02/04/2024

Revista InfoAgro México

Toda la agricultura, ahora en tus manos

Importancia del agua en el cultivo 

Importancia del agua en el cultivo 

 

  1. Introducción
  1. Consumo hídrico del cultivo
  1. Eficiencia en el uso del agua
  1. Influencia del sistema de riego
  1. Tolerancia a la salinidad

 

  1. Introducción

 

La alfalfa es un cultivo importante, ya que constituye uno de los forrajes fundamentales. Sin embargo, se le otorgan algunos inconvenientes como su elevado consumo de agua, así como la baja eficiencia en el uso de agua que presenta, ya que necesita una cantidad bastante superior a la de otros cultivos para producir un kg de materia seca, aunque es importante tener en cuenta que, tanto las necesidades de agua como su eficacia, van a depender del sistema de riego utilizado.  

 

Por otra parte, esta leguminosa presenta algunas ventajas como, por ejemplo, la adaptación a momentos de escasez de agua, durante los cuales puede disminuir la producción, aunque de manera leve si la sequía no se prolonga. Además, este cultivo muestra una tolerancia moderada a la salinidad del agua de riego, pudiendo ser regado igualmente con aguas residuales, siempre que hayan sido tratadas previamente. 

 

  1. Consumo hídrico del cultivo

 

La alfalfa está considerada un cultivo que demanda bastante agua, lo que en ocasiones puede tenerse en cuenta como un aspecto negativo del mismo. Una estimación de sus necesidades aproximadas resulta variable, pudiendo oscilar entre 11 mil m3 por hectárea y año en las zonas bajas y centrales, como los valles, y 5 mil m3 por hectárea y año en las zonas húmedas de montaña (Faci, 1984).  

 

Por tanto, los requerimientos de agua de la alfalfa son superiores a los de otros cultivos (tabla 1), debido principalmente a su largo ciclo vegetativo, aunque hay que señalar que sus necesidades hídricas experimentan oscilaciones importantes a lo largo del periodo productivo (Lloveras, 1999).  

 

Este hecho se refleja en los valores de los coeficientes de cultivo (Kc), que son mínimos después de los cortes (entre 0.3 y 0.5), aumentando progresivamente hasta alcanzar máximos entre 1.05 y 1.25, cuando la alfalfa llega al periodo de floración (Finkel, 1983; Doorembos y Pruitt, 1988), momento en que se suele cortar normalmente, reiniciándose de nuevo el proceso. Según estos autores, si se requiere un valor promedio de Kc, debe considerarse el intervalo 0.85 – 1.05.  

 

Cultivo  Necesidades (m3/ha/año) 
Alfalfa  12,300 
Maíz  9,600 
Trigo o Cebada  4,500 
Patata  14,700 
Frutales  10,400 
Hortícolas  12,500 

 

Tabla 1. Necesidades hídricas (m3 por ha y año) de algunos cultivos. Fuente: Albisu et al., 1988. 

 

En el cuadro de datos, que hace referencia a las necesidades aproximadas de cultivos muy diferentes, puede observarse que la alfalfa demanda la misma agua que las hortalizas y más que los frutales. No obstante, son cifras generales y no hay que olvidar que los volúmenes de agua que se deben aportar en el riego van a depender de aspectos como la humedad existente en el suelo, la región donde se encuentre el cultivo, la fase fisiológica del mismos, las condiciones climáticas del entorno o el sistema de riego utilizado, entre otros. 

 

  1. Eficiencia en el uso del agua

 

Para algunos autores (Hay y Walker, 1989; Dovrat, 1993), otro aspecto negativo que presenta el cultivo de la alfalfa es su baja eficiencia en el uso del agua, ya que necesita una cantidad bastante superior a la de otros cultivos para producir un kg de materia seca (tabla 2). 

 

Cultivo  Eficiencia uso de agua (kg agua / kg materia seca) 
Alfalfa  700 – 900 
Arroz  650 – 700 
Trigo y Cebada  500 – 550 
Girasol  470 – 475 
Maíz  350 
Sorgo  300 

 

Tabla 2. Eficiencia en el uso del agua de distintos cultivos. Fuente: Faci, 1984; López Bellido, 1991. 

 

Esta baja eficiencia en el uso del agua que presenta la alfalfa, conjuntamente a sus elevadas necesidades hídricas, hacen que este cultivo no sea recomendable para zonas en las que existe una disponibilidad reducida del recurso, o en las que se produce un déficit en el balance hídrico, con extracciones superiores a las recargas naturales del sistema (Caballero, 1998).  

 

Es importante tener en cuenta que las necesidades de agua también pueden variar en función de la eficacia con la se aplica el riego. A este respecto, Barragán y Monserrat (1997), estiman, en términos generales, que la eficiencia del riego superficial está en torno al 60 %, mientras que en el riego por aspersión es cercana al 80 %, lo que indica que una mejora de los sistemas de riego podría contribuir a reducir el consumo de agua demandado por el cultivo. 

