La enfermedad conocida como el Mosaico de la Higuera supone un quebradero de cabeza, no solamente para los productores de higos y brevas, sino también para todo el personal profesional relacionado, como pueden ser ingenieros agrónomos o fitopatólogos, entre otros. La incidencia de este virus en los cultivos comerciales afecta al desarrollo de los árboles, mermando, en mayor o menor medida, su rendimiento y rentabilidad. Los estudios realizados en las plantaciones de higueras buscando la presencia de dicho virus en las células vegetales han mostrado un resultado positivo prácticamente en el 100 % de los casos, por lo que las labores de vigilancia y prevención deben ser muy estrictas para combatir los efectos nocivos de este organismo.
Introducción
El pepino es un cultivo que requiere una humedad relativa ciertamente elevada para llevar a cabo un crecimiento adecuado y, por tanto, un rendimiento óptimo. Sin embargo, estas condiciones de humedad en el entorno de las plantas en determinados momentos, también originan algunos problemas causados por organismos fitopatógenos, principalmente hongos y bacterias. Estas últimas no figuran entre las causas más famosas de enfermedades, pero pueden causar graves daños en los cultivos si las condiciones climáticas les son favorables.
Síntomas y daños
Una virtud de esta cucurbitácea es que puede ofrecer una alta productividad en un corto periodo de tiempo. Si a esto se le une un buen precio de venta, la rentabilidad del mismo está asegurada. No obstante, hay que tener en cuenta las pérdidas de cosecha causadas por enfermedades bacterianas que, aunque suelen ser ubicadas en un segundo plano en cuanto a importancia económica después de los hongos (Acosta et al., 2014), a veces provocan serios daños y pérdidas como consecuencia de su más que difícil control, especialmente cuando las condiciones ambientales responden a temperaturas medias y humedad relativa elevada, favoreciendo así su desarrollo y dispersión.
Son distintas especies de bacterias las causantes de tales enfermedades, tanto en el cultivo de pepino como en otras cucurbitáceas (melón, sandía, calabacín, etc.). Éstas pueden afectar a las plantaciones en mayor o menor medida, siendo las más comunes las siguientes: mancha angular de la hoja (Pseudomonas syringae), mancha bacteriana de la hoja (Xanthomonas campestris), Pudrición bacteriana o podredumbre blanda (Erwinia carotovora) y marchitamiento bacteriano (Erwinia tracheiphila).

La bacteria que centra nuestra atención y es responsable de la afección conocida como “mancha angular” es Pseudomonas syringae pv. lachrymans, cuya distribución se produce por todo el mundo, causando serios problemas en el cultivo de pepino, especialmente en las regiones húmedas.
En lo que respecta a los síntomas, el principal se observa en las hojas durante las etapas iniciales y consiste en manchas angulares con los márgenes amarillos, las cuales están delimitadas por las nervaduras, lo que les confiere la citada “forma angular”, que evolucionan hasta formar áreas irregulares.
En épocas de elevada humedad, se observan exudados bacterianos sobre las manchas, los cuales se desprenden como gotas de lluvia, dejando la epidermis de la hoja con un tono blanquecino. Con el paso del tiempo, se desgarran y caen al suelo, mostrando en la superficie foliar perforaciones irregulares (Agrios, 1999; Zitter et al., 2004).
Cuando la infección se presenta en tejidos internos se origina una pudrición, así como una presencia de exudados en forma de gotas. Los síntomas también se observan en los tallos, mostrando una decoloración (Agrios, 1999; Blancard et al., 2000). Los frutos afectados presentan manchas pequeñas, casi redondas, que suelen ser superficiales, mostrando un mal aspecto que afecta su presencia externa.
Los daños son diversos, empezando por la superficie foliar destruida, que tiene efectos directos negativos sobre el proceso de la fotosíntesis. Las plantas afectadas de manera considerable pueden sufrir un colapso y morir. Además, los frutos dañados hay que eliminarlos, ya que resultan inservibles para la comercialización. Todo en su conjunto puede suponer una merma de la cosecha muy considerable, afectando de esta forma a la rentabilidad del productor.

