Los problemas concernientes a un cultivo no terminan una vez que se ha realizado la cosecha de sus frutos o partes comestibles. El periodo posterior, denominado postcosecha, conlleva una serie de problemas que provocan unas pérdidas bastante considerables en lo que se refiere a los alimentos destinados al consumo humano. El Instituto sueco de Alimentos y Biotecnología (SIK) estimaba en 2011 dichas pérdidas a nivel mundial en torno a un tercio de la producción. Para reducir estas cifras se debe trabajar, no solamente en el procesado de los frutos, sino aplicando unas buenas prácticas agrícolas en el campo, en las fases de cultivo previas a la cosecha, durante la misma y, por supuesto, en el periodo posterior a ésta.
Introducción
El pepino, dentro del grupo de las hortalizas cultivadas, es un producto altamente valorado, tanto por su valor agronómico para el productor como por sus cualidades nutritivas para el consumidor, ya que es una fuente de alimento rica en vitaminas y minerales. Sin embargo, este cultivo suele verse afectada a lo largo de su ciclo de vida por algunas enfermedades causadas por organismos fitopatógenos. Sin duda, la más importante es el mildiu, que puede arrasar plantaciones enteras en un espacio de tiempo muy corto si las condiciones ambientales son favorables para su dispersión, causando daños muy graves e irreversibles, por lo que las medidas preventivas y de control resultan fundamentales.
Publicidad
Infección y dispersión
Los mildius son principalmente tizones del follaje de las plantas que atacan y se propagan con gran rapidez por los tejidos verdes, tiernos y jóvenes, incluyendo hojas, tallos y frutos (Agrios, 1995), aunque existen ciertas diferencias entre los llamados tizones, como ocurre con la papa y el tomate. De este modo, los mildius verdaderos pertenecen a un grupo de oomicetos que forman parte de la familia Peronosporaceae.
Todas las especies de esta familia son parásitos obligados de plantas superiores y causan enfermedades en numerosos grupos vegetales que incluyen a la mayoría de las hortalizas y gramíneas cultivadas, así como a muchas plantas ornamentales, arbustos y vides. En el caso del pepino, el organismo responsable de los ataques es Pseudoperonospora cubensis, conocido comúnmente como el “mildiu de las cucurbitáceas”.
P. cubensis fue reportado por primera vez en Cuba en 1868, siendo identificado veinte años más tarde en Japón. Desde 1971 atacaba solamente a los cultivos de pepino en Francia, pero ahora también está presente en otras cucurbitáceas, especialmente en melón donde resulta un limitante de la producción (Blancard et al., 2000).
Sus exigencias climáticas le llevaron a colonizar inicialmente las regiones tropicales y subtropicales, aunque en la actualidad se encuentra distribuido en todos los países donde se cultivan cucurbitáceas de forma comercial (Lebeda y Cohen, 2011). Una de las características más significativas de este organismo es su capacidad de infectar a un amplio rango de hospedantes. Se estima que actúa sobre unas 40 especies de 20 géneros de la familia Cucurbitaceae, destacando por su importancia económica, la sandía, el pepino, el melón y la calabaza (Shetty et al., 2002).
La infección puede producirse con temperaturas entre 8º y 27º C, situándose su óptimo entre los 18º y 23º C. Además, soporta bien las altas temperaturas, de manera que varios días consecutivos a 37º C, no merman su viabilidad (Blancard et al., 2000). Dicha infección está fuertemente influenciada por la presencia de una lámina o capa de agua libre sobre la superficie del tejido vegetal durante un periodo mínimo de dos horas, incrementándose significativamente cuando se superan las diez horas bajo condiciones de elevada humedad ambiental (Aegerter et al., 2002). De este modo, situaciones donde están presentes nieblas, rocíos, lluvias o riegos por aspersión favorecen su dispersión, pudiendo ocasionar pérdidas considerables en los cultivos en muy poco tiempo si las condiciones de su entorno resultan óptimas para su desarrollo.
En este sentido, los mildius forman esporangios sobre esporangióforos, que difieren del micelio por su forma de ramificarse. Cada uno de los géneros de mildiu tienen una forma característica de ramificación de sus esporangióforos, lo que constituye un criterio utilizado para su identificación (Agrios, 1995).
