02/04/2024

Revista InfoAgro México

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Labores previas del cultivo de Apio

Labores previas del cultivo 

 

  1. Introducción

 

  1. Elección del material vegetal

 

  1. Siembra

 

  1. Preparación del terreno

 

  1. Trasplante

 

  1. Introducción

 

Algunas de las tareas que tienen que ver con los aspectos previos al trasplante de las plántulas de apio, o en la fase inicial del cultivo, suponen una gran importancia, ya que el desarrollo y el resultado final del mismo dependerán del acierto en la aplicación de éstos. Algunos casos son la elección de la variedad que se va a implantar, la técnica y los parámetros óptimos en los que se realiza la siembra, las labores de preparación del suelo o las tareas y técnicas de trasplante, principalmente. Si estas acciones se han realizado de una forma adecuada, existirán más posibilidades de conseguir un ciclo de cultivo satisfactorio, con un buen rendimiento y de calidad. De este modo, se podrá iniciar con paso firme el cultivo del apio. 

 

  1. Elección del material vegetal

 

La elección de la variedad a cultivar es una decisión muy importante, la cual debe basarse en distintos aspectos que marcarán su posterior desarrollo, entre las que destacan: las condiciones del entorno, principalmente climáticas y edáficas, las fechas de trasplante y cosecha o las demandas comerciales del producto recolectado.  

 

Para López-Marín (2017), la demanda del mercado del apio se ve reflejada en dos grandes grupos, los cuales engloban el conjunto de variedades comerciales existentes, agrupando a todos los cultivares según sus colores, pudiendo ser verdes y amarillos. Los primeros, cuyo color verde puede ser muy variado (oscuro, medio, claro, brillante, intenso, etc.), presentan como particularidades botánicas su rusticidad, mayor crecimiento vegetativo y más tolerancia a las alteraciones medioambientales. No obstante, son susceptibles de adquirir una tonalidad blanca en sus pencas con la aplicación de técnicas de cultivo. Por su parte, las variedades de color amarillo o dorado, también denominados autoblanqueantes, son solicitadas en mercados más específicos y presentan una mayor problemática de cultivo. 

 

Es preciso mencionar la labor de blanqueo, que se realiza con el objetivo de evitar la formación de clorofila en la base del pecíolo, así se obtiene un producto más tierno y de mejor sabor. Asimismo, evita que las plantas que alcanzan un gran tamaño se abran, aunque es una práctica ya poco utilizada debido a que las variedades autoblanqueantes no lo requieren como les sucedía a las verdes (Del Pino, 2016). 

 

En cuanto a las propuestas de las empresas comercializadoras de semillas, la gran mayoría disponible son variedades con escasa presencia de híbridos F1, y de las que aconsejan su idoneidad para su uso en determinados ciclos de cultivo (Marín, 2015).  

 

Además del color, las variedades deben poseer ciertas características generales básicas, que también son importantes, como son la resistencia a subida prematura a flor o la tolerancia al ahuecado de los pecíolos. Por tanto, se pretende ofrecer un conjunto de plantas que sean homogéneas, con hojas agrupadas en buen número, que proporcionen pesos medios óptimos, buena calidad de los pecíolos de las hojas o pencas, a través de un grosor y una longitud adecuadas, con el primer entrenudo alto, sabor dulce, textura poco fibrosa y escasa “cuchara” en su base (López-Marín, 2017).   

 

  1. Siembra

 

Las semillas de apio tienen un peso muy pequeño, ya que se estima que, para uso agrícola,1 g puede contener de 2,500 a 3,000 semillas desnudas. En semilleros, realizados con semilla desnuda, se pueden obtener unas 15 mil plantas por cada 10 g de semillas, las cuales poseen un poder germinativo de 4 a 5 años, si son conservadas en condiciones adecuadas (López-Marín, 2017). 

 

Asimismo, recomienda que deben emplearse de 2 a 4 semillas por golpe, estimándose un período de tiempo de unos 25 días para que se produzca la germinación, siempre que se mantengan valores adecuados de humedad y temperatura, entendiendo como valor óptimo en el aspecto térmico, unos 20 º C, y un intervalo aceptable el comprendido entre 5 º y 30 º C. 

 

De este modo, después de la siembra, las bandejas pasan a la cámara de pregerminación, donde se mantienen a 18 º C de temperatura y un 90 % de humedad relativa durante 72 horas, tras las cuales, y con la aparición del hipocótilo, son trasladadas al invernadero, en el que se deberán mantener temperaturas de 17 º a 20 º C, donde se desarrollará todo el proceso de crecimiento hasta llegar al tamaño adecuado para efectuar su trasplante en el terreno definitivo (González et al., 2000). 

 

Dependiendo del ciclo productivo de cultivo al que se destinen las plántulas, el invernadero será sombreado en el de invierno, o mantendrá un mínimo térmico determinado en el de primavera y, en ambos casos, para garantizar un intervalo de temperatura comprendido entre 13 º y 15 º C, para evitar la inducción de subida prematura a flor de las plantas (Maroto, 1991), fisiopatía muy conocida y nada deseada. 