La bacteria llega a los cotiledones por medio del viento o del agua de riego, donde penetra a través de los estomas y heridas. Después de introducirse, coloniza los espacios intercelulares para moverse sistémicamente y manifestarse en la superficie de la planta, dispersándose por todo el cultivo (Acosta et al., 2014). Las principales formas de dispersión se producen a través de la lluvia, los insectos, la maquinaria, las semillas infectadas y las acciones del personal agrícola. Asimismo, el suelo arenoso arrastrado por el viento, que contiene residuos de plantas enfermas y el agua de riego contaminada con la bacteria, es eficaz en la diseminación de la enfermedad (Kritzman y Zutra, 1983).
La etapa crítica ocurre durante el periodo de producción de los frutos, debido a que estos seres bacterianos se multiplican en los espacios intracelulares de la epidermis, invadiendo posteriormente el mesocarpio. Por otra parte, la semilla tiene un papel fundamental en la supervivencia de este fitopatógeno, ya que cuando llega al sistema vascular, invade los tejidos de la misma, donde se aloja y se multiplica (Agrios, 1999; Zitter et al., 2004). Pasado un tiempo, el inicio de la infección se produce con la germinación de los cotiledones.
Medidas de control.
Normalmente, cuando Pseudomonas syringae aparece en las plantaciones de pepino suele resultar complicado controlar su desarrollo y dispersión por toda la parcela de cultivo, especialmente si las condiciones de su entorno son favorables para ello. Por tanto, es realmente importante llevar a cabo una serie de medidas preventivas y labores culturales que eviten o reduzcan las infecciones causadas por estas bacterias. En tal sentido, algunas de las acciones preventivas que se pueden realizar son:
- Desinfección previa del terreno de cultivo y la estructura (si fuese el caso de pepino protegido), así como de las herramientas que se van a emplear.
- Las semillas que se van a plantar deben ser sanas, libres del patógeno. La mejor recomendación es que sean semillas tratadas y certificadas.
- Las malezas y otras plantas hospederas de los alrededores de la parcela deben ser eliminadas, ya que pueden suponer un reservorio para la infección. Los vectores de transmisión también deben eliminarse.
- El uso de variedades resistentes es una muy buena opción en la prevención de la enfermedad bacteriana.
- La rotación de cultivos puede ser una medida efectiva para cortar la prolongación del patógeno de un ciclo de cultivo a otro.
- Es importante retirar y eliminar los restos vegetales del cultivo anterior que se han visto afectados por la enfermedad. De este modo, se evita el contagio a las plántulas de la siguiente plantación de pepinos.
Estas medidas pueden reducir de manera considerable las infecciones de P. syringae, así como su distribución por toda la parcela. Además, existen otras labores de manejo, que se pueden realizar durante el cultivo con el mismo fin. Algunas de las más importantes son:
- Evitar situaciones en las que la humedad relativa sea demasiado elevada, al menos durante periodos de tiempo no prolongados. Para ello, deben controlarse las condiciones ambientales de la plantación mediante estrategias como la reducción del riego, la orientación de las líneas de cultivo (más iluminación y menos sombras) o el marco de siembra (que haya distancia suficiente entre las plantas y no quede demasiado denso).
- En el caso de las estructuras productivas como pueden ser los invernaderos, debe llevarse a cabo un control del clima basado principalmente en la ventilación y el nivel de radiación, donde el goteo de la cubierta no resulte excesivo sobre las plantas.
- Realizar monitoreos regulares con el objetivo de una detección precoz de la enfermedad, cuyo control puede resultar más efectivo que si las bacterias ya se han extendido de forma significativa, siendo la reacción tardía.
- En las labores de poda y tutorado, principalmente, evitar ocasionar heridas a las plantas, ya que éstas pueden resultar la vía de entrada de las bacterias.
