02/04/2024

Revista InfoAgro México

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Aspectos medioambientales de Alfalfa

Aspectos medioambientales del cultivo 

 

  1. Introducción
  1. Ahorro de energía
  1. Disminución de la erosión
  1. Empleo de materiales orgánicos
  1. Tolerancia al pastoreo
  1. Efecto de los tratamientos fitosanitarios

 

  1. Introducción

 

La producción agraria se ve sometida, cada vez más, a diversos requisitos por parte de clientes y administraciones, siendo necesaria la implementación de procesos ciertamente respetuosos con el medioambiente. En diversos ámbitos, no solo técnico o agrícola, sino también político o comercial, las prácticas culturales aplicadas a los cultivos deben ser adecuadas, sin dañar el entorno que nos rodea.   

El cultivo de la alfalfa no es una excepción, existiendo una relación entre las prácticas aplicadas y sus efectos medioambientales. Por ello, en el presente artículo se van a exponer algunos aspectos que influyen en el entorno natural, desde el aspecto energético hasta otros como la erosión, la conservación de la fauna o los efectos de los tratamientos fitosanitarios en el entorno. 

 

  1. Ahorro de energía

 

Desde hace varias décadas, la tecnología que se emplea para incrementar la productividad agrícola ha dependido, fundamentalmente, de la energía fósil a través de diversas formas (labores mecanizadas, síntesis de fertilizantes, plaguicidas, sistemas de riego, métodos de conservación, etc.), pudiendo representar alrededor del 2 % de la energía total consumida, y hasta el 6.4 % en los países ricos en petróleo (Pimentel et al., 1973; Heichel, 1976). 

Entre los insumos energéticos, uno de los que requiere mayor cantidad de energía fósil, es la síntesis de fertilizantes nitrogenados, ya que para su fabricación se necesitan unos 60 MJ/kg, en comparación con otros macroelementos, como el fósforo, que necesita 14 MJ/kg y el potasio 10 MJ/kg (Heichel, 1978; Loomis y Connor, 1992).  

Es por esto que la alfalfa puede ser considerada como un cultivo energéticamente barato, ya que precisa de pocos aportes nitrogenados, lo que supone un beneficio medioambiental, no solo energético, sino también contaminante. Según Heichel (1978), la energía fósil necesaria (Mcal/ha/día) en un cultivo de alfalfa puede rondar el valor 14.8, resultando ser bastante inferior al requerimiento de otros cultivos como, por ejemplo, el tabaco (308.7 Mcal/ha/día), el arroz (83.9) o el maíz (41.9), aunque el balance energético final dependerá de cada zona, considerando sus particulares técnicas de cultivo y tecnología empleada. 

 

  1. Disminución de la erosión

 

La forma de degradación más generalizada de un suelo lo constituye la erosión, aunque en sus primeras etapas resulte imperceptible, siendo su irreversibilidad lo que requiera la máxima atención para lograr la sostenibilidad de los sistemas agrícolas (Porta et al., 1994).  

De los principales agentes erosivos, la erosión hídrica parece ser la más importante (Magister, 1973) y para reducirla, los sistemas agronómicos tradicionales se basan en el empleo de cubiertas vegetales (Morgan, 1995). En este sentido, la alfalfa puede cubrir el suelo durante todo el año, protegiéndolo del impacto directo de las gotas de lluvia (erosión por salpicadura) y reduciendo la escorrentía superficial (erosión laminar) (Sumner, 1982), de un modo más eficiente que otros cultivos tradicionales como maíz y trigo (Almorox et al., 1994). Por ello, en zonas que presenten una precipitación irregular, la alfalfa puede ejercer un papel importante como cultivo protector del suelo. Estas ventajas también son propias de otros cultivos forrajeros y praderas permanentes (Francis y Clegg, 1990; Bullock, 1992; Tisdale et al., 1993).  

En el caso particular de la alfalfa, su profundidad de enraizamiento, así como el volumen de materia orgánica que genera en el suelo, contribuyen a mejorar las propiedades físicas del mismo, aumentando la velocidad de infiltración del agua y disminuyendo el nivel de erosión del cultivo que le sigue en la rotación (Bruce et al., 1987).  

Es preciso destacar que el problema de la erosión no suele ser grave en zonas llanas o niveladas que son regadas a pie y suelen nivelarse regularmente, pero sí pueden serlo en otras zonas alomadas o con pendiente que se riegan por aspersión (Lloveras, 1999).  

 

  

  1. Empleo de materiales orgánicos

 

Existen ciertos problemas por parte de las explotaciones ganaderas para deshacerse del purín generado por los animales. La alfalfa puede resultar de interés, especialmente en aquellas zonas en las que el cultivo ocupa una extensión importante. Si en dichas zonas, no se produce una precipitación invernal elevada, por el consiguiente riesgo de escorrentías, este cultivo, que tiene además una parada de crecimiento en esta estación, podría ayudar a solucionar el problema, sabiendo que puede ser capaz de consumir grandes cantidades de nitrógeno del suelo (Blumental et al., 1999). 

 

En algunas zonas productoras de Estados Unidos, el empleo de estiércoles y purines en alfalfa se está incrementando, debido a su capacidad para reciclar nutrientes, incluido el nitrógeno, además de su potencial para extraer nutrientes de horizontes profundos. Según Kelling y Schmitt (1996), la alfalfa posee capacidad para soportar varias aplicaciones de estos materiales orgánicos, siendo una buena alternativa ambiental para eliminar los purines, aunque existe la preocupación de que el nitrógeno que contiene el estiércol pueda afectar negativamente, tanto al rendimiento de la alfalfa como a su calidad. 