 

  1. Influencia del sistema de riego

 

Un aspecto fundamental en lo concerniente al riego es el consumo energético o, dicho de otra forma, la energía empleada para aplicar el riego, la cual suele ocupar la segunda posición del gasto energético, después de los procesos de producción de fertilizantes (Larson y Fangmeier, 1978). No obstante, la energía necesaria para el riego puede variar dependiendo del sistema utilizado (aspersión, a pie, localizado, etc.). 

 

Esta diferencia de gasto puede verse reflejada en estudios realizados en Arizona (Estados Unidos), en los que se ha calculado la energía dedicada al riego en los distintos sistemas de producción utilizados, representando en el riego a pie del 13 al 38 % de la energía total necesaria para producir un cultivo, mientras que, en el caso del riego por aspersión, la energía destinada al riego representa del 44 al 88 % del total (Larson y Fangmeier, 1978). 

 

En lo que respecta a los cultivos y sistemas de riego más tradicionales, la alfalfa, además de acoplarse a sus rotaciones y sistemas de producción, se puede adaptar bien a los métodos de riego que, frecuentemente, son superficiales mediante turnos de suministro, con un distanciamiento en torno a de 15 días, lo que indica que es capaz de soportar cortos periodos de sequía, durante los cuales puede disminuir la producción, pero no sucumbe el cultivo (Sheaffer et al., 1988). 

 

El efecto más importante de la falta de agua, incluso un pequeño déficit, es la reducción del crecimiento, siendo especialmente sensible la expansión celular (Sánchez Díaz y Aguirreolea, 1993), originándose una reducción de la producción de la materia seca. La magnitud de esta reducción dependerá de la duración de dicho periodo de sequía y del momento en que se produzca (Guitjens, 1990). 

 

Diversos autores (Doorenbos y Pruitt, 1988; Sheaffer et al., 1988) han encontrado una relación lineal entre la producción y la evapotranspiración de la alfalfa, siendo la falta de agua uno de los principales factores que reduce la evapotranspiración, aunque, en algunos casos, a consecuencia del estrés hídrico, se ha producido un incremento de calidad del forraje, debido a un aumento de la relación hoja – tallo, y a la menor proporción de componentes estructurales (Sheaffer et al., 1988).  

 

Teniendo en cuenta lo anteriormente mencionado, podría deducirse que una de las ventajas de la alfalfa es la flexibilidad que presenta para adaptarse a momentos de escasez de agua, ya que, aunque disminuya su producción de manera temporal, la cosecha anual puede verse afectada de forma leve, sobre todo si el estrés se ha generado en los últimos cortes (Lloveras, 1999).  

 

De este modo, en las zonas donde es frecuente el riego por turnos, se dan normalmente dos riegos por corte (se suele cortar cada 30 días), recomendando realizar el primero tan pronto como se pueda y el segundo, con una antelación suficiente al corte siguiente, para no dificultar las labores de siega y recolección (Faci, 1984).  

 

Por último y, relacionado con el consumo de agua, la alfalfa suele extraer dicho recurso de la parte superior del suelo, aunque su sistema radicular es capaz de alcanzar los dos metros de profundidad en suelos profundos (Sheaffer et al., 1988; Guitjens, 1990). Este aspecto puede resultar clave en determinadas regiones en las que las capas de agua subterránea pueden llegar a ser moderadamente superficiales, en cuyos casos, el cultivo podría aprovechar parte de estos recursos hídricos, especialmente, durante la temporada de riegos (Lloveras, 1999). 

 

  1. Tolerancia a la salinidad

 

Como factor asociado a la calidad del agua, el contenido de sales va a influir en el desarrollo y rendimiento del cultivo, constituyendo un parámetro fundamental en el riego del mismo. 

 

La alfalfa está clasificada como moderadamente tolerante a la salinidad (Maas y Hoffman, 1977), lo que puede resultar interesante para determinadas zonas. A este respecto, su rendimiento no se ve mermado hasta que la conductividad eléctrica del extracto saturado del suelo no supera los 2.0 dS m-1. Cuando ésta alcanza los 5.4 dS m-1, la reducción de cosecha se estima alrededor del 25 %, viéndose reducida entre un 50 y un 100 % para valores respectivos de conductividad eléctrica de 8.8 y 16.0 dS m-1 (Ayers y Westcot, 1987). 

 

A pesar de que la tolerancia de la alfalfa a la salinidad puede considerarse aceptable, es inferior a otros cultivos extensivos muy comunes como son la cebada, la remolacha, el trigo y el girasol, o cultivos forrajeros como el pasto del Sudán, la festuca alta y el raigrás italiano (Tanji, 1990), pero es algo mayor a la del maíz. No obstante, en zonas áridas, se han detectado variedades de alfalfa con un mayor nivel de tolerancia a la salinidad (Mezni et al., 1999).  

 

Además del riego con aguas moderadamente salinas, algunos autores (Finkel, 1983; Lanyon y Griffith, 1988; Helalia et al., 1996; Palacios et al., 1996), han indicado que esta leguminosa puede ser regada con aguas residuales domésticas que hayan sufrido un tratamiento primario (eliminación de residuos sólidos y agentes parasitarios), o también con aguas procedentes de industrias, las cuales deben estar libres de productos nocivos. Por lo tanto, la alfalfa se puede regar, tanto con aguas salinas como residuales.