- Aplicar un programa de riego y fertilización (o fertirriego) que determine un crecimiento equilibrado de las plantas, nunca demasiado tiernas y vigorosas, ya que ese estado de crecimiento puede ser el origen de la enfermedad.
- En caso de advertir la presencia bacteriana, es recomendable retirar de la parcela de cultivo las plantas con síntomas, señal inequívoca de infección.
Si después de aplicar algunas de estas medidas, o incluso todas, existe la presencia de estas bacterias, el último recurso sería la aplicación de tratamientos fitosanitarios. A este respecto, debe cubrirse de manera homogénea toda la superficie vegetal, haciendo especial esmero en las zonas donde se observan los síntomas de la infección.
Tradicionalmente, se han empleado las diferentes formas de cobre disponibles como son: sulfato de cobre, hidróxido de cobre y oxicloruro de cobre. La materia activa kasugamicina ha demostrado a lo largo de los años una gran eficacia frente a las infecciones bacterianas. En este sentido, un estudio realizado por Acosta et al. (2014) en Atlatlahucan, Morelos, sobre cultivo de pepino, demostró un control bastante bueno de este bactericida frente a la mancha angular (Pseudomonas psyringae p.v. lachrymans), con un valor medio de control del 87%, catorce días después de la primera aplicación de los tratamientos.
No podemos olvidar tampoco la tendencia creciente experimentada por la producción orgánica, cuya importancia y superficie de cultivo van en aumento. En esta disciplina se pueden aplicar igualmente distintas formulaciones cúpricas y también está permitido el uso de productos cuya formulación está basada en organismos biológicos, como pueden ser Bacillus amyloliquefaciens y Bacillus subtilis, entre otros. Existen, además, otros enfoques para combatir la enfermedad, como pueden ser productos que reduzcan los niveles de humedad (desecantes), que estimulen los medios naturales de defensa de las plantas (fitoforticantes), etc.
En definitiva, en ambientes húmedos, el control de las enfermedades bacterianas puede resultar tremendamente complicado, por lo que debe recurrirse a estrategias de prevención y a la aplicación de labores en el cultivo en tal sentido. A pesar de que los tratamientos aplicados pueden llegar a frenar la evolución de la enfermedad, es preferible que ésta no aparezca y no tener que comprobar la eficacia (o no) de los productos con efectos bactericidas.
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Virus del Mosaico de la higuera

Síntomas y daños
Los primeros registros de la enfermedad fueron realizados por Condit (1922) y Swingle (1928) (Cağlayan et al., 2009; Hafez et al., 2011), aunque el primer estudio determinante lo establecieron Condit y Horne (1933).
El virus causante de la enfermedad es trasmitido por el eriófido Aceria ficus y reportado en todos los lugares donde se cultiva la higuera, aunque con distinta importancia (Casadomet et al., 2016). Los principales síntomas que provoca en las plantas son muy diversos, apareciendo generalmente en hojas y frutos, entre los que se pueden destacar:
- Manchas cloróticas claramente delimitadas.
- Venas y hojas deformes o decoloradas.
- Anillos cloróticos.
- Necrosis localizadas.
- Hojas con mosaicos de diversos patrones.
- Caída prematura de frutos.
Además de la sintomatología típica donde se observa el mosaico con sus clorosis (y necrosis) características, pueden apreciarse también otro tipo de síntomas como por ejemplo clorosis distintas, enrollamientos de brotes y deformaciones foliares. Estas particularidades hacen sospechar que pudieran estar implicados otros virus.
Por otra parte, los síntomas pueden variar entre árboles distintos, apareciendo diferencias incluso en una misma rama (Tzanetakis et al., 2010). Es posible que estas diferencias sean debidas a la influencia de algunos factores del entorno sobre los árboles o el propio patógeno. A este respecto, una conclusión extraída de los estudios realizados sobre esta enfermedad es que la expresión fenotípica del virus se acentúa con el estrés de la higuera por diversos motivos: sequía extrema, podas severas, carencia de nutrientes en el suelo, trasplante reciente, etc.