 

López-Marín (2017), describe los intervalos temporales de los dos ciclos de cultivo, tanto el de invierno como el de primavera. En el primero, las siembras se realizan en los meses de verano (julio – agosto), efectuándose los trasplantes, de manera aproximada, en septiembre – octubre, para hacer unas previsiones del inicio de recolección desde noviembre a mediados de marzo.  

 

En cuanto al segundo (ciclo de primavera), las siembras se programan para la primera quincena de noviembre, llevándose a cabo el trasplante en los meses de enero y febrero, para comenzar la cosecha desde mediados de abril hasta junio. 

 

Es interesante señalar que se puede fomentar el desarrollo radicular de las plántulas para los trasplantes de finales de verano, segando la parte aérea cuando ésta tiene unos 15 cm de altura, dejándola en 2 cm, aproximadamente. Y, si fuera necesario retrasar el trasplante, aún se podría segar una segunda vez, manteniendo una altura de 4 cm, aunque es preciso señalar que esta práctica solamente se puede realizar en estos ciclos de cultivo, ya que, en otros, se induce la subida a flor, proceso que no conviene que suceda. 

 

  1. Preparación del terreno

 

Aunque el apio no es una especie especialmente exigente en suelos, ya que puede adaptarse a una cierta variedad de ellos, sí que es sensible a los encharcamientos. Por ello, es realmente importante realizar una buena labor de desfonde para intentar dejarlo esponjoso en todos los horizontes en los que se produce el crecimiento del sistema radicular, sobre todo, en aquellos terrenos de textura arcillosa. 

 

Para conseguir el citado objetivo es recomendable llevar a cabo las labores preparatorias, empleando subsolador, acompañada por otra de vertedera, así como algunos pases finales de fresadora. 

 

Por otra parte, además de la textura del terreno de cultivo, también es conveniente despejar el suelo de piedras, sobre todo las de un tamaño considerable, así como de las malas hierbas existentes en el mismo. Esta labor de “desmalezado” se puede realizar manualmente o mediante el uso de herbicidas selectivos de preemergencia de malezas o en postemergencia del cultivo. 

 

  1. Trasplante

 

Debido a los problemas que presenta este cultivo en su fase inicial si se realiza siembra directa, Del Pino (2016), recomienda realizar almácigos y trasplantes, en bandejas multiceldas (speedlings) con sustratos y realizar el trasplante con cepellón, aproximadamente entre 40 y 60 días después de la siembra, con 2 – 4 hojas verdaderas, dispuestas las plantas en surcos a una distancia comprendida entre 25 y 35 cm. 

 

Para López-Marín (2017), el trasplante debe hacerse de forma preferente en bancada, utilizando una acaballonadora después de la preparación del suelo, formando así surcos de 40 cm de anchura en la meseta superior y dejando 1 m de separación entre los centros de cada meseta. Si el terreno no ha quedado bien preparado, se puede utilizar una máquina mixta entre fresadora y acaballonadora, que lo refinará.  

 

Tras la colocación de las mangueras de riego sobre las citadas mesetas se lleva a cabo el trasplante, hundiendo en la tierra el cepellón de la plántula hasta la zona del cuello. Según Vicente y López (1996), la distribución debe realizarse al tresbolillo, en líneas separadas entre sí, aproximadamente 15 cm, y 40 cm entre plantas, lo que supone una densidad de plantación de 120 mil plantas por hectárea.  

 

No obstante, para dichos autores, este diseño puede variar en función del ciclo de cultivo, de acuerdo con las condiciones ambientales en las que se desarrolla, ya que, en el ciclo de producción para primavera, la distancia entre líneas se amplía un poco, hasta los 20 cm, para evitar que la reducción de los niveles de luz en las fases de crecimiento pueda provocar la formación de hojas con pecíolos estrechos, quedando reducida la densidad a 100 mil plantas por hectárea. 

 

Igualmente, la utilización de semiforzados, como las cubiertas flotantes, pueden propiciar una pequeña limitación de las cantidades de luz, aunque puede ir acompañado de un mayor desarrollo de las plantas, resultando un marco de plantación que corresponda a unas densidades en torno a 112 mil plantas/ha (González et al., 2001). 

 

Por último, se puede citar un aspecto que tiene que ver con la alternancia en las plantaciones, denominado comúnmente como “rotación de cultivos”. Para López-Marín (2017), es conveniente no rotar con otras especies de Apiáceas (zanahoria, perejil, etc.). En cambio, sí puede alternarse con especies hortícolas de las familias de las Fabáceas, Solanáceas, Brasicáceas y Cucurbitáceas, aunque las especies de esta última familia pueden resultar un tanto peligrosas al ser fuente de inóculo de un amplio grupo de virus como, por ejemplo, el CMV (virus del mosaico del pepino), que también afecta al apio. 

 

Para concluir, se ha podido comprobar cómo las distintas actividades, decisiones incluidas, pueden repercutir en el posterior desarrollo del cultivo, con el correspondiente resultado final en la cosecha de apio.