02/04/2024

Revista InfoAgro México

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La producción de transgénicos en Estados Unidos y su influencia en México

[vc_row][vc_column][vc_custom_heading text=»INTRODUCCIÓN»][vc_column_text]

 Estados Unidos es el mayor productor y exportador de maíz del mundo, con un volumen de cosecha que ronda los 350 millones de toneladas anuales, de las cuales exporta el 20%. También ocupa el primer lugar en la producción de cultivos transgénicos, entre los que destacan soya, canola, algodón y maíz, destinando el 50% a este último cultivo de grano.

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Además del liderazgo mundial que ostenta en la producción de este tipo de cultivos, mantiene una firme estrategia basada en el impulso al desarrollo del sistema de propiedad intelectual y los acuerdos comerciales internacionales. Este despliegue estratégico incluye a grandes empresas biotecnológicas, presentes en un buen número de países, estimulando así la producción y expansión de los mismos. 

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En este sentido, México es un gran consumidor de maíz, por la implicación social y cultural que supone este alimento para la población. Asimismo, nuestro país está fuertemente influenciado por el vecino, ya que, por una parte, se importa de él un volumen considerable y, por otra, existe una histórica relación comercial entre ambos países.

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Un estudio realizado por el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA, 2012) señala que desde 1990 los rendimientos de maíz se han incrementado en 125 kg por hectárea, debido fundamentalmente a la mejora genética, implementación de la maquinaria, prácticas de cultivo, condiciones climáticas favorables, etc. 

     No obstante, esta posición de mejora y evolución no se debe solamente a estos factores. A esto hay que sumarle la política de subsidios al sector agrícola, reforzado desde 2008. De este modo, el sistema de producción de maíz se sustenta, principalmente, en dos pilares fundamentales:

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Durante las dos últimas décadas, la biotecnología ha tenido un impacto importante en la agricultura de Estados Unidos, donde uno de los aspectos más destacados ha sido el desarrollo comercial de semillas transgénicas en cultivos de maíz, algodón y soya, resistentes a insectos o herbicidas. Respecto a la utilización específica de maíz transgénico, ésta se ha venido incrementando por parte de los productores, principalmente en la zona conocida como el “Cinturón Maicero”, el cual supone un porcentaje muy significativo de su producción nacional.

     Por tanto, el incremento de la siembra de maíz transgénico se debe, en gran parte, a la propia labor de estas empresas biotecnológicas para la promoción de su venta, respaldadas por el desarrollo tecnológico que poseen, el sistema de propiedad intelectual y la política de subsidios agrícolas vigente (Ervin, 2010). En el aspecto agronómico, este tipo de semilla, genéticamente modificada, promete un ahorro en los costos de insumos, especialmente en insecticidas contra las plagas, y un aumento de la producción (Benbrook, 2009).

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El International Service for the Acquisition of Agri-Biotech Applications (ISAAA) cifraba en 2011 en 69 millones de hectáreas la superficie sembrada con cultivos transgénicos (maíz, soya, algodón y canola), los cuales suponían el 43% del total del planeta. En ese año, el área mundial de maíz transgénico fue de 51 millones de hectáreas, produciéndose un incremento en 16 países, 5 de los cuales aumentaron en más de un millón de hectáreas. Estos países fueron Brasil, Argentina, Sudáfrica, Canadá y, por supuesto, Estados Unidos, donde se ha producido un crecimiento continuo, pasando del 25% de la superficie en el año 2000 al 88% en 2012.

     De este modo, la adopción de cultivos transgénicos de maíz desde la década de 1990 en dicho país ha tenido un gran impacto en los productores de este grano (Shelton y Roush, 2002; Lee et al., 2009). Por el contrario, la superficie de maíz común descendió de manera alarmante, pasando del 67.5% en el año 2000 al 20.7% en 2007 (Shi et al., 2007).

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Es necesario señalar que Estados Unidos asigna parte de su presupuesto al subsidio de la producción agropecuaria, incluido el maíz. Como se mencionaba anteriormente, la política agrícola norteamericana otorga importantes ayudas a la producción de este grano, que beneficia a medianos y grandes productores, los cuales pueden recibir pagos del gobierno que refuercen sus ingresos, donde se incluyen pagos de contrato de flexibilidad de producción, préstamos de comercialización, ayuda ante desastres, pagos de conservación y seguros de cultivo (USDA, 2012).

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De esta manera, la política de subsidios desplegada fomenta la producción del monocultivo, reduciéndose así la diversidad biológica de las variedades locales, especialmente del maíz. El tamaño de las parcelas de cultivo es importante, ya que una superficie más grande y más uniforme reduce los costos debido a una mayor mecanización, así como una simplificación en el control de las plagas, características propias de los organismos modificados genéticamente (Heinemann, 2014).

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 La importancia y situación del maíz en México con respecto a Estados Unidos presenta, en términos culturales, características de contraste, lo que nos lleva a cuestionar hasta dónde la liberación del maíz transgénico en México puede ser viable de la misma forma que lo ha sido en Estados Unidos (González y Ávila, 2014).

      En este sentido, es importante realizar una comparación sobre lo que representa el maíz en cada país. Mientras que en México es el cultivo más importante en la actividad agrícola y tiene un significado e importancia históricos, en Estados Unidos se concibe como una fábrica de productos industriales, dándole un sentido más utilitario.

      Además, es necesario aclarar que en Estados Unidos no se clasifica el maíz en transgénico y no transgénico. Por tanto, las importaciones hacia México pueden involucrar a este tipo de cultivos modificados genéticamente. La situación se complica aún más si se considera la liberación de maíz transgénico para siembra comercial. De hecho, hace ya unos años se sembraron un número importante de hectáreas a nivel experimental en algunos estados del país como Sinaloa, Sonora, Chihuahua, Tamaulipas, Coahuila y Durango.

      El hecho de importar toneladas de maíz desde el país norteamericano sin clasificar el grano en transgénico y no transgénico ha tenido consecuencias negativas, al tener presencia de transgenes en maíz en nuestro país (Martínez, 2009).

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La posición de algunas instituciones, como la SAGARPA, respecto al maíz transgénico ha sido a favor de su liberación a nivel de experimentación en campo, alegando que “la siembra de cultivos genéticamente modificados en diversos países desde hace dos décadas ha permitido incrementar los ingresos de los productores, derivado del ahorro por la reducción del uso de agroquímicos, así como beneficios ambientales […] y mejores rendimientos agrícolas por las variedades transgénicas que cuentan con características como la resistencia a insectos y la tolerancia a herbicidas […]” (González y Ávila, 2014).

      La postura contraria a esta posición de instituciones y empresas biotecnológicas comercializadoras de semillas ha puesto en marcha programas de conservación de diversos cultivos, entre ellos el del maíz común. 

      Sin duda, se trata de un tema tremendamente polémico y complejo, ya que, por un lado, existen unos motivos económicos sumamente importantes, como reducción de costes, aumento de ingresos y de rendimiento, etc., pero, por otro, también es importante la conservación de la diversidad biológica, así como la rotación de cultivos, por los múltiples beneficios agronómicos que supone.

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