Otra conclusión que resulta interesante es que la expresión externa del virus es muy sensible a las altas temperaturas, de manera que cuando éstas son bastante elevadas, las hojas afectadas suelen recuperar su color verde oscuro normal o bien se secan y caen, brotando unas semanas después hojas nuevas con aspecto sano, aunque sólo externamente porque el virus sigue en el interior de las células, pero sin expresarse, ya que se encuentra paralizado por el calor.
Las plantaciones presentan con frecuencia síntomas de esta virosis, aunque por el momento no se ha asociado su presencia a árboles debilitados (Casadomet et al., 2016). Sin embargo, ante el hecho de encontrar dicha presencia en, prácticamente la totalidad de los análisis realizados, la única diferencia entre los diferentes cultivares estriba en la mayor o menor resistencia a la manifestación de la enfermedad según el genotipo varietal de la higuera. De este modo, existen genotipos que presentan distintos niveles de tolerancia, siendo resistentes, parcialmente resistentes y susceptibles a la expresión fenotípica del virus.
En cuanto a los daños sufridos, cuando la higuera presenta una afectación severa, su crecimiento se ve reduciendo con brotes que presentan entrenudos más cortos, hojas más pequeñas, deformadas y decoloradas, además de una menor producción de frutos que, a veces también presentan manchas del mosaico y, por tanto, mayores pérdidas económicas para el productor.
Para autores como Segarra et al. (2005), la acción del virus puede reducir el vigor y la producción hasta un 30 % o incluso más. Sin embargo, la evaluación del verdadero impacto económico de esta enfermedad es difícil de cuantificar porque, igual que sucede con otras virosis, los síntomas generalmente son confundidos con el resultado de la acción de otros agentes, tanto bióticos como abióticos (Ubidia P., 2014). De este modo, el desconocimiento de la enfermedad lleva consigo un mayor coste de producción, tanto en el vivero como en el campo, como consecuencia de la aplicación de medidas de control inapropiadas.
Medidas de control
Tal y como sucede en todas las enfermedades víricas, el control debe enfocarse preferentemente hacia la prevención, por lo que la mayoría de estrategias siempre han sido dirigidas a evitar las condiciones que favorecen la infección (Ubidia P., 2014). Algunas de las medidas que pueden llevarse a cabo para intentar controlar el avance de este virus son:
- La utilización de portainjertos resistentes con motivo de algunos estudios de susceptibilidad y resistencia a este virus en diferentes especies de Ficus (Burnett, 1960; Alfieri, 1967).
- La regulación y reglamentación en lo que respecta al ingreso de material vegetal en los distintos estados para certificar el estado sanitario óptimo de las higueras.
- El control del insecto vector del virus, Aceria ficus, resulta una medida sanitaria trascendental, al ralentizar y reducir la transmisión.
- La desinfección de las tijeras y las herramientas de poda, a pesar de que éstas no parecen ser un vehículo de infección importante, son una medida higiénica que no está de más.
- La aplicación de sofisticadas técnicas de reproducción in vitro o por semillas no contaminadas en laboratorio, aunque no parece ésta una medida para ser aplicada a un volumen considerable.
La realidad parece ciertamente complicada, al tratarse de una enfermedad vírica y afectar a la inmensa mayoría de los árboles, su control se vuelve bastante difícil. Además, al estar tan extendido el ácaro transmisor del virus no se arregla demasiado la situación introduciendo plantas sanas, ya que rápidamente son infectadas mediante la picadura del insecto vector.
Otros virus detectados en higuera
La higuera es una planta hospedante de varias especies virales pertenecientes a diferentes familias: Closteroviridae, Bunyaviridae, Tymoviridae, Flexiviridae, Partitiviridae y Caulimoviridae (Shahmirzaie et al., 2012). Algunas investigaciones muestran la complejidad de este virus, cuya causa podría estar asociada a la interacción entre diferentes virus y/o patógenos.
