03/04/2024

Revista InfoAgro México

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La polilla de la vid

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Existen algunas plagas de lepidópteros que atacan al cultivo de la vid, conocidas comúnmente como «polillas de la vid», entre las que destaca la especie Lobesia botrana. Esta especie tiene una amplia distribución en los viñedos del mundo, ya que está presente en más de 50 países. Aunque es la plaga con mayor presencia en los viñedos, su rango de hospedantes es amplio, incluyendo a más de 30 especies vegetales de diferentes familias. De este modo, puede atacar a otros cultivos como kiwi, pera, almendra, cereza, ciruela, arándano y grosella (CAB International, 2015). Por tanto, ejercer unas labores de vigilancia efectivas para evitar que provoque daños en los cultivos resulta fundamental.

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Los diferentes estados de desarrollo de este insecto son: huevo, larva, pupa (o crisálida) y adulto, cuya duración media es: incubación del huevo 7 – 10 días, estado de larva 20 – 30 días y pupa 10 – 12 días, siempre en función de las condiciones climáticas.

En cuanto a su ciclo anual, inverna en forma de pupa, escondida en diversos lugares como la corteza de las cepas, el suelo o las hojas caídas, aunque la mayoría de las veces (60 %) lo hace en la corteza de las cepas.

Los adultos emergen de forma escalonada, iniciando su salida incluso antes de la brotación, saliendo los machos en primer lugar y después las hembras, asegurando de este modo la fecundación. Al final de dicho periodo de emergencia predominan las hembras.

El vuelo se produce al final de la tarde, permaneciendo previamente escondidas en las hojas y los racimos. Tras la fecundación, esta 1ª generación hace la puesta mayormente sobre las envueltas de los botones florales, poniendo la hembra entre 50 y 80 huevos, durante un periodo aproximado de unos 6 días.

Las orugas emergidas atacan los botones florales, uniéndolos con unos hilos sedosos y formando agregados, denominados glomérulos, los cuales son fácilmente reconocibles. Al final de esta fase, la larva teje un capullo para la siguiente, en cuyo interior crece una crisálida. Esto lo hace principalmente en los repliegues de las hojas, aunque también en los racimos, el suelo, la corteza, etc.

Al cabo de unos días emergen los adultos repitiendo el ciclo, aunque con algunas variaciones. La 2ª y 3ª generaciones hacen la puesta en las uvas verdes o en la fase de maduración. Al insecto le atraen las superficies lisas secas, por lo que cuando llueve apenas hay puestas de huevos. Para evitar que se produzcan desecaciones de los mismos, las hembras tienen tendencia a realizar la puesta en la parte más sombreada de los racimos.

La duración de los diferentes estados varía con la temperatura ambiente, alargándose cuando descienden las temperaturas, lo que condicionará el número de generaciones al año, las cuales pueden oscilar entre 2 y 4, dependiendo de la latitud y las condiciones climáticas predominantes. En este sentido, puede darse el caso de que una generación no aparezca (por ejemplo, la 3ª) debido a que los huevos que provienen de la puesta de las hembras de la anterior (2ª generación) formen la crisálida pero que ésta no evolucione, entrando en diapausa. Esto se produce porque no recibe las horas de luz suficientes, proceso conocido como fotoperiodo, estimado éste entre 15 y 16 horas. Por tanto, queda claro que el factor principal que rige el desarrollo de la plaga es la temperatura, influyendo en la duración de cada fase biológica, en el fotoperiodo y en el número de generaciones anuales.

En general, el rango de temperaturas para su desarrollo oscila entre 10 ° y 30 ° C, siendo el óptimo el intervalo comprendido entre 26 º y 29 ° C, mientras que temperaturas inferiores a 8 ° C y superiores a 34 ° C pueden ocasionar la muerte de las larvas.

A este respecto, un grupo de investigación en Chile ofreció los siguientes datos obtenidos en campo:

  • Tiempo mínimo para maduración sexual, cópula y oviposición: 2 días (23 º C) y 7 días (14.5 º C).
  • Temperatura mínima requerida para la cópula: 13.5 º C.
  • Temperatura mínima requerida para oviposición: 9.0 º C.
  • Potencial de fecundidad (23 º C): 196 huevos / hembra.
  • Potencial de fertilidad (23 º C): 85 – 90 % de eclosión.
  • Longevidad de los adultos (23 º C): 12 días.

En lo referente a su dispersión, la principal vía a grandes distancias se produce mediante la comercialización de productos infestados. Otro medio de menor distancia es el vuelo de los adultos, que pueden alcanzar unos 200 metros. En cuanto a su supervivencia, hemos visto que este insecto se protege de las bajas temperaturas invernales en estado de pupa (o crisálida) bajo la corteza de la vid, generalmente.

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Los daños ocasionados por esta plaga varían en función de la época del año. Así, en primavera las larvas se alimentan de los brotes florales uniéndolos con un hilo de seda que forman una aglomeración (glomérulos). A finales de primavera y principios de verano se observan bayas perforadas, podridas o secas por la alimentación de las larvas, así como una mayor presencia de hilos de seda y heces en los racimos. Al terminar el verano, en predios donde aún queda fruta sin cosechar, las larvas se establecen en los racimos, donde provocan la deshidratación de las bayas con abundante seda, reduciendo considerablemente el rendimiento del cultivo.