Inicialmente, los esporangióforos son casi siempre largos y blancos, emergiendo en grupos a través de los estomas de la planta. Más tarde, van adquiriendo una tonalidad grisácea o marrón clara y forman una matriz visible que está constituida por las hifas, principalmente en el envés de las hojas, aunque también pueden hacerlo en el haz o sobre otros tejidos infectados.
Cuando se origina una capa de agua sobre las hojas, cada esporangióforo crece hasta alcanzar la madurez, produciendo los esporangios de forma casi simultánea y, éstos a su vez, dan origen a las zoosporas (esporas móviles) que germinan y penetran en el tejido vegetal. Una vez que se ha producido la infección, este organismo fitopatógeno se introduce en la planta y produce haustorios, pequeños órganos que facilitan el consumo de los nutrientes de las células vegetales vivas, creciendo así en el interior de las hojas, donde después de un tiempo, saldrán nuevas estructuras con esporas de los estomas.

La dispersión se puede producir por medio de distintos factores como el viento, las salpicaduras del agua de lluvia, el riego por aspersión y también por contacto a través de utensilios o de trabajadores. Asimismo, se ha reportado que algunos insectos pueden diseminar las citadas estructuras reproductivas.
Su ciclo es relativamente corto, apareciendo los síntomas a los pocos días de la infección. Generalmente, pueden observarse dentro de los 11 días posteriores, con una esporulación que se produce alrededor de 5 – 11 días más tarde (Rebollar et al., 2012). Además, este organismo puede sobrevivir durante los periodos más desfavorables en forma de micelio, principalmente en los restos vegetales, sin la formación de oosporas (estructuras de supervivencia que pueden resistir durante varios años).
Síntomas y daños
P. cubensis necesita tejido vivo para sobrevivir y está altamente especializado en las plantas que infecta. Este pseudohongo penetra en el hospedante de forma directa a través de la cutícula y la epidermis, alimentándose de las células del parénquima por medio de haustorios y una profusa red de micelio intercelular (Álvarez, 2013).
Los síntomas de esta enfermedad se pueden observar sobre todo en las hojas de las plantas de pepino, pero también de forma más ocasional en tallos, pedúnculos, cáliz y pétalos. Inicialmente, en el haz de las hojas se desarrollan manchas con formas irregulares correspondientes a las lesiones, limitadas por los nervios y de color amarillento que, posteriormente, cambia a tonos marrón como consecuencia de la evolución de la clorosis a la necrosis.
En el envés aparecen los signos de la esporulación del patógeno, que corresponden a un micelio con una abundante producción de esporangióforos y esporangios, provocando la apariencia de vellosidad característica de la enfermedad (Hollier et al., 2001). Estas estructuras son la fuente de diseminación a otras plantas, pudiendo colonizar grandes superficies de cultivo a partir de una pequeña zona considerada el foco de la infección.
En cuanto a los daños, como ya se ha mencionado, el mildiu puede ocasionar pérdidas rápidas e importantes en los cultivos donde se presenta. Dichas pérdidas dependen en parte de la cantidad de inóculo inicial, pero, sobre todo, de la prevalencia de una atmósfera húmeda durante la cual estos organismos esporulan profusamente, causando numerosas infecciones y propagándose hacia los tejidos jóvenes suculentos a los que matan con rapidez (Agrios, 1995).
En el pasado, los distintos mildius que han afectado a varios cultivos han causado epidemias catastróficas. Algunos de ellos continúan en la actualidad provocando pérdidas importantes. En lo que respecta al mildiu que ataca los cultivos de pepino, su incidencia resulta variable, asimismo los daños y pérdidas originadas en ellos. Su gravedad depende de varios factores, no sólo climáticos, sino también de manejo por parte del agricultor.
De este modo, estos daños pueden variar desde leves, con un porcentaje afectado en torno al 20% hasta la totalidad de las plantas cultivadas. Las lesiones foliares van aumentando, lo que afecta a la actividad fotosintética de las plantas, reduciendo su desarrollo y rendimiento. Si la evolución de la enfermedad va en aumento provoca un achaparramiento de las plantas y como resultado final la muerte de las mismas. Por supuesto, la cosecha también se ve afectada, tanto de manera cuantitativa (producción) como cualitativa (calidad de los frutos).
Métodos de control
La capacidad de destrucción de los mildius en una atmósfera bajo condiciones favorables puede resultar incontrolable. Por ello, debido a la rapidez del avance de la enfermedad y a la severidad de los daños en el cultivo, resulta fundamental una rápida reacción en cuanto se observen los primeros síntomas (Blancard et al., 2000).
