno, dicha supervivencia se produce mediante una diapausa reproductiva. Los adultos sobreviven en los períodos de bajas temperaturas buscando refugio en la hojarasca o en la vegetación circundante, volviéndose totalmente inactivos, siendo

mayormente las hembras las que tienden a invernar (Kanzawa, 1939).

La mosca del vinagre de alas manchadas tiene un amplio abanico de plantas huésped en las que poner sus huevos y completar su ciclo biológico. De hecho, ha sido citada en numerosas familias, cuya preferencia destacan las que sus frutos poseen epicarpio y pulpa suave, como es el caso de las berries, en cuyos cultivos más representativos, como son fresa, frambuesa, zarzamora y arándano, tiene una más que probada presencia.

Entre las familias donde D. suzukii suele instalarse y causar daños, se pueden destacar (Escudero et al., 2012; Lasa et al., 2017; Escobar et al., 2018):

  • Las Rosáceas, especialmente los géneros Rubus (frambuesa y zarzamora), Prunus (cereza, damasco, durazno, nectarina y ciruelo), Pyrus (pera), Malus (manzano) y Fragaria (fresa).
  • Las Ericáceas, fundamentalmente el género Vaccinum, al que pertenece el arándano y otros frutos pequeños.
  • Las Mirtáceas, donde se encuentra Psidium guajaba (guayaba).
  • Las Moráceas, en especies del género Ficus (higo) y Morus (mora).
  • Las Actinidiáceas, cuya especie más conocida es el kiwi (Actinidia chinensis).
  • La familia Ebenácea y, dentro de ésta, específicamente en kaki (Diospyros kaki).
  • Las Vitáceas (vid), siendo la uva un fruto receptor de los ataques.

Daños en el cultivo

Las moscas del género Drosophila son principalmente consumidoras de microorganismos asociados a tejidos vegetales en descomposición, por lo que en su mayoría no son consideradas plagas de la agricultura. Sin embargo, la mosca de las alas manchadas, Drosophila suzukii, es una de las pocas excepciones en cuanto a sus hábitos de alimentación (Funes et al., 2018).

La importancia de esta especie radica en que ataca frutos en sus últimos estados de madurez, cuando todavía están unidos a la planta, provocando de esta forma grandes pérdidas económicas en los cultivos en los que actúa. Además, tiene la particularidad de que las hembras utilizan frutas sanas como sustrato de oviposición, perforando la epidermis del fruto mediante su poderoso ovipositor, aserrado y esclerosado, para colocar los huevos en el interior del mismo (Escudero et al., 2012) en un número considerable, lo que define el potencial de infestación y de daño que puede ocasionar esta especie.

Una aclaración importante es que D. suzukii no necesita fruta sobremadura, ni previamente dañada o en descomposición, como ocurre con la gran mayoría de los drosofílidos. Las larvas nacen dentro del fruto y se alimentan de él. A esto hay que sumar que las heridas causadas favorecen la aparición de microorganismos saprófagos, lo que, unido al daño directo del insecto, genera un rápido deterioro del fruto, que se traducirá, posteriormente, en grandes pérdidas para los productores (Sarto y Sorribas, 2011). Por lo tanto, este drosofílido atípico ataca frutos sanos en estado de madurez comercial, provocando graves daños en frutas del tipo arándano, zarzamora, frambuesa, fresa y cereza.

Otro aspecto a tener muy en cuenta es que, al iniciarse la infestación, no se aprecia, a simple vista, ninguna señal de daño en los frutos atacados. Sin embargo, si se examina con detalle la superficie de los mismos, se pueden detectar unos “pinchazos” del tamaño de un piquete de alfiler, que son los orificios donde se depositaron los huevecillos, realizados por las hembras con su poderoso ovipositor, a través de la epidermis. Después, las larvas se alimentan de la pulpa, acelerando el ablandamiento y la caída. Dos días detrás de su eclosión, la parte del fruto donde éstas se alimentan colapsa, volviéndose de color marrón, en el caso de las cerezas, y produciéndose una exudación (Sarto y Sorribas, 2011). 

Infecciones secundarias causadas por hongos y bacterias contribuyen a un mayor deterioro de los frutos (Bolda et al., 2010; Escudero et al., 2012; Cattel et al., 2016). Y más aún, las levaduras responsables de la fermentación en este proceso de deterioro del fruto, atraen a otros drosofílidos como, por ejemplo, D. melanogaster y Zaprionus indianus, que ovipositan solamente en frutos previamente dañados (Becher et al., 2012; Bernardi et al., 2017), con lo que el daño es mayor.