La primera generación larvaria ataca las inflorescencias, mientras que las posteriores, que pueden ser dos o tres (según la zona), provocan daños en los frutos en formación. Generalmente, la segunda generación daña las bayas verdes y la tercera las bayas maduras o en proceso de maduración. De esta forma, existen dos tipos de daños, los directos y los indirectos:

  • Daños directos: Son ocasionados por las larvas al alimentarse de las inflorescencias o de los frutos, que pueden morderlos superficialmente y/o también penetrarlos de inmediato.
  • Daños indirectos: Se producen a partir de las heridas generadas por daños mecánicos, los cuales pueden favorecer la aparición de diversos hongos como Aspergillus, Alternaria, Rhizopus, Cladosporium, Penicillium y especialmente Botrytis cinerea, causante de la pudrición gris.

Estos daños disminuyen la cantidad y calidad de la cosecha, lo que reduce la producción y dificulta la comercialización, originando pérdidas económicas considerables. Además, hay que considerar las pérdidas económicas indirectas a través de las regulaciones que imponen los países importadores en el comercio internacional.

Actualmente, en el continente americano está presente en Argentina, Estados Unidos y Chile. En este último se ha constatado un aumento de las poblaciones de esta polilla en base a las capturas efectuadas en trampas de feromonas.

En lo que respecta a nuestro país, según un informe de SAGARPA y SENASICA de 2016, no había registros de la presencia de la plaga en México. Los resultados del Programa de Vigilancia Epidemiológica Fitosanitaria no registraron casos positivos de Lobesia botrana. Sin embargo, el riesgo de introducción de esta plaga en el país es latente, principalmente por las importaciones de uva fresca y uva pasa procedentes de Estados Unidos y Chile. El potencial establecimiento y dispersión de esta plaga afectaría significativamente a la producción vitivinícola. Por lo tanto, dicha presencia generaría un impacto económico negativo, ya que también afectaría gravemente a las exportaciones de este producto, cuyo principal destino es Estados Unidos.

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Medidas fitosanitarias

Como siempre, se pueden aplicar diferentes medidas de control: preventivas/culturales, biológicas y químicas. El resultado será más eficaz en la medida en que éstas se vayan combinando. Algunas recomendaciones para una correcta aplicación de las mismas son:

– Medidas preventivas y/o culturales: Resultan fundamentales, ya que nos indican la presencia del fitófago y el nivel de población. El conteo de adultos se realiza mediante la colocación de trampas a la altura de los racimos, que pueden ser sexuales (los machos son atraídos por una sustancia química análoga al reclamo olfativo de la hembra) o alimenticias (mezcla de sustancias cuyos vapores atraen a los individuos). Es conveniente poner ambos tipos de trampas. Las sexuales sólo atraen a los machos y las alimenticias a ambos sexos. Además, el conteo, tanto de huevos como de penetración de larvas en los racimos dará una idea de los daños, presentes y futuros.

También se pueden aplicar técnicas de confusión sexual, utilizando para ello, difusores con feromona más un repelente. Este método es la mejor alternativa a los tratamientos químicos, sobre todo si éstos no son realizados de forma adecuada ni en el momento oportuno.

– Control biológico: Existen algunas especies que pueden parasitar las larvas, como Trichogramma spp. Igualmente, se pueden emplear productos biológicos como Bacillus thuringiensis, coincidiendo con el inicio de la eclosión de los huevos.

– Control químico: Se recomienda no realizar tratamientos contra la primera generación, al menos hasta que no se supere el 10% de racimos atacados, ya que el daño se reduce a la pérdida de algunos botones florales. No obstante, si fuera preciso por la incidencia de la plaga, deben llevarse a cabo, ya que un control eficaz de la primera generación es fundamental para asegurar un nivel aceptable de la plaga a lo largo del ciclo de cultivo.

Contra las siguientes generaciones se deben establecer los umbrales de actuación, basados en aspectos como los niveles de población y daños, los cuales deben determinarse para cada zona concreta, así como para cada tipo de uva (y su destino), debiéndose tener en cuenta ciertos factores como son:

  • Productivos (n º de cepas / ha, n º de racimos / cepa o peso medio del racimo).
  • Económicos (precio Kg de uva o coste de tratamientos.
  • Incidencia del tratamiento sobre la falta de aparición de pudriciones (Botrytis cinerea).

Por tanto, el momento de realizar el tratamiento debe ser cuando ya ha tenido lugar la oviposición y se detectan las primeras eclosiones de los huevos, procurando que las larvas no causen daños significativos. Por otra parte, es preciso recalcar que cuanto más pequeñas sean éstas, más sensibles serán al tratamiento aplicado. No hay que retrasar la intervención porque los daños progresan rápidamente.  Además, aunque el tratamiento sea muy eficaz y mate las larvas, no se eliminan las heridas que hayan podido causar. La eficacia de los tratamientos reside en realizar una buena estrategia, acertando con el momento, la elección de los insecticidas, la dosis o la rotación – combinación de los productos

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