En este sentido, es necesario evitar la presencia de agua libre sobre las plantas. Por ejemplo, no se debe aplicar riegos por aspersión en cultivos al aire libre, especialmente al anochecer ni por la mañana con presencia de rocío. En cultivos protegidos, es preciso reducir los valores elevados de humedad relativa de la parcela, así como el goteo excesivo de la cubierta. Esto puede conseguirse mediante el manejo de la ventilación de la estructura o aplicando una baja frecuencia de riegos, entre otras acciones.
Para reducir las posibilidades de contraer esta enfermedad por parte del cultivo de pepino, las medidas preventivas resultan fundamentales, siendo las principales las siguientes:
- Elegir variedades que presenten cierta tolerancia o resistencia al mildiu.
- Eliminar restos de cultivos anteriores que se han visto afectados.
- Realizar una desinfección previa de la parcela de cultivo.
- Planificar un marco de plantación no demasiado denso para no favorecer una elevada humedad ambiental.
Las medidas culturales o de manejo también son importantes en el control de P. cubensis. Algunas de estas acciones son:
- Realizar un manejo climático adecuado, intentando reducir el exceso de humedad relativa.
- Implantar una orientación óptima de las líneas de cultivo, evitando que queden las menores zonas posibles sombreadas y que el máximo de ellas reciban radiación solar.
- Evitar causar heridas a las plantas que pueden ser la vía de entrada del patógeno.
- Practicar labores de higiene como retirar los restos de poda y hojas senescentes o enfermas.
- Llevar a cabo una fertilización equilibrada, sin excesos de nitrógeno.
- Evitar aplicar demasiado riego al cultivo, así como prevenir las salpicaduras de agua.
Si todas estas actuaciones no impiden la aparición de la enfermedad hay que recurrir al control químico, el cual supone la última opción de combate. De forma general, los fungicidas pueden clasificarse según su forma de acción en preventivos (o de contacto) y curativos (o sistémicos). Los primeros se aplican antes de que las plantas muestren síntomas, ya que sólo actúan cuando las esporas han llegado hasta ellas y están a punto de germinar, mientras que los segundos se aplican cuando las plantas ya se ven enfermas, absorbiéndose a través de las hojas o de las raíces y siendo transportados hacia el resto de la planta.
Algunas recomendaciones de uso son:
- Aplicar algún tratamiento fitosanitario preventivo si las condiciones ambientales son óptimas para la aparición del mildiu, aunque no se observen síntomas.
- Manejar adecuadamente los fungicidas, haciendo un programa de control razonable en cuanto a mezcla y rotación de los productos.
- Aplicar los tratamientos cuando no haya presencia de agua libre sobre las plantas para que se produzca una mejor absorción del mismo.
- Mojar las superficies de las plantas de manera uniforme, sin dejar zonas sin cubrir.
Algunas de las materias activas empleadas en el control de P. cubensis son: azoxistrobin, propamocarb, famoxadona, cimoxanilo, formas de cobre (hidróxido u oxicloruro), fluopicolida, folpet, fosetil-Al, metalaxil y más.
En definitiva, el mildiu en general y el de las cucurbitáceas en particular, supone un peligro sin duda para los cultivos que resulta muy difícil de controlar, especialmente con condiciones ambientales favorables. A este respecto, el empleo de fungicidas, principalmente los sistémicos, han mejorado de manera considerable la capacidad de control de este tipo de enfermedades, aun en los casos donde resulta tremendamente complicado mantenerlos a raya.
Related Posts

Pudriciones de postcosecha

Importancia de las enfermedades de postcosecha
El manejo de postcosecha de brevas e higos no resulta fácil, ya que son frutos muy delicados, además de perecederos, lo que impide una manipulación demasiado elaborada, así como una comercialización a larga distancia. Por estos motivos, el manejo de los frutos después de ser recolectados cobra especial importancia.