En este sentido, un trabajo realizado por Ubidia P. (2014), nombra los diferentes virus detectados en la higuera. Son los siguientes:
- Fig leaf mottle–associated virus 1 (FLMaV-1). Familia Closteroviridae, género Closterovirus.
- Fig leaf mottle–associated virus 2 (FLMaV-2). Familia Closteroviridae, género Ampelovirus.
- Fig mild mottle–associated virus (FMMaV). Familia Closteroviridae, género Closterovirus.
- Arkansas fig closterovirus 1 y 2 (AFCV-1 y AFCV-2). Familia Closteroviridae, género Closterovirus.
- Fig cryptic virus (FCV). Familia Partitiviridae, género Deltapartitivirus.
- Fig badnavirus 1 (FBV-1). Familia Caulimoviridae, género Badnavirus.
- Fig mosaic virus (FMV). Familia Bunyaviridae, género Emaravirus.
- Fig fleck–associated virus (FFkaV). Familia Tymoviridae, género Maculavirus.
- Fig latent virus 1 (FLV-1). Familia Betaflexiviridae, género Trichovirus.
La distribución geográfica de estos virus en las plantaciones de higueras de todo el mundo las podemos resumir del siguiente modo, siendo las presencias principales:
– En Turquía, Elci et al. (2012) indican que el 83 % de las muestras analizadas estaban infectadas con un virus como mínimo, siendo los más comunes FBV-1 y FMV (79 % de prevalencia).
– En Egipto se observó que el 90% de las plantas analizadas tenían al menos un virus, siendo FLMaV-1 el más frecuente con un 68.3 % de prevalencia, seguido por FMV con un 46.7 % (Elbeashehy y Elbeaino, 2011).
– En Irán se detectaron FLV-1, FLMaV-1 y FMV (Shahmirzaie et al., 2010; Shahmirzaie et al., 2012).
– En Líbano se observó la presencia de FLMaV-1 con un 47 %, seguido por FMV con un 42 %, FLMaV-2, FMMaV y FFkaV con porcentajes de infección más bajos (Elbeaino et al., 2007; Elbeaino et al., 2012).
– En Arabia Saudita también existen informaciones acerca de la presencia de varios virus infectando a la higuera, especialmente FLMaV-1 y FMV (Alhudaib, 2012).
– En Nueva Zelandia, FMV y FBV-1 fueron los más frecuentes (Minafra et al., 2012).
– En muestras de México y Sudáfrica se encontró FLMaV-1 (Castellano et al., 2007).
– En los países de la cuenca del Mediterráneo el virus más común es FLMaV-1, seguido por FLMaV-2 y FMV (Elbeaino et al., 2011).
– En Japón se observó la presencia de FMV en el 34 % de los huertos comerciales (Ishikawa et al., 2012).
Vemos cómo estos virus mencionados tienen una gran presencia en las plantaciones de higos distribuidas por amplias zonas del mundo. Así, podemos extraer como conclusión final que la inmensa mayoría de las higueras, por no decir todas, llevan conviviendo con varios virus, tal vez durante muchos años. Por tanto, es más que probable que a lo largo de unos cuantos años más de evolución en simbiosis forzada, el genoma del virus del Mosaico (en este caso) acabe integrándose en el genoma de las higueras y la enfermedad deje de manifestarse.

Condiciones óptimas de cultivo
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Introducción
El cultivo de la vida es muy importante a nivel mundial, representado por algunos países que tienen una larga tradición vitivinícola. La obtención de la uva supone una cierta diversidad en cuanto a productos se refiere, como su consumo en fresco, la amplia industria de las bebidas, etc. En nuestro país, la producción de uva va aumentando poco a poco durante los últimos años. Por esto, resulta de cierto interés conocer algunos aspectos que pueden afectar a su desarrollo y producción, especialmente los que son más favorables para mejorar su rendimiento.
