05/10/2024

Revista InfoAgro México

Toda la agricultura, ahora en tus manos

Cenicilla en el chile

Cenicilla en el chile

  1. ¿A qué se debe la cenicilla?
  2. ¿Cómo se puede identificar?

3. ¿Cómo se puede combatir?

  1. ¿A qué se debe la cenicilla?

La ceniza o cenicilla que aparece en los cultivos de chile es una enfermedad provocada por el hongo Leveillula taurica (= Oidiopsis taurica), que también puede atacar a un gran número de huéspedes de especies distintas. De hecho, este fitopatógeno está considerado como el único con la habilidad de infectar a tan amplia diversidad.

Palti (1971), señalaba más de 700 especies hospederas distintas, aunque en la actualidad se han registrado más de 1,000. Entre ellas destacan tomate (Solanum lycopersicum) y chile (Capsicum annuum) (Sánchez, 1983; Damicone y Sutherland, 1999; Guigón-López y González-González, 2001), dentro de un buen grupo de cultivos considerados económicamente importantes, como pueden ser: cebolla, algodón, berenjena, papa, alfalfa, zanahoria, judía y muchos más.

Esta enfermedad, tan común y destructiva en cultivos, principalmente de tomate y de chile, fue detectada por primera vez en California (Estados Unidos) en 1978, actuando sobre cultivos de tomate. Un poco más tarde, fue descrita en México (Sánchez, 1983), también por la acción de L. taurica sobre cultivos de tomate del estado de Sinaloa, reportándose posteriormente en otras regiones del territorio nacional.

Actualmente, el cultivo de chile que se produce en Sinaloa se desarrolla principalmente bajo sistemas de riego presurizados y sobre acolchados plásticos. En estas condiciones, donde predomina una baja humedad relativa, generando un ambiente seco en las partes aéreas de las plantas, hace que la cenicilla en estos cultivos sea una de las enfermedades de mayor relevancia.

  1. ¿Cómo se puede identificar?

La oidiopsis, otra manera de nombrar a esta enfermedad, se reconoce fácilmente por las zonas algodonosas de color blanco que aparecen en el envés de las hojas. Este aspecto tan característico se debe al micelio y a las esporas del hongo.

La enfermedad se caracteriza por afectar principalmente a las hojas que presentan un mayor desarrollo o están bien formadas, es decir, las más maduras. En los tejidos afectados se forman conidios y conidióforos hialinos o transparentes, que pueden ser estos últimos septados, simples o en grupos de 2 a 5, los cuales emergen del micelio intercelular (endofítico) a través de los estomas.

Los conidióforos presentan una longitud promedio que oscila entre 200 y más de 700 µm, con un diámetro de 3.7 a 7.4 µm, que se pueden encontrar divididos en dos o tres ramificaciones. Por su parte, los conidios son unicelulares piriformes o cilíndricos, simples o en cadenas cortas, cuyo tamaño de las estructuras de reproducción puede variar en función del hospedante y de las condiciones de humedad dentro de los tejidos (INIFAP, 2004).

Brevemente, señalar que la fase asexual se caracteriza por formar un micelio endofítico, conidióforos hialinos, simples, septados, conidios individuales o en cadena, hialinos, de dos tipos: unos en forma de barril y otros piriformes, mientras que la fase sexual se caracteriza por formar cleistotecios con varias ascas.

Aunque en algunas regiones se puede encontrar formación de cleistotecios, en la literatura se menciona que no es común verlos en muchos hospedantes, incluyendo a las solanáceas de importancia económica citadas anteriormente.

Cuando las condiciones ambientales favorecen el desarrollo de este hongo fitopatógeno, cuyos valores óptimos son temperatura promedio de 26°C y humedad relativa comprendida entre 52 y 75% (Álvarez y Delgadillo, 2004), las manchas blancas presentes en la parte posterior de las hojas aumentan su tamaño, extendiéndose y uniéndose en la superficie.