En este sentido, la postcosecha se refiere al conocimiento de los principios básicos que regulan el comportamiento del producto cosechado y a la tecnología de manejo necesaria para su adecuada conservación en estado natural, teniendo como objetivo fundamental el mantenimiento de la integridad física y la calidad del producto fresco (Wills, 1998). A esto hay que añadir que, de acuerdo con los principios básicos, todas las frutas y hortalizas son entes vivos que realizan unas funciones fisiológicas tales como respiración, transpiración, fotosíntesis y liberación de etileno. Por tanto, durante los momentos que concurren después de la cosecha es necesario controlar estos procesos para garantizar así una mayor vida de éstos. Las técnicas que permiten controlar y/o retrasar los procesos fisiológicos engloban la refrigeración, el uso de películas plásticas, envases adecuados, condiciones óptimas de transporte, control de humedad relativa, control de enfermedades, plagas y fisiopatías, así como atmósferas controladas / modificadas y absorbentes de etileno.
De este modo, el estudio sobre las técnicas de conservación, empleando cada vez más, las nuevas tecnologías, aumenta las posibilidades de mejorar las características de los productos vegetales, asimismo puede ofrecer alternativas para solucionar los problemas originados en la postcosecha. La aplicación de estos métodos puede beneficiar de forma especial a frutas como los higos, dadas sus particulares condiciones de sensibilidad. Algunas de las técnicas de conservación en postcosecha que se aplican son:
Efecto de la temperatura sobre el etileno:
Los higos son levemente sensibles al efecto del etileno en lo que respecta a la aceleración del ablandamiento y al avance de las pudriciones, especialmente si se mantienen a temperaturas iguales o superiores a 5 º C
El higo es un fruto muy sensible a los daños mecánicos, por lo que resulta altamente recomendable que se empaque en cajas de cartón y con todas las precauciones necesarias.
Efectos de Atmósferas Controladas (AC):
Mantener los frutos en condiciones que respondan a combinaciones del 5 – 10 % de oxígeno y del 15 – 20 % de dióxido de carbono son efectivas para controlar las pudriciones, mantener la firmeza y reducir las tasas de respiración y de producción de etileno. Sin embargo, se debe actuar con cautela, ya que se tienen evidencias de desórdenes relacionados a atmósferas controladas durante un almacenamiento prolongado, ocasionando pérdida del sabor característico del fruto. El higo desarrolla sabores indeseables al exponerse a menos del 2 % de oxígeno y/o a más del 25 % de dióxido de carbono, como consecuencia del metabolismo de fermentación.
Control adecuado de las condiciones de temperatura y humedad:
Dichas condiciones son indispensables porque si no es así, se puede favorecer las condiciones para la presencia y proliferación de enfermedades.
Por tanto, hay que tener mucho cuidado con el manejo de postcosecha, ya que si se realiza un uso inadecuado de las técnicas empleadas se pueden originar algunos daños, no sólo enfermedades, como son las fisiopatías y los daños físicos. A esto debemos añadir que la calidad de un producto hortofrutícola se inicia en el campo, mediante labores adecuadas, tratando de conservarla durante y después de la cosecha para que llegue a las manos del consumidor en las mejores condiciones posibles, para lo cual es preciso contar con los conocimientos necesarios.
Por tanto, hay que tener mucho cuidado con el manejo de postcosecha, ya que si se realiza un uso inadecuado de las técnicas empleadas se pueden originar algunos daños, no sólo enfermedades, como son las fisiopatías y los daños físicos. A esto debemos añadir que la calidad de un producto hortofrutícola se inicia en el campo, mediante labores adecuadas, tratando de conservarla durante y después de la cosecha para que llegue a las manos del consumidor en las mejores condiciones posibles, para lo cual es preciso contar con los conocimientos necesarios.
Principales agentes que las causan
Dentro de los diversos problemas que pueden afectar a los higos una vez que han sido cosechados, la principal causa de deterioro es la elevada incidencia de pudriciones de origen fúngico. Éstas se producen primordialmente por la facilidad de daño de la epidermis y el alto contenido de azúcares de los frutos (Colelli, 1991). A este respecto, los principales responsables de estos ataques son los siguientes patógenos:
Botrytis cinerea, Monilinia laxa, Alternaria altemata, Fusarium moniliforme, Rhizopus stolonifer (Colelli, 1991); Alternaría tenuis, Aspergillus niger (Ryall y Pentzer, 1979); Fusarium moniliforme, Aspergillus spp. (Subbarao et al., 1993; Michailides et al., 1996; Subbarao y Michailides, 1996); Cladosporium spp., Alternaria spp. (Brooks y McColloch, 1938; English, 1953; Oladokun, 1997); Aspergillus niger, Cladosporium herbarum, Monilia cinerea, Rhizopus nigricans, Penicillium sp., Mucor sp. (Chessa, 1997; Ferguson et al., 1990; Obeneaef et al., 1982; Ricci, 1972); Phytophthora palmivora (Alfieri y El-Gholl, 1993; González et al., 1997).