Un poco de historia
La especie Vitis vinifera, de la cual derivaron la mayoría de las variedades conocidas, se cultivó por primera vez en el Cáucaso en el 6,000 a.C. El cultivo progresó hacia Egipto y Fenicia alrededor del 3,000 a.C. y en el 2,000 a.C. llegó a Grecia, para más tarde pasar a Italia, Sicilia y el norte de África. En España, Portugal y Francia se comenzó a cultivar en el 500 a.C. Finalmente, se extendió hacia el este y el norte de Europa, llegando incluso a las Islas Británicas.
Ya en nuestro entorno próximo, la viticultura se originó en California en 1769, cuando los monjes españoles instalaron sus misiones por toda la región. La variedad que cultivaron fue una uva de origen Europeo llamada “Mission”, de la cual sacaban el vino sacramental. La expansión de las uvas cultivadas para comer en fresco se produjo alrededor del 1800, cuando un gran número de colonizadores reconoció las grandes posibilidades que presentaban las tierras mexicanas para el cultivo de esta fruta. William Wolfskill plantó la primera cepa en los alrededores de lo que actualmente se conoce como “Los Ángeles”. Además, la primera variedad mediterránea conocida la cultivó William Thompson en Sacramento en el año 1860. Dicha variedad se conoce en la actualidad con el nombre de “Thompson” (Horticultura Internacional, 1998).
Características
La vid es un arbusto caducifolio que pertenece a la familia Vitaceae, cuyo género tiene como nombre científico Vitis. Este género comprende más de 60 especies, de las cuales las más importantes son: Vitis berlandieri, V. rupestris, V. riparia, V. labrusca y V. vinifera. Las cuatro primeras se conocen como vides americanas y se usan en hibridaciones para producir patrones, mientras que Vitis vinifera es reconocida como la vid europea y agrupa a la mayoría de las variedades cultivadas (Pérez, 2000).
Es una planta leñosa que presenta el tronco retorcido y la corteza rugosa. Si se deja crecer libremente puede alcanzar gran longitud, pero mediante la poda anual queda reducida a un arbusto de escasa altura. Las plantas están constituidas por tallos trepadores mediante unos órganos especializados llamados zarcillos, los cuales se enroscan y sirven para sostenerla. En casi todas las variedades, los zarcillos se disponen en posición opuesta a las hojas, endureciéndose en cuanto encuentran soporte.
Las ramas jóvenes, denominadas sarmientos, son flexibles y muy engrosadas en los nudos, sobre los cuales se disponen de manera alterna las hojas, que resultan grandes, con el borde dentado, estípulas caducas, nerviación palmada y limbo suborbicular, entre otras características.
Las flores, generalmente son pequeñas, verdosas y hermafroditas, que se agrupan formando racimos unisexuales. Los sépalos están soldados e inconspicuos, a veces reducidos a un anillo. Los pétalos son verdosos, coalescentes en la parte superior y precozmente caducos. Los estambres son erectos al principio y después reflejos. El ovario tiene forma de ovoidea a globosa, con un solo estigma.
El fruto es una baya globosa recubierta de un polvo fino y blanco, con varias semillas piriformes ovoides con chalaza elíptica, dos surcos longitudinales separados por una cresta aguda, el ápice redondeado y el endospermo trilobulado. Se obtienen en vides de 2 años, que se cortan después de la recolección.
En la unión de la hoja y el sarmiento nacen las yemas. Una vez formadas, maduran dentro de su cubierta durante toda la temporada de crecimiento. Al final de la misma, cada yema albergará las estructuras que darán vida, en el siguiente ciclo, a los futuros sarmientos (o tallos jóvenes), con sus correspondientes hojas, flores y zarcillos.
La vid posee tres tipos de yemas:
- Yema principal. Es la que brota más frecuentemente y se compone a su vez de tres yemas: primaria, secundaria y terciaria, siendo la más importante la primaria porque trae la producción de la temporada.
- Yema pronta (o anticipada). Es una yema que puede brotar en la misma temporada que la yema principal, dando origen a un brote anticipado. Puede producir fruta, aunque ésta será de baja calidad. Por lo general, son ramas improductivas.