El ataque de D. suzukii a frutas sanas reduce los rendimientos comerciales en gran medida, mostrando síntomas que hace a los frutos no aptos para su comercialización, como pueden ser: pudrición de la fruta, manchas sobre la cutícula de la misma y su colapso. Por estos motivos, se han determinado tres categorías (Berry, 2012; SENASICA, 2013) según el riesgo de infestación o daño que pueden sufrir.   

Como especies de riesgo alto destacan frutos de fresa, frambuesa, arándano, zarzamora, cereza o uva; de riesgo medio, durazno, manzana, pera o ciruelo y de riesgo bajo, higo, kiwi o nectarina, entre otros.

En cuanto a las pérdidas económicas derivadas de los daños producidos por estas mosquitas, Bolda et al. (2010), estiman en 500 millones de dólares en cultivos de berries de la costa oeste de Estados Unidos. En otras regiones, como en Cataluña (España) se han cifrado daños considerables, perdiéndose en ciertas localidades en 2011, hasta el 80 % de la cosecha de berries y hasta el 100 % de las cerezas, especialmente en cultivos orgánicos (Sorribas y Lekunberri, 2013). Asimismo, en la provincia de Trento, en el norte de Italia, que cuenta con unas 400 ha de berries, unas pérdidas consecutivas en 2010 y 2011 de 0.5 y 3 millones de euros, respectivamente (Ioriatti et al., 2011).

Medidas de control

Como siempre, el denominado control químico, basado en la aplicación de tratamientos con insecticidas, suele ser el más empleado, ya que constituye una acción rápida cuando el ataque ya está presente. Sin embargo, a pesar de que esta medida de control supone a veces una respuesta efectiva, no siempre lo es porque la mayoría de productos están dirigidos a los adultos, mientras que el control de larvas es limitado al encontrarse dentro de las frutas. 

También hay que tener en cuenta que un uso incorrecto de los productos utilizados puede generar situaciones problemáticas como el incremento del nivel de residuos de pesticidas en frutas, la resistencia por parte de la plaga a los insecticidas, la reducción o eliminación de insectos polinizadores, así como de los enemigos naturales, o el incumplimiento de las obligaciones de inocuidad por parte de los mercados, entre otros. Por ello, la elección de los insecticidas y las estrategias de control de D. suzukii debe considerar su participación en los programas de Manejo Integrado de Plagas existentes, respetando la fauna auxiliar y el medio ambiente.

En este sentido, el control biológico ofrece unas expectativas complementarias muy interesantes, ya que, por una parte, pueden controlarse tanto adultos como larvas de una manera natural, sin el uso de insecticidas (o al menos con un uso reducido) y, por otra, evitando los problemas ocasionados por un mal empleo de los mismos.

Para Cini et al. (2012), existe diversidad en cuanto a los agentes de control biológico que pueden ser utilizados para regular las poblaciones de D. suzukii. Entre estos organismos se pueden destacar:

  • Hongos entomopatógenos como Bauveria bassiana, ampliamente difundida en el control de numerosas plagas agrícolas. Funes et al. (2017) registraron un 44 % de mortalidad en adultos después de 7 días de tratamientos.
  • Varios géneros de arañas asociados a cultivos de frutillas que podrían actuar como depredadores (Jaime et al., 1999).
  • Himenópteros de los géneros Deucolia y Ganaspis, que actúan como parasitoides que se han visto emerger de frambuesas orgánicas (Escobar et al., 2017), así como las especies P. vindemmiae y T. cf. Drosophilae, que redujeron fuertemente la emergencia de adultos en frutas infestadas (Gabarra et al., 2015).
  • Hemípteros del género Orius, que depredan huevos (O. laevigatus) y larvas (O. insidiosus) (Escudero-Colomar, 2014; Gabarra et al., 2015) y del género Anthocoris, como A. nemoralis, que se alimenta de adultos, mayormente machos (Escudero-Colomar, 2014).
  • Las especies Labidura riparia y Dalotia (=Atheta) coriaria devoran larvas y pupas en frutos cercanos al suelo (Gabarra et al., 2015).

Según Escudero et al. (2012), en términos generales, los parasitoides de larvas resultan ser poco efectivos dada la capacidad que tiene D. suzukii de desarrollar una fuerte respuesta inmune que evita que el parasitoide se desarrolle hasta el estado adulto.