Hanseniaspora spp., Torulopsia spp. (Colelli, 1991).
Acetobacter spp. (Colelli, 1991).
Como se puede observar, existe en bibliografía científica un amplio grupo de patógenos citados en frutos de higo durante la postcosecha. A este respecto, vamos a referir un trabajo realizado por Montealegre, J. et al. (2000) en el que se identifican algunos de los hongos causantes de las pudriciones en postcoseha en brevas e higos. Dichos hongos fueron inoculados en una muestra de frutos, a una parte se les practicó una herida para dicha inoculación y a otra no. Los distintos hongos, así como la incidencia de frutos podridos por éstos, en función del modo de contagio, se muestran en la tabla 1:
Publicidad
Hongos | % de frutos podridos | |
Sin herida | Con herida | |
Rhizopus stolonifer | 40 | 100 |
Penicillium minioluteum | 40 | 100 |
Alternaria alternata | 0 | 80 |
Botrytis cinerea | 60 | 80 |
Fusarium flocciferum | 40 | 40 |
Cladosporium herbarum | 0 | 40 |
Tabla 1. Porcentaje de frutos podridos inoculados con diferentes tipos de hongos.
Montealegre, J. et al. (2000).
Los resultados obtenidos en este estudio mostraron que todos los hongos inoculados provocaron pudriciones cuando se practicaron heridas, mientras que cuando éstas no se hicieron, Alternaria alternata y Cladosporium herbarum no fueron capaces de causar pudrición, lo que estaría indicando que ambos hongos necesitan heridas para poder atacar los frutos en su estado de madurez. Este hecho es confirmado por Colelli (1995), quien los catalogó como saprófitos, pudiendo aparecer asociados a Aspergillus spp. en pudriciones de postcosecha de higos.
En el caso de los frutos inoculados con herida, hay que destacar la alta agresividad de las cepas de Rhizopus stolonifer y Penicillium minioluteum, que causaron pudrición al 100 % de la muestra de frutos, seguidos por Botrytis cinerea y Alternaria alternata con un 80 %, siendo los menos infecciosos, con un 40 %, Fusarium flocciferum y Cladosporium herbarum. En los casos que los frutos se inocularon sin heridas, el hongo que causó un mayor porcentaje de frutos podridos fue Botrytis cinerea, con un 60 %, seguido por Rhizopus stolonifer, Penicillium minioluteum y Fusarium flocciferum (40 %).
En cuanto a los síntomas observados en los frutos por la acción de estos hongos, B. cinerea, R. minioluteum y R. stolonifer se caracterizan por una pudrición húmeda sobre la cual se puede observar posteriormente el micelio y una esporulación gris (en el caso de B. cinerea) o verde (en P. minioluteum), que crece muy pegado a la superficie del fruto, mientras que R. stolonifer produce un micelio bastante grueso que rápidamente se cubre de esporangios de color negro, los que se pueden observar a simple vista. Por su parte, E. flocciferum produce lesiones algo definidas, que se cubren de forma rápida por un micelio de color blanco y generalmente se desarrolla asociado a lesiones causadas por otros hongos como R. minioluteum, C. herbarum y A. alternata, en frutos con alto grado de senescencia. A. alternata produce lesiones deprimidas con esporulación de color negro. Algo similar ocurre con el ataque de C. herbarum, pero el desarrollo del hongo sobre las lesiones es de un color gris verdoso (al comienzo gris oscuro).

Es importante reseñar que los hongos identificados en esta investigación son señalados por la literatura como patógenos de brevas e higos en otras partes del mundo, con excepción de Fusarium flocciferum y Penicillium minioluteum. Además, se demuestra la importancia de las heridas y características fisiológicas de estos frutos en la susceptibilidad, así como en la incidencia de pudriciones fúngicas en postcosecha.
Publicidad
De este modo y, teniendo en cuenta la diversidad de agentes patógenos que atacan a los higos y brevas, no solamente hongos, es preciso tomar una serie de acciones para evitar o reducir, en la medida de lo posible, los daños sufridos en los frutos durante la postcosecha. Por tanto, el control de las enfermedades de postcosecha debe ir orientado hacia lo siguiente:

- Control de plagas en el campo con el objetivo de reducir los daños en frutos y la transmisión de hongos.