- Yema latente. Brota sólo en condiciones extremas, como una fuerte fertilización nitrogenada o una poda excesiva, dando origen a un brote muy vigoroso en madera vieja (tronco, por ejemplo) llamado «chupón». Este brote es netamente vegetativo, por lo que no produce fruta y si lo hace es de mala calidad.
Exigencias del cultivo
La vid se cultiva hoy en día en las regiones templadas y cálidas de todo el mundo. Generalmente, en las zonas cuyas latitudes están comprendidas entre los 20 º y 50 º Norte – Sur del Ecuador, donde están bien definidas las cuatro estaciones del año (Pérez, 2000).
En estas regiones, el crecimiento y la floración están controlados por la temperatura. De este modo, los ciclos de desarrollo y producción ocurren durante la primavera, el verano y a comienzos del otoño, después el crecimiento se detiene en otoño e invierno, perdiendo las plantas el follaje y permaneciendo en estado de inactividad fisiológica (invernación). En el trópico, la planta permanece siempre verde y no pierde el follaje, lo que permite generar 2 – 3 cosechas al año, dependiendo de la variedad y la zona.
El principal factor climático que influye sobre la vid es la temperatura, la cual presenta sus valores óptimos entre 15 º y 25 º C. Puede soportar bajas temperaturas, incluso alguna helada, aunque eso dependerá de las características del cultivo, así como de las circunstancias del entorno.
Durante el periodo vegetativo, las plantas deben acumular una cantidad determinada de calor diario para madurar posteriormente sus racimos de forma adecuada. Esta acumulación de temperatura oscila entre 2,500 º y 4,000 º C, dependiendo de la cepa.
En cuanto a su preferencia por los suelos, las principales propiedades de los mismos son:
- Textura franco – arenosa.
- Suficiente contenido en materia orgánica.
- Buena capacidad de drenaje.
- Ligeramente ácidos, con pH comprendidos entre 5.5 y 7.0.
Manejo agronómico
Es evidente que las decisiones y acciones que se llevan a cabo en cualquier cultivo tienen unos resultados concretos a la hora de la cosecha, tanto en el buen como en el mal sentido. Los viñedos no son una excepción, por lo que las técnicas aplicadas repercutirán finalmente en su rendimiento. Por ello, vamos a tratar tres aspectos que resultan fundamentales en el cultivo de la vid: Influencia de los portainjertos, uso de fitorreguladores y labores de poda.
– Influencia de los portainjertos
La principal influencia de éstos radica en el vigor del crecimiento, así como en la capacidad de absorción de agua y nutrientes, por lo que la calidad de la unión patrón – injerto resulta fundamental. En suelos pobres y faltos de humedad, los patrones vigorosos que poseen una mayor capacidad de penetración de las raíces en el suelo, permitirían una mejor absorción, favoreciendo así el vigor de las plantas. Por el contrario, en suelos fértiles los patrones muy vigorosos podrían causar efectos contraproducentes al cultivo como, por ejemplo, una disminución de la productividad con fruta de mala calidad.
En lo que respecta a la influencia de los portainjertos sobre la producción y la calidad de la fruta, algunas experiencias señalan que existen diferencias notorias en aspectos como el contenido de azúcar, el pH y el peso de las bayas, comparando uvas procedentes de vides injertadas con plantas sin injertar. Un aspecto importante de la calidad de la uva de mesa es su peso, el cual puede aumentar en plantas injertadas. También el portainjerto, dependiendo de su vigor, podría modificar en algún sentido el pH del jugo de la uva (González et al., 1999).
Por tanto, es importante elegir adecuadamente un patrón, teniendo en cuenta características como su vigor, la fertilidad del suelo, la disponibilidad de agua o las condiciones climáticas, entre otras.
– Uso de fitorreguladores
En la viña no se dispone de tanta experiencia como en otros cultivos respecto a la utilización de fitorreguladores, entendiendo como tales aquellas sustancias orgánicas capaces de promover, inhibir o modificar uno o varios procesos fisiológicos vegetales. Los principales son: auxinas, giberelinas, citoquininas, inhibidores, etileno y generadores del mismo.