Al unirse varias manchas de ceniza, pueden deshidratar las hojas, que no se caen de forma inmediata, permanecen adheridas por un tiempo, aunque finalmente provocan el deshojado del cultivo, dejando a las plantas desprovistas del follaje y a los frutos expuestos a la luz solar directa, los cuales pueden sufrir quemaduras en épocas cálidas si no existe protección para el cultivo de chile. Parece no existir datos en este sentido, pero Jones y Thomson (1987) estiman pérdidas de rendimiento de hasta un 40%.

Por el contrario, en la parte frontal de las hojas (o haz), las marcas pueden ser muy leves o inexistentes, no mostrando así evidencias de la enfermedad. En los casos donde se producen ataques severos y las hojas ya se encuentran bastante dañadas, se aprecia una clorosis.

En lo que respecta a la supervivencia del hongo, este puede hacerlo en invierno en los residuos de cosecha en forma de micelio o conidios y como cleistotecios en el suelo. Asimismo, puede sobrevivir en los lugares con temperaturas inferiores a 10°C en forma de cleistotecios, pero es en condiciones áridas o secas donde se muestra más activo, permaneciendo sus esporas en otras plantas hospederas que frecuentemente se encuentran fuera de las parcelas de cultivo, siendo diseminadas mayoritariamente a través del viento.

  1. ¿Cómo se puede combatir?

Como consecuencia de las condiciones ambientales en algunas zonas productoras de chile del país, en las que la presencia de cenicilla es frecuente, se realizan numerosos tratamientos fungicidas con el objetivo de controlar la enfermedad, hasta 18 aplicaciones en cultivos de Coahuila según estudios de Guzmán-Plazola (2011).

Para Glawe (2008), la inversión en el empleo de fungicidas y en la búsqueda de genotipos resistentes, supone un alto costo en dicho control. A este respecto, conviene recordar que, si los gastos del cultivo se elevan demasiado, afectará a su rentabilidad, reduciendo así el margen de beneficios, incluso induciendo pérdidas económicas.

En cuanto a los tratamientos, estos pueden ser preventivos, aplicándose en el momento en el que las condiciones del entorno del cultivo favorezcan la aparición de la enfermedad. Existe una cierta gama de fungicidas para ello, pero los productos basados en azufre suponen una buena alternativa, especialmente en los cultivos orgánicos, donde la restricción de materias activas es alta.

            En esta modalidad de cultivo (orgánica o ecológica) pueden usarse extractos vegetales para el control de la ceniza, los cuales no provocan residuos químicos, ni contaminación, ni afectan a los enemigos naturales de las plagas. Algunos ejemplos son extractos de canela o de cítricos, como naranja, entre otros. También existen productos antioídio a base de microorganismos como la rizobacteria Bacillus amyloliquefaciens o el hongo hiperparásito Ampelomyces quisqualis.

Igualmente, para uso en cultivos orgánicos, se pueden utilizar productos con ingredientes naturales de origen mineral, como es el caso del carbonato de hidrógeno de potasio, el cual no deja ningún residuo como sucede con los fungicidas sintéticos, cuyos ejemplos pueden ser miclobutanil, azoxistrobin, metrafenona, difenoconazol, trifloxistrobin, penconazol, etc.

En este sentido, la aspersión calendarizada de fungicidas es la práctica más usada para el manejo de la enfermedad, aunque es posible usar modelos de riesgo basados en variables climáticas que optimicen la fecha de aplicación y se pueda reducir a un mínimo el número de las aspersiones necesarias para su control (Guzmán-Plazola, 1997).

Por otra parte, la incorporación de genes de resistencia vertical a la enfermedad ha sido explorada desde hace tiempo (Chunwongse et al., 1997; Foolad y Sharma, 2005), pero el uso de cultivares tolerantes es una opción que debe combinarse con otras acciones (Correll, 1986; Dafermos et al., 2007). Otras labores importantes a realizar son las inspecciones visuales de manera frecuente, tanto en los cultivos como en los semilleros, para poder detectar así las primeras evidencias de la enfermedad y tomar medidas al respecto.