- Manejo de las condiciones ambientales y de cultivo para minimizar la incidencia de enfermedades pre-cosecha.
- Limpieza estricta de los contenedores utilizados para la cosecha y el transporte.
- Especial cuidado para reducir al máximo las rozaduras, grietas y otros daños físicos.
- No realizar recolección de frutos del suelo destinados al mercado en fresco.
- Recomendable aplicar un enfriado rápido y el mantenimiento de la cadena de frío durante el trayecto completo hasta el consumidor final.

Observando estos puntos es fácil deducir que, si se llevan a cabo unas actividades cuidadosas, así como preventivas antes de la cosecha, la calidad de la misma, que también supone una menor incidencia de enfermedades, será mayor. De igual forma, las condiciones procuradas durante el envasado y el transporte son fundamentales a la hora de ofrecer alimentos más saludables y perfectos.
Así, en la actualidad, el objetivo de la producción de frutas y verduras, entre los que se encuentran los higos, debe enfocarse en obtener productos de calidad, que presenten una larga duración en el mercado y que puedan ser transportados a grandes distancias. Es por estos motivos que, para realizar un manejo postcosecha eficiente, se deben conocer las características del producto en cuestión, del ambiente de procesado y del medio biótico. La interacción entre todas ellas y los factores de pre–cosecha determinarán la calidad y la capacidad de conservación de los productos vegetales.

Barrenillo de la higuera
La higuera es una planta que, a pesar de otorgarle unas condiciones de rusticidad y resistencia, también sufre el ataque de plagas y enfermedades, como cualquier otra especie vegetal, especialmente cuando es cultivada bajo un modelo intensivo. Varios son los grupos de insectos que la parasitan, mermando de este modo su desarrollo y rendimiento. En este caso, vamos a hablar de una especie conocida como el barrenillo de la higuera, el cual no es excesivamente preocupante, siempre y cuando las plantas se mantengan en buenas condiciones. Si no es así, el comportamiento de este insecto puede ocasionar serios problemas en el árbol, incluso acabar con su vida.
Biología del insecto
Los principales enemigos que se pueden encontrar en las higueras pertenecen a los siguientes tipos de Orden del reino animal: hemípteros, lepidópteros, dípteros, tisanópteros y coleópteros. A este último grupo pertenece el parásito que nos ocupa, conocido comúnmente como barrenillo de la higuera por su forma de actuar, parecido al efecto que ocasiona una pequeña barrena en la madera.
Su nombre científico es Hipoborus ficus y es exclusivo de Ficus carica (la higuera), siendo bastante común su presencia en la misma. Melgarejo (1999) y Domínguez (1976), lo califican como un diminuto escolítido (subfamilia de coleópteros polífagos, considerada durante mucho tiempo una familia independiente).
Su morfología responde a un aspecto cilíndrico y robusto, de color oscuro, más bien pardo negruzco, aunque puede presentar también un semblante ceniciento debido a la pubescencia de los élitros. Sus antenas son también de un tono parduzco. El tamaño del insecto adulto de barrenillo es muy pequeño, entre 1 y 1.5 mm de largo. El huevo es de color blanco amarillento, y los estados de larva y ninfa son también de color blanco.
Como coleóptero, tiene unas piezas bucales de tipo masticador, con cuatro dientes en cada lado del margen, siendo el tercer diente el más grande. En cuanto a las alas, las delanteras (primer par de alas) se han transformado en rígidas armaduras, llamadas élitros, las cuales protegen la parte posterior del tórax, incluido el segundo par de alas y el abdomen. Estos élitros no se usan para el vuelo, pero en la mayoría de las especies de coleópteros, deben ser levantadas para poder usar las alas traseras.
Referente a su comportamiento biológico, estos individuos se reproducen en la corteza interna de los árboles, en los tejidos del floema, tanto vivo como muerto. Si las condiciones del entorno son favorables, se desplazan en busca de un huésped vulnerable. Una vez que lo encuentran, los individuos adultos excavan a través de la corteza debilitada para construir túneles donde poder aparearse y poner huevos. Una vez que las larvas eclosionan, se alimentan y pupan debajo de la corteza.