 

De este modo, se incorpora al suelo una enmienda orgánica, con los aspectos positivos que supone sobre las propiedades físicas, químicas y biológicas del mismo (Urbano, 1992). Desde un punto de vista técnico, los mejores resultados en las aplicaciones se obtienen antes de la siembra (Lanyon y Griffith, 1988). En alfalfares ya establecidos, Undersander et al. (1991), hacen las siguientes recomendaciones: 

 

  • Elegir los campos con mayor proporción de gramíneas, las cuales se beneficiarán más que la alfalfa del nitrógeno aportado.  

 

  • No aportar más de 34 m3 por ha de purín, o más de 25 t/ha de estiércol.  

 

  • Aplicarlos después de realizar los cortes, con el fin de conseguir que las deyecciones lleguen al suelo, evitando que se queden en las hojas.  

 

  • Aplicar los residuos de forma correcta, evitando acumulaciones por falta de uniformidad. La inyección al suelo y su enterramiento (6 – 8 cm) permite reducir las pérdidas por volatilidad de nitrógeno amoniacal, así como los malos olores (Misselbrook et al., 1996).  

 

  • No realizar aporte de residuos en suelos arenosos, o muy permeables, que pueden contaminar aguas subterráneas. Asimismo, evitar el aporte en suelos compactados. 

 

Es importante mencionar el hecho de que, en algunos países como Francia, se restringe la aportación de fertilizantes nitrogenados (ya sean minerales u orgánicos) a los campos con leguminosas puras (Le Gall, 1993), aplicando los purines en la alfalfa, al menos, diez días después de cada corte (SND, 1998).   

 

  1. Tolerancia al pastoreo

 

En algunas regiones se aprovecha la alfalfa principalmente en siega, para utilizarla en verde, heno o deshidratada, pero en otras el pastoreo constituye la forma tradicional de aprovechamiento (empleando variedades más adaptadas), ya que supone una forma cómoda y barata de alimentar al ganado (Delgado, 1984).  

 

De esta manera, los alfalfares contribuyen a optimizar la producción ganadera, aprovechando así los recursos disponibles (Montserrat y Fillat, 1990). Al mismo tiempo, los productores de alfalfa pueden obtener unos beneficios económicos en una época con pocos ingresos, a la vez que los ganaderos pueden disponer de una fuente económica de alimento para sus rebaños.  

 

Asimismo, esta práctica puede ser beneficiosa para el medioambiente, ya que el ganado puede ayudar a controlar malas hierbas e insectos (Fanlo et al., 1999; Wynn-Williams et al., 1991), sin incrementar la compactación del suelo ni el nivel de plagas y enfermedades de la alfalfa (Pelton et al., 1988). 

 

  1. Efecto de los tratamientos fitosanitarios

 

Tradicionalmente, la alfalfa se ha considerado un cultivo poco exigente en tratamientos fitosanitarios, comparada con otros cultivos extensivos como cereales o maíz. Sin embargo, al aumentar el precio de este forraje en los últimos años, se ha observado un incremento en dichas aplicaciones, principalmente de insecticidas (Lloveras, 1998). 

 

Hay que tener en cuenta que, en ciertas zonas productoras, se realiza un tratamiento por corte, dándose en los regadíos de 4 a 6 cortes por año. Por tanto, la aplicación de tratamientos de manera frecuente y sistemática, supone algunos problemas en el entorno del cultivo, así como en el medioambiente. Algunos de éstos son:  

 

  • Empleo, de manera frecuente, de productos poco específicos o de amplio espectro, que actúan contra la plaga en cuestión, pero también perjudican y/o eliminan a otros insectos (enemigos naturales), los cuales ayudan a controlar a otras especies dañinas. 

 

  • Efectos negativos sobre la fauna auxiliar, siendo algunos de estos insectos fundamentales, como es el caso de los insectos polinizadores, o los mismos enemigos naturales, cuya ausencia va a provocar la aparición de otras plagas menores que, libres de sus enemigos naturales, pueden ocasionar pérdidas importantes en algunos cortes.  

 

  • Aparición de especies, o generaciones de éstas, resistentes a los insecticidas utilizados más de lo debido, hecho que ocurre cuando se aplica de forma repetida una determinada materia activa para controlar una plaga concreta, aumentando así el riesgo.  

 

  • Contaminación de lugares, parcelas, fuentes de agua, etc. que se encuentren próximos al alfalfar, sobre todo si se usa un plaguicida nocivo para la salud. 

 

Atendiendo a los puntos anteriores, es conveniente reducir el número de tratamientos fitosanitarios, así como aplicar una estrategia de productos, mezclas y rotaciones de éstos, racional y adecuada. Otra media al respecto es el empleo de variedades de alfalfa que posean ciertas tolerancias o resistencias a determinadas plagas y enfermedades, lo que ayudará a reducir el número de aplicaciones fitosanitarias. 

 

Por tanto, resulta totalmente necesario ahondar en el estudio de factores que influyen en el correcto uso de los plaguicidas como, por ejemplo, la influencia de las distintas técnicas culturales, la determinación de umbrales y momentos de aplicación, el empleo de productos respetuosos con el medioambiente o, los ya comentados, como la utilización de variedades resistentes, el respeto y mantenimiento de la fauna auxiliar o el cuidado del entorno del cultivo, entre otros. 

 

Mención especial merece la protección de la fauna silvestre relacionada con los cultivos de la alfalfa, ya que, aunque no son muy conocidos los estudios específicos al respecto (Viladomiu, 1997), los agricultores y técnicos sí conocen la existencia de una abundante fauna en las zonas agrícolas en las que predomina la alfalfa (Pietritz, 1994). Así pues, al tratarse de un cultivo que cubre el suelo durante todo el año, proporciona la humedad y la cobertura necesaria a algunos animales, como aves, roedores y demás (Lloveras, 1999).