Las auxinas se sintetizan principalmente en las zonas subapicales de los brotes en crecimiento activo, en hojas jóvenes y en embriones en desarrollo, interviniendo en numerosos procesos del crecimiento de la vid (dominancia apical, cuajado de los frutos, etc.).
Las giberelinas son producidas generalmente en hojas y bayas jóvenes, así como en los ápices de las raíces. Su aplicación es una técnica habitual en el cultivo de variedades sin semillas para conseguir un mayor crecimiento de las bayas, mientras que en las variedades con semillas los resultados dependen del momento de aplicación: antes de la floración favorece el alargamiento y el desarrollo del racimo, en plena floración produce un aclareo del racimo por eliminación de algunas flores, y después del cuajado favorece el engrosamiento de los granos.
Las citoquininas se sintetizan principalmente en las raíces, al estimular a nivel celular la síntesis proteica. De este modo, intervienen en muchos procesos como: regular el crecimiento de los racimos y el cuajado, estimular el crecimiento del óvulo o favorecer la transformación de flores masculinas en hermafroditas, entre otros.
El principal inhibidor del crecimiento es el ácido abscísico (ABA), que desempeña un papel importante en el reposo de las yemas y las semillas. Éste inhibe el crecimiento de los brotes y, a veces, estimula la abscisión y la senescencia, tanto de hojas como de frutos. El lugar mayoritario de síntesis del ABA son las hojas maduras, pero también se puede realizar en otros tejidos como tallos o raíces.
– Labores de poda
La poda no debe ser una operación rutinaria, sino buscando la manera de dar la estructura más conveniente a la cepa, denominada poda de formación (en los primeros años de vida de la planta). Además, existe otro tipo conocida como poda de producción o conservación, mediante la cual se consigue vigorizar la planta, regular la producción o incluso aumentarla.
En este sentido, las cepas más vigorosas no tienen porqué dar el mejor fruto, ni tampoco las más débiles y enfermizas. El mejor fruto será producido por cepas perfectamente sanas, con un desarrollo equilibrado. Por tanto, se trata de procurar formar cepas de esta condición, sin importar cortar más a las muy vigorosas y reforzar a aquellas que han sufrido daños o están débiles por alguna circunstancia.
Algunas recomendaciones básicas sobre cómo realizar una poda adecuada son:
- Escoger las yemas cuyos sarmientos lleven la conveniente dirección, ya que está comprobado que cuando la savia circula a velocidad normal, el fruto es de mejor calidad. En los sarmientos verticales ésta circula más rápido y en los horizontales o rastreros, más despacio.
- Tener en cuenta el número de yemas que se van a dejar sin cortar porque si se mantienen muchas, los frutos serán más pequeños. Se debe dejar un número proporcional al vigor y para que penetre bien el aire y el sol en el cultivo.
Existen diversas formas de poda, cuyo tipo ideal dependerá de las variedades existentes, así como del clima y del suelo predominantes en cada zona. Según Echeverría et al. (1979), el sistema de poda más recomendable es el tradicional que induce a la planta a producir de manera más generosa. Debe hacerse en la época fría, a partir de la quincena siguiente a la caída natural de las hojas, considerando que cuanto más temprana sea la poda, más temprana será también la brotación posterior. Podar tardíamente conlleva una serie de inconvenientes. Haba (1999) afirma que influye en aspectos como la disminución del ciclo vegetativo, una reducción de la calidad de la uva para vinificación o menor maduración. No obstante, algunos viticultores la emplean como técnica para retrasar la brotación cuando existe riesgo de heladas.
Así pues, si se eligen los recursos disponibles y se emplean las labores de cultivo de manera acertada, la producción de los viñedos puede resultar satisfactoria, con los correspondientes beneficios que eso conlleva. Para esto, es siempre recomendable que los agricultores se asesoren correctamente con el objetivo de conseguir un mejor resultado en sus cultivos vitícolas.