Además, liberan feromonas para atraer a más individuos al árbol huésped. El periodo de puesta es muy largo, pudiéndose encontrar en una misma colonia larvas, ninfas (en las galerías centrales) y huevos (en las últimas), mientras los adultos todavía continúan prolongando las galerías maternas por sus extremos. De este modo, pueden generar al cabo de un año un número de generaciones comprendido entre tres y cuatro. De dos a cinco semanas después de la invasión, pueden migrar a otro huésped, repitiendo el mismo proceso.
Daños y control
Publicidad
Generalmente, la higuera no presenta graves problemas de plagas, pero cuando se cultiva de modo más intensivo, puede sufrir ataques por parte de determinados individuos, con cierta relevancia. A este respecto, entre las principales plagas que afectan a este cultivo, se pueden destacar: la mosca de la fruta (Ceratitis capitata), la mosca del higo (Lonchea aristella), el mosquito verde (Empoasca sp.), la escama de la higuera (Lepidosaphes fici), la cochinilla de la higuera (Ceroplastes rusci), el barrenillo de la higuera (Hypoborus ficus), la oruga de las hojas (Simaethis pariana), la barreneta (Myelois ceratoniae) y el barrillo (Hysteropterum grylloides).
La plaga que tratamos, Hypoborus ficus, se alimenta de la madera del árbol de la higuera. Los estudios que hay sobre el mismo lo definen como un parásito de ramas debilitadas, aunque en algunos casos se ha observado su presencia en ramas sanas y vigorosas (Casadomet et al., 2016).
Los daños ocasionados responden normalmente a las galerías realizadas por estas poblaciones (adultos y larvas), produciendo perforaciones en las ramas, las cuales son apreciadas a partir de primavera por los acúmulos de serrín en el exterior de las mismas. Estos agujeros y galerías en las ramas hacen que la planta se vea seriamente afectada, secándose finalmente y, en el caso de plantas en estado de decrepitud, acelerando el momento de su muerte.
Se trata así de un insecto que vive a expensas de las higueras debilitadas, en mal estado o, sencillamente, con las ramas recién partidas, siendo, por tanto, un parásito secundario que no por ello deja de ocasionar grandes daños en algunas zonas donde se cultivan higueras (Domínguez, 1976).

En su modo de acción, los adultos recorren las ramas a gran velocidad, especialmente en los días templados y soleados. Las ramas rotas por el viento o las debilitadas por cualquier otra causa, son las preferidas para el ataque. La hembra perfora la corteza de la rama elegida, realizándose en este momento el acoplamiento, permaneciendo el macho en el exterior en sentido perpendicular, mientras que la hembra continúa la excavación. Las galerías maternas son de tipo transversal doble, a derecha e izquierda, con cámara en el centro. En su construcción colabora el macho, que siempre acompaña a la hembra en el interior de las galerías. En estas galerías se realiza la puesta y de aquí partirán después las galerías larvarias (Melgarejo, 1999).
Publicidad
Los medios de control que se pueden aplicar para combatir al barrenillo son:
Como acciones indirectas puede realizarse la poda de las ramas rotas o débiles, procediendo posteriormente a su quema y destrucción. También se puede trabajar en aspectos como la vigorización del árbol (evitando que se debilite), la utilización de ramas cebo para su control y la reducción (mediante manejo) de las condiciones que provocan el debilitamiento de la planta.
Por lo tanto, resulta fundamental adoptar una serie de medidas orientadas a fortalecer la planta y a que ésta presente un estado saludable para que, de este modo, la plaga no llegue a desarrollarse.
Como medios de lucha directos se puede recurrir a tratamientos fitosanitarios en primavera para actuar sobre el insecto durante su vida en el exterior, repitiendo los tratamientos a medida que van saliendo los adultos invernantes de la primera generación. Es recomendable la aplicación de plaguicidas (siempre autorizados) cuando el nivel de plaga sea significativo.
Esta plaga es controlada de forma natural por el parasitoide Trichopria hypobori (conocido en las zonas de Europa). No obstante, en las plantaciones que crecen de manera espontánea, donde la biodiversidad es patente, existen varias especies que actúan como enemigos naturales de estos parásitos.
Hemos visto que, a pesar de la posible presencia de estos individuos en las plantaciones de higos, los cuidados que deben recibir las plantas deben estar orientados a un crecimiento adecuado, ya no sólo para ofrecer una productividad satisfactoria, sino también para hacer frente al ataque de plagas como ésta que acabamos de describir.