Además del control químico y del biológico, se pueden adoptar otras labores en el manejo de los cultivos, denominadas labores culturales, que pueden resultan bastante útiles a la hora de reducir las poblaciones de esta mosca. Algunas de estas acciones pueden ser:

– Monitoreo. Es importante para poder determinar la presencia de esta plaga. Debe hacerse durante todo el año, tanto en cultivos comerciales como en hospederos alternativos, especialmente si éstos limitan con parcelas de frutales (Harris et al., 2014; Lee et al., 2015). Se emplean trampas con cebos, usando algún tipo de atrayente alimenticio como, por ejemplo, banana madura, puré de frutillas, jugo de cereza, aceite de citronela, aceite de geranio, sidra de manzana, vinagre de manzana, vino de cereza, azúcar y mezclas de levadura-azúcar-agua (Dreves et al., 2009; Walsh et al., 2011; Berry, 2012). La combinación de vinagre y vino ha demostrado un alto nivel de atracción para D. suzukii, posiblemente debido a un efecto sinérgico del ácido acético, el etanol y otros volátiles de vinagre-vino (Landolt et al., 2012). También existen actualmente cebos y atrayentes sintéticos que se comercializan.

Hay otros tipos de trampas con distintos modos de atracción, existiendo diferentes colores, formas y estructuras, que pueden repercutir en el rendimiento del trampeo, aunque, generalmente, la eficiencia del mismo depende más de la formulación del atrayente alimenticio que del color de la trampa (Sarto y Sorribas, 2011).

Es preciso tener en cuenta que, a veces, las capturas de trampas no reflejan la cantidad real de moscas que puede haber en la parcela, por diversos motivos, como una inadecuada ubicación de las trampas, la presencia de grandes cantidades de fruta madura que anulan el atractivo del cebo, etc. Las trampas pueden colocarse en el suelo en cultivos de porte bajo, como la fresa, o colgadas en la planta cerca de los frutos en arbustos, como arándano y otras berries, pero siempre rinden mejor cuando son colocadas en áreas sombreadas o protegidas de la incidencia directa del sol (Walsh et al., 2011).

– Eliminación de hospederos alternativos, tanto cultivados como silvestres. La vigilancia de estas plantas es determinante en las estrategias de control, ya que contribuyen a la dispersión de la plaga, así como a su supervivencia (Bolda et al., 2010; Cini et al., 2012).

– Manejo adecuado de la cosecha. Se debe recolectar la fruta en el momento óptimo y con la mayor frecuencia posible, manteniendo las piezas que sean susceptibles, fuera del alcance de la plaga. Tampoco se deben abandonar los frutos en la planta después del periodo de cosecha, ya que constituirán una fuente de alimento para D. suzukii. Las que sean descartadas deben colocarse en bolsas plásticas cerradas y expuestas al sol durante una semana, para que el efecto de la temperatura y la humedad elimine las larvas (Funes et al., 2018).

– Cuidado en el traslado de material. Es necesario evitar el transporte de herramientas y equipos que se encuentren en campos infestados a otros sanos y viceversa. En caso de tener que compartir cajas u otro material entre campos diferentes, cuidar especialmente la limpieza de éstas y de las herramientas, puesto que pueden servir de vía de infestación de la plaga de un campo a otro (Escudero et al., 2012).

– Coordinación en las labores de control. Es importante que todos los productores de la zona actúen integradamente en la prevención y control del insecto, ya que un solo foco puede ser fuente de contagio para cultivos vecinos (Baker et al., 2010).

– Uso de variedades tempranas. Es otra alternativa a considerar en el diagrama productivo, ya que, en ciertas condiciones, permite escapar de las fechas en las cuales la plaga tiene mayor incidencia (Funes et al., 2018), evitando así la coincidencia de la producción con la presencia de la plaga.

– Colocación de mallas. Constituye una alternativa útil, especialmente para cultivos orgánicos y lotes pequeños, porque supone una barrera física para la plaga. El uso de este sistema estará determinado por factores como la rentabilidad del cultivo, la variedad a proteger y el mercado al cual va destinada la fruta, entre otros. Asimismo, esta medida permite proteger los cultivos del ataque de pájaros y del granizo (McDermott y Nickerson, 2014).

Para Baker et al. (2010), enterrar, compostar, triturar o sumergir en agua, son métodos de baja eficacia.